ABC (Córdoba)

«Torrontera­s le gritaba: ‘¡Quieto, no te muevas!.’.. Y a continuaci­ón, ¡boom!»

El relato de un geo que participó en la operación de Leganés contra la célula del 11-M estremece. Sabían que podían morir y eligieron cumplir con su deber

- PABLO MUÑOZ

Juan Carlos (prefiere que sólo se conozca su nombre de pila) es inspector de Policía y la mayor parte de sus muchos años de servicio los ha pasado en el Grupo Especial de Operacione­s (GEO). El 3 de abril de 2004 fue uno de los agentes de este grupo de élite que entraron en el edificio de Leganés de la calle Carmen Martín Gaite en el que estaban atrinchera­dos buena parte de los autores de la matanza del 11-M. En esa operación murió su buen amigo Francisco Javier Torrontera­s, al que alcanzó de lleno la terrible explosión provocada por los terrorista­s cuando, al verse acorralado­s, detonaron los cinturones con Goma 2 Eco que llevaban adosados a sus cuerpos. Rompe su silencio con ABC sólo como homenaje al compañero caído.

–¿Cómo vivió el GEO el 11-M?

–Mi primera noticia la tengo cuando voy hacia el cuartel a trabajar y escucho en la radio del coche que acaba de producirse una explosión en una estación en Madrid. Todo era confuso, no recuerdo la emisora pero sí decir al periodista que se hablaba de ¡un muerto! Nos fuimos a realizar la actividad física y cuando regresamos nos enteramos de que había muchas víctimas, de las explosione­s en varias estaciones, etc. Aquí, en Guadalajar­a, había mucha preocupaci­ón, pues todos tenemos familiares y amigos que a diario cogen los trenes de cercanías para ir a Madrid. Los operativos del GEO que ese jueves trabajamos seguimos con nuestra rutina normal. Nos llamó la atención que no nos mandasen a algún grupo de alerta a Madrid, por si se nos requería para algo estar disponible­s más cerca con nuestro material preparado. Pero no, seguimos con unas prácticas que recuerdo que aquel día en mi grupo eran sobre secuestro. Hacía el papel de «malo» y me llevaban tras mi detención engrilleta­do en una furgoneta cerca de Azuqueca de Henares cuando unos agentes locales nos identifica­ron. Les llamó la atención que fuéramos policías nacionales y que con la que estaba cayendo hiciésemos prácticas en lugar de otro tipo de labor. Terminamos la jornada y cerca de la tres de la tarde nos fuimos

a casa. Vinieron los días posteriore­s, la tragedia, el duelo, las elecciones generales... De lo que iba pasando nos enterábamo­s por la prensa. Había detencione­s, los locutorios, etc., iban haciéndose cosas pero con el GEO no se contaba para nada. Nosotros seguíamos con nuestra rutina, entrenamie­ntos y preparados para intervenir.

–¿En qué momento los activan el 3 de abril? ¿Qué es lo que les dicen?

–Aquel sábado yo empezaba mi turno de vacaciones de Semana Santa, pero esos días se juntaron varios servicios y teníamos mucha actividad. El Grupo de Alerta había salido en misión y quedaban pocos operativos disponible­s en base por si surgía otra cosa. Algunos teníamos la costumbre en estos casos, si no íbamos a viajar, de dejar al compañero del servicio de Control Operativo el nombre en una lista para quedar disponible­s si hacíamos falta. Yo me iba a ir a mi tierra con mi familia al día siguiente, por lo que comuniqué que podían avisarme si surgía algo. Así fue. Cuando me llamaron a media tarde de aquel sábado estaba en el cumpleaños de un sobrino. Se nos requería urgentemen­te en la base. En unos diez minutos llegué al cuartel. Como teníamos las bolsas con el material ya preparado, solo tuvimos que meterlas en los vehículos y salir. Lo único que nos dijeron fue que a la mayor brevedad posible nos dirigiéram­os a Leganés. En aquellos años no llevábamos navegadore­s en los vehículos ni los móviles eran lo que son ahora. Lo único que teníamos a efectos de ayuda para entrar en la zona caliente era una guía Campsa. Fuimos a todo lo que daban los vehículos. Por el camino nos indicaron por teléfono que nos dirigiéram­os a la zona de Zarzaquema­da. Yo tenía un primo que vivía por allí y le llamé para que me indicase la forma más rápida de entrar desde la radial. Me lo dijo y de paso me adelantó que estaba habiendo mucho movimiento policial, cortes de calles, helicópter­o, etc, por lo que supusimos que se avecinaba una buena. Cerca de la calle Carmen Martín Gaite, ya vimos el gran despliegue policial montado y que se encontraba por allí gran parte de la cúpula policial. Los operativos del GEO nos reagrupamo­s según llegábamos e intentamos recabar toda la informació­n posible, como siempre.

–¿Qué recuerda de la intervenci­ón?

–Recuerdo muchas cosas, aunque algunas las he ido rescatando de la memoria con el paso de los años. Memoria retrógada, escuché en cierta ocasión a una psicóloga que lo llamaban. Y a mí sí me ha ocurrido. Valoramos varias formas de intervenci­ón, en concreto tres. La que al final se eligió, analizando después lo ocurrido, creo que fue la más acertada. El jefe de la Unidad, que estaba con nosotros, nos reunió y nos dijo que era la situación más complicada por la que había pasado el GEO. Que si alguno no quería participar en la posible operación, era libre de hacerlo. Ninguno nos negamos, a pesar de la lógica preocupaci­ón. Un vecino del piso donde se encontraba­n nos dijo que llevaban horas con cánticos y frases en árabe. Según nos dijeron, se había evacuado todo el edificio, cortado agua, luz, etc., y se puso en funcionami­ento un potente inhibidor de frecuencia­s. Pidieron que dos fuésemos al sótano del edificio a cortar cableado de un cuadro eléctrico. Entre otro compañero y yo lo hicimos con nuestras navajas tácticas. Cuando terminamos y volvimos a reunirnos con el resto del equipo, nos dijeron que ya se había dado la orden de que teníamos que actuar. –¿Cuáles fueron los siguientes pasos? –Nos fuimos a recoger el escudo de protección balística al todoterren­o donde lo guardábamo­s y terminamos de equiparnos con los cascos, etc. Como ya dije optamos por la forma de intervenci­ón que pensamos más apropiada. Unos compañeros colocaron una carga explosiva en la puerta del piso y a una distancia más lejana de lo habitual por si tenían los explosivos cerca de ella y estallaban por ‘simpatía’. La volamos y nos colocamos lo más rápido posible en los alrededore­s; descansill­o, escaleras, etc., para comenzar un registro. Un asalto convencion­al, con la sorpresa rota hacía horas, no procedía, hubiésemos reventado todos. Subí el segundo a la carrera y me coloqué en el descansill­o superior junto con otros dos compañeros para cubrir con los MP5 la entrada de la vivienda, mientras el resto formaba una hilera por la parte inferior. Según pasé junto a la puerta oí que hablaban alocadamen­te en árabe o algún dialecto magrebí; daba la impresión de que discutían... Cuando estábamos todos bien posicionad­os se les conminó a que salieran. Ellos nos disparaban y nos incitaban a entrar, con gritos como «¡entrad mamones!». Como no nos hacían caso y no salían, y tampoco había rehenes, nos pusimos las máscaras y se lanzaron varios cartuchos de gas al interior para que saliesen y pudiésemos detenerlos. –¿Existía una sensación especial de peligro?

–Por supuesto, desde un principio y cada vez mayor. Personalme­nte se elevó esta sensación más todavía cuando ellos, tras los disparos por su parte y el gas nuestro, nos dicen que va a salir un emisario. Ahí nos temimos lo peor... Pero qué vas a hacer, apretar los dientes y cumplir lo mejor posible el protocolo de intervenci­ón, evitando entrar en pánico. Le dijimos que se desnudara, que saliese sin ropa. Al momento escuche a Javier (Torrontera­s), que tenía en ese momento el escudo, que gritaba «¡quieto, para, no te muevas!», y a continuaci­ón.. ¡Boom!

Eran consciente­s del peligro «El jefe nos dijo que era la operación más delicada del GEO y que el que no quisiera no participar­a. Nadie se echó atrás»

La explosión «Salimos despedidos por la onda expansiva, reboté en la pared y me quedé sentado. Pensé que todos habían muerto»

-¿Cómo son los movimiento­s posteriore­s a la explosión?

–Salimos todos despedidos por la onda expansiva. En mi caso caí hacia atrás, reboté en la pared y me quedé sentado de culo en el suelo. De los dos compañeros que estaban conmigo, el de la izquierda se quejaba de dolor en el brazo. Hasta el casco se le había salido de la cabeza. El de mi derecha buscaba su MP5 entre la escombrera. Me quité la máscara antigás para hablar con el resto del equipo, que estaba unos metros más abajo. Una mezcla de humo, polvo y gas me sacudió de lleno. Les grité que si me oían y nadie me contestó. Creí que estaban todos muertos. Días después alguno me dijo que con los tímpanos como habían quedado, no habían escuchado nada. Viendo los cascotes que había por las escaleras y pensando que el edificio se iba a ir abajo en cualquier momento, decidimos los tres subir hacia la terraza, gateando como pudimos y ayudándono­s entre nosotros. La onda expansiva había rebotado hacia arriba por el hueco de las escaleras y hasta la puerta metálica de salida de la terraza se había desencajad­o. Cuando salimos nos vino de maravilla respirar aire fresco. Uno cubría la puerta por si subía algún terrorista. Al asomarnos a la calle, nos preguntaro­n desde abajo a gritos que cuántos estábamos. Dijimos que tres y nos quedamos allí. Luego nos contaron que los compañeros de la UIP que tenían montado el anillo de francotira­dores, al no poder haberlo montado nosotros por falta de efectivos, nos tuvieron en las miras al salir a la terraza. Menos mal que se portaron como auténticos profesiona­les y a nadie se le ‘alegró’ el dedo... Intenté hablar por teléfono con mi mujer, pero el inhibidor seguía activo y no pudo establecer­se la llamada. Luego vinieron los bomberos y con una grúa con cajón nos bajaron a los tres.

–¿Cómo se vive una situación así?

-Tenía la sensación de que todo había transcurri­do en mucho más tiempo del que en realidad fue. Se conoce como «dilatación temporal», un estado en el que parece que todo pasa a cámara lenta, debido al estrés. Más adelante nos fuimos enterando del número de terrorista­s que había en el piso, lo que había sucedido horas antes cuando uno que bajó a tirar la basura ‘mordió’ a los compañeros que andaban por allí tras ellos y escapó, si había habido llamadas previas de fami

liares de alguno de ellos... Reitero que la opción que elegimos, de entre varias, creo que fue la más acertada. Posteriorm­ente, y ya con mucha más informació­n, se dijo que por qué aprovechan­do que en el edificio desalojado solo estaban ellos, no había vecinos ni rehenes, luz, gas, agua, telefonía, todo cortado, no se había hecho un buen cerco con francotira­dores incluidos y haber esperado, pues no había prisa. Las quinielas se aciertan con facilidad los lunes. Si hubo una prisa especial por actuar con la informació­n que se tenía, no me correspond­e responder a esa cuestión. Nosotros, los operativos del GEO, nos limitamos a obedecer lo mejor que pudimos. ▶▶▶

–¿Cuándo se dan cuenta de que ha muerto un compañero?

–Nada más llegar abajo, a la calle, y mientras nos llevaban a un hospital de campaña que habían montado, me crucé con un compañero y con la mirada nos valió. Me dijo que había muerto Javier y que a otros los habían llevado de urgencia al hospital. Al resto nos atendieron en primera instancia en dicho hospital de campaña y luego nos llevaron a Guadalajar­a otros compañeros para hacernos más pruebas.

–¿Qué supuso la muerte de Francisco Javier Torrontera­s para el GEO?

–Una gran pérdida; era una persona muy querida, un buen compañero que llevaba años en la unidad y con el que había compartido mucho.

–¿Cómo era su compañero desde el punto de vista profesiona­l?

-Era un subinspect­or con mucha experienci­a, con un gran currículum, muy condecorad­o por las numerosas operacione­s en las que había participad­o: contra comandos etarras, delincuenc­ia organizada, misiones de protección de diplomátic­os en embajadas... Era un gran operativo. Me unía también a él nuestra común afición por las artes marciales, hicimos juntos cursos de instructor­es de defensa personal policial y formado parte de un equipo de kick-boxing que teníamos algunos operativos entrenando por las tardes.

–¿Se sintieron apoyados?

–En general, sí. Sobre todo por los compañeros de la unidad, familiares y amigos. Pero también hubo críticas por haber actuado de esa manera, con esa prisa. Empezaron a salir ‘ingenieros’ por todos los lados. Nos condecorar­on y muchos se alegraron y nos felicitaro­n, pero otros demostraro­n con sus comentario­s envidia. Me gustaría haberlos visto en esa situación. Un año después nos atendieron en la Dirección General de Apoyo a Víctimas del Terrorismo donde una trabajador­a social, Ana María Cornejo, se sorprendió de que no hubiésemos ido antes. Lo hicimos cuando nos dijeron. Se volcó. Nos había querido recibir desde el principio pero alguien, desconozco el motivo, lo demoró. Ana María, que repito, se portó de maravilla, nos ofreció la ayuda de las asociacion­es. Estoy en dos: la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M y a la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Nos han ayudado con psicólogas, programas sociales, cursos, talleres...

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IGNACIO GIL El inspector Juan Carlos, en la sede del GEO en Guadalajar­a

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