El irrelevante caso Koldo
El españolito más aventajado que se esfuerza por recomponer el puzle acaba tirando la toalla
EL tratamiento periodístico que hasta la fecha ha recibido el impropiamente llamado caso Koldo nos permite hacer algunas reflexiones incómodas. Llama, en primer lugar, poderosamente la atención que una trama corrupta que involucra o salpica a muy variados gerifaltes del Partido de Estado haya sido designada por el nombre del faraute encargado de comerse el marrón. Ignoramos si caso Koldo es acuñación de la prensa o heredada vicariamente del ámbito policial o judicial; pero se requiere, en cualquier caso, mucho candor para no advertir que el lenguaje configura el mundo y es la forma más eficaz de dominación de las conciencias. Y que, al designar una trama de corrupción con el nombre de un peón irrelevante (todo lo casposo o pintoresco que se quiera, pero irrelevante) se está transmitiendo subliminalmente la idea de que la trama no es más que un conciliábulo de pícaros y truhanes.
Otro error craso al que ha sucumbido la prensa lo podríamos designar como ‘exclusivitis’. Las exclusivas periodísticas se han convertido en una plaga que, en lugar de iluminar los ángulos más oscuros de la realidad, contribuyen a entenebrecerlos todavía más. En el alumbramiento de esta trama de corrupción, de urdimbre muy intrincada, cada medio ha ofrecido a sus lectores una «exclusiva» que no era sino una loncha finústica de la trama que, con frecuencia, no hacía sino añadir pintoresquismo cañí a las acciones del bueno de Koldo y demás peones; o todo lo más salpicar muy someramente a tal o cual gerifalte del Partido de Estado. Y, por supuesto, aferrado a su ‘exclusivita, cada medio apenas se ha referido a las ‘exclusivitas’ de los medios de la competencia, según la máxima del periodismo aldeano y catoblepas (el periodismo que se devora a sí mismo). De este modo, sólo quien está poseído por una curiosidad insomne puede lograr reunir todas las ‘exclusivitas’; pero, para el común de los mortales, el impropiamente llamado caso Koldo se ha convertido, inevitablemente, en un caos de informaciones fragmentarias, teselas dispersas de un mosaico o añicos de un jarrón que terminan por resultar incomprensibles para el españolito medio. Quien, inevitablemente, acaba sumido en el desconcierto y el tedio.
Pero incluso el españolito más aventajado que se esfuerza por recomponer el puzle acaba tirando la toalla, porque a la postre toda esa avalancha informativa se convierte en aturdidora polvareda fenoménica, destinada a disgregarse en el ruido ambiental. Falta a toda esa polvareda una mirada de águila, cenital y unificadora, que ofrezca una visión comprensiva de lo ocurrido, aunque para hacerlo deba encaramarse a despachos muy encumbrados, o incluso al Falcon en pleno vuelo a República Dominicana. De lo contrario, el impropiamente llamado caso Koldo acabará chapoteando en el consabido y tedioso barrizal carpetovetónico donde las lumis hacen mamadas a cargo del erario público. El doctor Sánchez, entretanto, sonríe satisfecho.