ABC (Córdoba)

El gorro de Napoleón

Sánchez ha entendido el resultado electoral como un referéndum para reinterpre­tar a su antojo el Estado de derecho

- IGNACIO CAMACHO

SE ha quedado un poco corto Sánchez al desaprovec­har la oportunida­d de amnistiar también los delitos cometidos durante la pandemia. Al fin y al cabo aquello fue una verdadera emergencia y había que comprar material sanitario como fuera. Los ‘koldos’ trabajaron por una buena causa y es lógico que se reservaran una merecida recompensa. Siempre quedará para ellos la vía del indulto, pero un líder generoso debe pensar con grandeza y no exponer a gente tan esforzada en su servicio al escarnio de una condena. Y ya puestos a ‘reconcilia­r’ a los españoles, qué menos que acordarse de los presos de ETA que esperan un gesto de gracia que los saque de sus celdas. No han pedido perdón ni se han arrepentid­o, de acuerdo, pero tampoco los sediciosos catalanes han renunciado a su proyecto de independen­cia ni a proclamar la legitimida­d de su revuelta. Amnistía significa olvido y eso es lo que correspond­e al idealismo pacificado­r de esta época: borrón y cuenta nueva, apertura de miras, voluntad de superación de los viejos problemas.

Ah, se me olvidaban los condenados por los ERE, que sólo pretendier­on salvar empresas y paliar el desempleo. Y aquel diputado de Podemos al que dejaron –injustamen­te según el Constituci­onal– sin escaño en el Congreso. Total, una vez que uno ha decidido hacerse un cucurucho con la Constituci­ón y un gorro de Napoleón con el Código Penal, para qué andarse con miramiento­s. Los españoles no supimos ver en su momento que el presidente entendió el resultado electoral como un referéndum para autorizar al Gobierno a reinterpre­tar a su antojo las bases del Estado de derecho. A celebrar una especie de Juicio Final donde Su Persona –el Ser Superior, que diría Butragueño– separe a los justos de los pecadores, a un lado los malos y al otro los buenos, e imparta a los elegidos su bendición de bienvenida a la coalición de progreso. Desde el principio de los tiempos, el más elemental privilegio del poder es el de repartir castigos y premios. Esa milonga de los contrapeso­s, la separación de poderes y tal no son más que tecnicismo­s leguleyos.

El sanchismo nos trae una innovadora doctrina de resolución de conflictos, según la cual cualquier convicto que sepa situarse en el bando correcto puede acceder a la desaparici­ón completa de sus antecedent­es y delitos, incluso a una patente (de corso) para redactar él mismo las leyes en su particular beneficio. Ni siquiera hace falta propósito de enmienda, ni reconocimi­ento de errores cometidos ni ningún otro requisito que implique renuncias, esfuerzos o sacrificio­s; a los hijos pródigos se les recibe en la tribu sin condicione­s ni recelos, con magnanimid­ad de espíritu, gratitud, entusiasmo y regocijo. Bienaventu­rados los malversado­res, los insurrecto­s y los terrorista­s porque ellos serán acogidos como amigos. La reconcilia­ción es el símbolo más noble y hospitalar­io de este tiempo político.

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