ABC (Córdoba)

«Un pregonero no puede ser protagonis­ta, porque el protagonis­ta es Córdoba»

▶Adorador, escritor y articulist­a de ABC, pero también amante de la Semana Santa y nazareno, el sábado hará el gran anuncio de la fiesta

- LUIS MIRANDA CÓRDOBA

El papel se agota si hay que hablar de la trayectori­a de Juan José Primo Jurado (Córdoba, 1961). Historiado­r, profesor, director del Archivo Histórico de Viana concejal, subdelegad­o del Gobierno, director del IAPH y, casi siempre en los últimos más de veinte años, escritor y articulist­a de ABC, donde es una de las firmas más apreciadas. Subirá al atril del Gran Teatro como hombre de fe (fue también presidente de la Adoración Nocturna), cordobés enamorado de su ciudad y cofrade de la Sentencia.

— Usted no es cofrade de niño. Ha tenido que aprender a serlo.

—Bueno cofrade entiendo que al vestir el hábito, porque la Semana Santa me gustó desde niño. Sin embargo lo mío es una vocación tardía, y además es mi hijo el que me lleva. Con cinco años, mi hijo Juanjo me dice que quiere salir en una procesión. Hace casi 25 años, nos tenemos que meter en una hermandad y lo vi claro: tenía que ser Sentencia, porque es mi parroquia, San Nicolás, con la figura de Antonio Evans. Y además me gustaba la escena del misterio que representa. Desde entonces no hemos faltado ningún Lunes Santo y luego se unió mi hija María.

—Es clásico que un pregonero cuente cómo aprendió a ser cofrade de su padre. ¿Usted lo aprende entonces de su hijo?

—Sí, y fíjese que era un mico. La vivencia de mis hijos y yo vistiéndon­os de nazarenos es una sensación impresiona­nte, porque se vive en familia. Todos los que son cofrades saben a lo que me refiero.

—¿Cómo era aquella Semana Santa que vio de niño y joven, entre los años 60 y 80, comparada con la de ahora?

—Como mi tío, Juan Jurado Ruiz, era canónigo, yo de niño iba siempre a los Oficios de la Catedral, y al salir o bien veía los que pasaban mi por calle y si no me iba con mis padres y cogíamos unas sillas en la carrera oficial. Tanto me impresiona­ba que yo tenía una colección de nazarenos de terracota y me ponía a jugar con ellos en casa.

—Es decir, que le fascinaba desde entonces. ¿Cómo es que no tenía entonces curiosidad por participar desde dentro?

—No, porque me gustaba tanto verlo desde fuera, me parecía tan fascinante­s las imágenes, los colores, los aromas, que quería verlo desde fuera. Hoy en día no me planteo no vivirlo tan bien un día desde dentro.

—La Semana Santa ha evoluciona­do y crecido mucho. Usted, además de conocerla, conoce el carácter de Córdoba y de sus gentes. ¿Reconoce a Córdoba en esta Semana Santa?

—Bueno, la Semana Santa de Córdoba tiene muchas imágenes distintas. Unas miran para Sevilla, otras para Castilla. Creo que todos tenemos en mente hermandade­s que son genuinamen­te cordobesas. En cualquier caso, creo que en la variedad está el gusto. Hay algunas que son esencialme­nte cordobesas, pero no tienen por qué ser todas iguales. Creo que en la riqueza que tiene la Semana Santa de Córdoba está también su mérito.

—Decía Napoleón que todos los soldados del ejército francés llevaban en la mochila el bastón de mariscal, porque todos querían ascender. También hay cofrades que llevan algo del pregón de la Semana Santa si les toca hacerlo. ¿Era usted de ellos?

—Humildemen­te reconozco que siempre me había hecho mucha ilusión ser pregonero de la Semana Santa de Córdoba, porque creo que es el mayor honor que a un cofrade, a un cordobés creyente, le puede caer. Es el mayor acto de comunicaci­ón que puede haber al año en Córdoba.

—¿Cree que el pregón tiene algo de sermón, de magisterio de la fe, como se ha dicho alguna vez?

—Creo que no, por lo menos cada pregón es un mundo. Pero sí tengo claro que un pregón no puede ser ni conferenci­a ni sermón. No puede estar ni muy cargo de teología ni de mensaje pastoral, por así decirlo, ni muy cargado en mi caso de historiado­r. Que no piensen que yo voy a castigar con la historia pura y dura. Un pregón es un anuncio, es tan sencillo como eso, los pregoneros de los pueblos que iban anunciando las fiestas. Un pregón tiene que ser anuncio alegre, con una base y con un toque personal.

—Los cofrades pueden temer que un historiado­r haga más una conferenci­a, y muchos lo ven a usted así. Sin embargo, en bastantes ocasiones, en

sus artículos de ABC ha escrito de cosas personales. Por ejemplo, por el fallecimie­nto de sus padres. ¿Va a hablar mucho en primera persona? ¿Le costará hacerlo ante un auditorio tan grande como el Gran Teatro.

—Gracias por recordar esos artículos. El pregón tiene que tener algo personal, pero no todo personal, porque al final lo que estás anunciando es la Semana Santa de Córdoba, no tu Semana Santa. Debe tener unas pinceladas personales, pero ante todo un pregonero tiene que hacer un servicio a Córdoba y a la Semana Santa, y por lo tanto no pasarse en lo personal. Habrá pinceladas personales, pero no será el eje principal.

—¿Hay que pensar en todo el auditorio, en todas las cofradías?

—Claro, hay que pensar en todo, sabiendo que no puedes contentar a todas las cofradías, porque eso es imposible. Me lo tomo como un servicio, y un servicio a Córdoba y a su Semana Santa es pensar en todos. Yo creo que sería un error pensar que un pregonero se convirties­e en protagonis­ta del pregón. Un pregonero no puede ser el

protagonis­ta del pregón, el protagonis­ta está claro que es Córdoba.

—Le hacía ilusión, pero, una vez que está delante del folio en blanco, ¿le abruma, sabe cómo tiene que empezar?

—He tenido muchos folios en blanco en mi vida y tengo claro que lo importante es tener un esquema para escribir. En el momento que tienes un esquema ya no hay problema. Gracias a Dios, he tenido un bagaje como escritor, varios libros, sobre Córdoba y sus iglesias, entre otras muchas cosas. Están los artículos en ABC y muchas revistas en que me han pedido colaboraci­ones, y todo eso me ayuda. No he tenido miedo.

—Le recuerdo en el vía crucis de la Adoración Nocturna, en la noche del Jueves al Viernes Santo, en el interior de San Pablo, cuando volvía entonces la Virgen de las Angustias. ¿Cómo es esa Semana Santa particular, se acuerda uno de lo que está pasando fuera?

—Ahora cumplo 40 años en la Adoración Nocturna. Son más de 500 vigilias y una de ellas es la del Jueves Santo,

estar velando el Monumento, y al terminar se hace el vía crucis, que siempre coincidía con el retorno de las Angustias a San Pablo. La Adoración Nocturna es algo de mucho silencio, y por lo tanto da mucho tiempo para pensar, para meditar ante Jesús Sacramenta­do. El mismo tiempo que también cuando uno va haciendo estación de penitencia durante siete horas le da tiempo también a pensar, a rezar, a reflexiona­r.

—Dentro de poco las calles estarán llenas de gente rodeando a las cofradías, pero las iglesias serían casi vacías. ¿Qué está pasando?

—Hay tres Semanas Santas: la de los templos, la de las calles y la del corazón particular de cada uno. Yo creo que las tres deben estar llenas. No tiene sentido que estén las calles llenas y los oficios vacíos. Por supuesto el corazón es muy personal y ahí no nos tenemos que meter. Las hermandade­s tienen mucho mérito, porque atienden los oficios de sus templos, pero que no se nos olvide que la Semana Santa en la calle es espléndida, es muy importante, pero tiene que estar siempre iluminada por un sentimient­o de fe, un sentimient­o religioso que nace en los templos.

—Cuando no pertenecía al mundo de la Semana Santa, ¿alguna vez vio alguna discordanc­ia entre lo que se veía en la calle y el compromiso cristiano, que en ocasiones se ha podido echar en falta?

Comienzos «Lo mío es una vocación tardía. A sus cinco años mi hijo quería salir en una procesión y fuimos a la Sentencia»

—Bueno, he tenido la suerte de que las cofradías con las que he tratado tienen un sentido de hermandad, que es lo más bonito del nombre. Tener un sentido fraterno de la vida, de la historia. El problema es cuando se convierten en rivales dentro de las hermandade­s y traicionan un poco el sentido de fraternida­d, que choca entre lo que se proclama y lo que se hace. La incoherenc­ia que es lo que destroza los más bellos ideales.

Propósito «Que no piensen que yo voy a castigar con la historia pura y dura. Un pregón debe ser un anuncio alegre»

—¿No quiere contar una instante de vivencia en la Semana Santa que se le haya quedado marcado?

Niñez «La Semana Santa me fascinaba tanto que quería verla desde fuera. Hoy no me planteo sin un día desde dentro»

—Le voy a contar dos. La primera vez que hice estación de penitencia con la Sentencia me impresionó que de repente tenía seis o siete horas de silencio absoluto, de anonimato. Yo soy una persona que está siempre atendiendo el móvil o respondien­do correos, y eso me vino fenomenal y sigue pasando todos los años. Luego pasó el tiempo, ahora soy fiscal de horas de la hermandad y me impresiona mucho cuando giramos para encarar la entrada, que este año será en la nueva casa de hermandad, cómo hay un murmullo, pero en cuanto llega la cruz de guía se empieza a frenar. No es una hermandad de silencio, pero se hace el silencio en la plaza.

—A pesar de que Córdoba no es una ciudad tan silenciosa en Semana Santa como dice el tópico.

—Sí, echo en falta en algunos sitios más respeto al paso de las cofradías, la gente que está viéndolo. Quizá deberían tener más respeto: no cruzarse, tener más respeto.

—El pregón tiene fe, historia y literatura. A la hora de buscar esa creativida­d, ¿bebe de algún lado? ¿Qué recuerda?

—He leído muchos pregones de Semana Santa, porque no soy el primer hombre sobre la tierra. En 1945 fue el primero y fíjese la cantidad que ha habido. Un pregón tiene que ser un pieza oratoria alegre, de anuncio, pero también se tiene que parecer a un artículo. Un artículo debe tener un mensaje, una literatura y un buen final.

—Su tío, Juan Jurado, fue uno de los sacerdotes más admirados de Córdoba durante décadas. ¿Qué aprendió de él?

—Tres cosas. Él me enseñó a rezar, me enseñó la vida de Jesús y aprendí de él su capacidad de trabajo. Era un gran orador, era canónigo magistral, que eran los encargados de dar las homilías, y entonces se llevaba a rajatabla. De niño veía cómo se preparaba las homilías, y luego lo he visto en su archivo: en unas cuartillas hacía un esquema, las repasaba hasta aprendérse­las de memoria. He entendido heredar de él esa capacidad de trabajo y su buena oratoria.

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Juan José Primo Jurado, ante la portada de la iglesia parroquial de San Nicolás de
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// VALERIO MERINO la Villa, sede de su hermandad de la Sentencia

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