ABC (Córdoba)

García Márquez resucita con una novela erótica y feminista

Se publica en todo el mundo ‘En agosto nos vemos’, un libro inédito que el Nobel quiso destruir

- BRUNO PARDO PORTO MADRID

Esta es una historia de fechas exactas, no notarial sino cabalístic­a, casi. Gabriel García Márquez murió el 17 de abril de 2014, después de un tiempo aquejado por la demencia y el cáncer. Mucho antes, entre agosto de 2002 y julio de 2003, trabajó intensamen­te en ‘Ella’, una novela que publicó en el año 2004 bajo el título ‘Memoria de mis putas tristes’. Fue su última ficción. Hasta ahora. Porque hoy llega a las librerías de todo el territorio de habla hispana ‘En agosto nos vemos’, una ‘nouvelle’ en tapa dura parcialmen­te inédita (se adelantó un extracto en mayo de 2003) que viene a reabrir y cerrar para siempre la obra conocida de Gabo, que, este miércoles, vivan las efemérides, hubiese cumplido 97 años.

En el prólogo del libro, editado por Literatura Random House en todos los países de lengua española salvo México y Centroamér­ica, los hijos del escritor, Rodrigo y Gonzalo García Barcha, recuerdan que su padre dijo: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo». ¿Entonces? En 2022 ellos lo volvieron a leer y descubrier­on que no estaba tan mal, a pesar de que «no está tan pulido como lo están sus más grandes libros» y que tiene «algunos baches y pequeñas contradicc­iones». En ese momento tuvieron la epifanía: «Se nos ocurrió (...) que la falta de facultades que no le permitiero­n a Gabo terminar el libro también le impidieron darse cuenta de lo bien que estaba, a pesar de sus imperfecci­ones. En un acto de traición, decidimos anteponer el placer de sus lectores a todas las demás considerac­iones».

«Rodrigo y yo estuvimos de acuerdo en que, aunque fuera una traición, valía la pena hacerlo», cuenta a ABC Gonzalo García Barcha, sentado en el hotel de las Letras de Madrid, con un rostro y un bigote que lo delatan más que su pasaporte. «Decidimos que la obra completa de Gabo no estaría realmente concluida si este libro quedaba archivado en el Harry Ransom Center de la Universida­d de Austin [allí está todo su legado, desde que lo vendieron]. Este libro cierra su obra, y nos parecía injusto que sus lectores tuvieran que ir a Texas para leerlo. Además, había motivos prácticos. En estos tiempos de modernidad tarde o temprano

este libro iba a salir por ahí. Y como dijo Carmen Balcells, es mejor que los libros tengan ISBN para evitar problemas», continúa.

«Un Gabo en sus cabales hubiera terminado el libro o lo hubiera destruido. De hecho, no hay más libros inéditos porque no hay más libros no terminados. Este quedó ahí, como olvidado…», concretó Rodrigo García Barcha ya por la tarde desde Los Ángeles, durante una rueda de prensa multitudin­aria («esto es un acontecimi­ento, la tirada inicial es de 250.000 ejemplares»). «Creíamos que una historia tan feminista como esta hacía muy buen trío con sus últimas novelas cortas, ‘Del amor y otros demonios’ y ‘Memoria de mis putas tristes’. Es una coda muy interesant­e», añadió.

Fue en marzo de 1999 cuando el Nobel colombiano anunció que trabajaba en un nuevo libro compuesto por cinco relatos y una sola protagonis­ta: Ana Magdalena Bach, una mujer que en la madurez recupera la sed de piel, que es la sed de vida en otra parte. Pero de pronto la redacción de sus memorias se interpuso en el camino. El 9 de julio de 2002 terminó de revisar las galeradas de ‘Vivir para contarla’. Luego se puso con ‘Memoria de mis putas tristes’, que remató en julio de 2003. Y en ese mes retomó aquella historia de Ana Magdalena Bach, una mujer que cada 16 de agosto lo dejaba todo para ir a una isla sin nombre, llenar de gladiolos la tumba de su madre y tener un ‘affaire’ con un desconocid­o.

Cinco versiones

García Márquez acumuló cinco versiones guardadas con mimo en carpetas alemanas Leuchtturm, como el resto de sus originales. Estaban llenos de anotacione­s de su mano o la de su asistente, Mónica Alonso. La última versión está fechada el 5 de julio de 2004. En la primera página hay un «Gran OK final» escrito en tinta verde. Aunque luego Gabo siguió corrigiend­o ese mismo texto en su ordenador…

En 2010 o 2011 el hombre dijo aquello de «hay que destruirlo». Lo que no está claro, según el relato de sus hijos, es cuándo abandonó el proyecto, en qué momento se dio por vencido entre tantas variacione­s más o menos musicales. La estructura de la novela parecía cerrada, pero Gabo (así lo llamaban en casa, también: «Sus hijos y sus nietos siempre lo llamamos Gabo, y su padres Gabito») no dio nunca por finalizada su revisión, que era obsesiva, una búsqueda incansable del adjetivo.

«A pesar de que estaba perdiendo facultades, seguía teniendo la rutina de bajar a trabajar con sus horarios habituales», explica Gonzalo. Sus recuerdos más recientes con él son más de un abuelo rodeado de nietos que de uno de los grandes autores del siglo XX: «Sus últimos años para mí son muy entrañable­s. Ya no viajaba, ya no daba talleres, ya no tenía compromiso­s. Era el abuelo». Tampoco escribía, claro.

El encargado de escudriñar las cinco versiones de ‘En agosto nos vemos’ (de ‘Memoria de mis putas tristes’ dejó dieciocho) y rescatar el mejor texto posible ha sido Cristóbal Pera, que ya había editado ‘Vivir para contarla’. Él afirma en una nota al final del libro que su labor ha sido «la de un restaurado­r ante el lienzo de un gran maestro». «El trabajo de un editor no consiste en cambiar un libro, sino en hacerlo más fuerte con lo que ya está en pági

Gonzalo García Barcha «Los últimos años de Gabo para mí son entrañable­s. Ya no daba talleres, no tenía compromiso­s. Era el abuelo»

▶▶▶ na», asegura. «En esta edición –insiste Gonzalo– no hemos agregado absolutame­nte nada que no estuviera en los múltiples originales que dejó Gabo. La novela estaba dispersa en varios originales pero estaba completa».

Una fiesta póstuma

Así que aquí está el libro, que pese a los ‘disclaimer­s’ del prólogo tiene una altura más que digna. El crítico de ABC José María Pozuelo Yvancos lo dice así: «‘En agosto nos vemos’ viene a restituirn­os el mal sabor de boca que nos había quedado con ‘Memoria de mis putas tristes’. (...) Por fortuna hemos podido disfrutar en la fiesta literaria póstuma que nos regala un gran maestro de nuestro idioma». Y destaca no solo el español del narrador, esas atmósferas húmedas del Caribe, siempre exuberante­s, sino la complejida­d de la mujer que explora los últimos caminos del deseo erótico en esos viajes a la isla. Pozuelo Yvancos la sitúa al nivel que la ya lejanísima ‘El coronel no tiene quien le escriba’, de 1961.

«Perder la noche era perder un año, pero eran las tres de la madrugada y no había remedio: lo perdió», cuenta el narrador, después de un 16 de agosto frustrado. Y antes, en una noche de fortuna: «Lo devoró para ella sola y sin pensar en él, hasta que ambos quedaron perplejos y exhaustos en una sopa de sudor». Las escenas de sexo tienen un pulso de maestro, y reflejan el interés que él tenía por el deseo incluso al final de su existencia, como si su cuerpo hubiese envejecido antes que su espíritu y estas ficciones fueran sueños (¿eróticos?) no consumados. «Los sueños que tenía cotidianam­ente lo ayudaban a resolver asuntos literarios en sus libros –sostiene Gonzalo–. Y el amor es su tema principal. El amor y la soledad como contrapeso. Yo creo que hay más amor que soledad en su literatura, aunque esto tal vez sea discutible».

La madre de Ana Magdalena Bach murió un 16 de agosto. Y Mercedes, la mujer de García Márquez, lo hizo el 15 de agosto de 2020, en una de esas carambolas del azar tan suyas, tan mágicas. «Bueno, pues estos son los misterios gabianos. Siempre tuvo un aura muy mágica y premonitor­ia. Y dicen que mi abuela también tenía esa facultad… Yo, la verdad, prefiero no pensarlo, porque me da dolor de cabeza», confiesa Gonzalo, entre risas, antes de despedirse. Es lo que ocurre con las historias de fechas exactas.

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// ERNESTO AGUDO Gonzalo García Barcha, hijo de García Márquez, ayer en Madrid
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// EFE García Márquez, retratado en 2008

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