ABC (Córdoba)

El día que Madrid quedó en silencio

A últimas horas de la noche ningún investigad­or dudaba ya de la autoría yihadista y en algunos despachos del Gobierno y también de la oposición se trazaban ya las estrategia­s para sacar rédito político de la matanza de cara a las elecciones del 14 de marz

- PABLO MUÑOZ

El 11 de marzo de 2004 España amanecía en medio de ese hastío que siempre provoca el final de una campaña electoral que debía culminar sólo tres días después con las elecciones generales. Mariano Rajoy, por el Partido Popular, y José Luis Rodríguez Zapatero, por el PSOE, se jugaban la Presidenci­a del Gobierno. El primero partía, en principio, con ventaja, aunque para ese día la posibilida­d de una mayoría absoluta se había esfumado. La guerra de Irak, la percepción por buena parte de la sociedad de que el PP se conducía de forma prepotente y el desgaste de ocho años en el poder jugaban en contra del sucesor de José María Aznar. Aun así, su victoria, aunque ajustada, se daba por descontada a no ser que ocurriera algo imprevisto que diera un vuelco a la situación...

Poco antes de las siete de la mañana tres miembros de una célula yihadista, a bordo de una Renault Kangoo de color blanca robada días antes en Madrid, llegaba a las proximidad­es de la estación de tren de Alcalá de Henares. Los desconocid­os, que por alguna razón llamaron la atención del portero de una finca próxima, dejaron aparcado el vehículo en la calle Aranjuez y se dirigieron hacia el Cercanías cargando unos bultos. Nadie más reparó en ellos; se habían mezclado con los muchos trabajador­es y estudiante­s que a diario viajan a la capital para cumplir con sus obligacion­es.

Para entonces esos tres terrorista­s y otros miembros de la célula yihadista ya habían puesto en marcha la última fase de su plan criminal. En total, llevaban trece mochilas cargadas de explosivos y preparadas para estallar de forma simultánea. Lo hicieron diez, entre las 7.37 y las 7.40.

El horror en tres minutos

Ocho de las bombas fueron colocadas en vagones de los trenes 21431 y 17305, con salida de la ciudad complutens­e a las 7.01 y 7.04, respectiva­mente. Todas, salvo una, explosiona­ron: tres en la estación de Atocha, a las 7.37 y 7.40, y las otras cuatro a las 7.39 cuando el segundo convoy circulaba a la altura de Téllez. Otras cuatro mochilas fueron puestas en el tren 21435 con salida de Alcalá de Henares a las 7.10, el único con dos plantas. Dos estallaron en el piso superior a las 7.38, en la estación de El Pozo, pero las otras dos, dejadas en el piso inferior, no lo hicieron. El último artefacto lo colocó Jamal Zougam en el tren 21713 que salía de la misma localidad que los anteriores a las 7.14 y estalló a las 7:38 en la estación de Santa Eugenia.

España asistía a la matanza entre el espanto y el estupor. ETA estaba en la mente de todos, aunque a algunos expertos en terrorismo ya desde el principio aquello no les cuadraba con la forma de actuar de la banda terrorista, por entonces, además, ya muy débil. Pero la sociedad en general, y los periodista­s de forma particular, sólo tenían en la cabeza esa posibilida­d.

Javier Pagola, compañero de Nacional y especializ­ado en terrorismo, acudió a Atocha. «’Lléveme tan cerca como pueda’, le dije al taxista. Me acababan de avisar de que habían estallado tres bombas en varios trenes justo cuando llegaban a la estación. Los muertos, en ese momento, se elevaban a más de cuarenta. Durante el trayecto llamé a un agente antiterror­ista del País Vasco, no sólo para que me anticipara alguna pista, sino para mitigar el vértigo del momento.

–¿Cómo es esto? ¿No ha habido llamada a Gara? En este tipo de atentados ETA suele avisar, aunque sea con un minuto de antelación, para luego culpar a la Policía de no haber desalojado… Además, ¿no habíamos quedado en que teníais bastante controlada a la banda? ¿cómo es que se os han colado al menos tres ‘taldes’ en Madrid?

–No sé tío, no habíamos detectado nada raro en días pasados. No me lo explico. Quizá no sea ETA.

–¿Ah no?

Cerca de Atocha lo primero que me llamó la atención es el silencio, pese a que la zona estaba a rebosar de gente, quieta, que a veces se movía; pero muy, muy despacio, en un silencio solo roto por sirenas de am

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JAIME GARCÍA

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