La penúltima... o no
EL mismo día que los hosteleros cordobeses escenificaron su reunificación era la vicepresidenta Yolanda Díaz la que ponía al sector en un compromiso. El enemigo no siempre está dentro. Hostecor, que se sigue llamando así aunque haya integrado en su seno a Horeca, hace bien en fijarse como uno de sus objetivos prioritarios la puesta en marcha de la Escuela de Hostelería, si bien el empeño servirá de poco por mucho que prospere si es que no cambian algunas cosas importantes. En los restauradores y en los clientes, que somos todos. Sobre los primeros: este periódico acaba de publicar un informe que dice que siete de cada diez bares de Córdoba tienen sólo uno o dos empleados en nómina. La pregunta es cuántas mesas de sala y en el exterior ha de atender ese trabajador tan expuesto al estrés y al capricho del comensal. Hará un par de años, por cierto, que una película que dieron en Filmin y que se titulaba ‘Hierve’ —un plano secuencia, que entonces estaban de moda por el arrastre de ‘1917’— contaba justo eso: la oprimente, la asfixiante, la insoportable tensión a las que estaba sometido un cocinero de un restaurante pijo de Londres (creo) en el que cualquiera de los que entraba a gastarse una pasta amenazaba con ponerle una queja de las que hacen daño y ponen en riesgo el empleo si la carne no se servía en el exacto punto requerido. Quien tenga un amigo camarero se lo habrá escuchado: «Cualquiera que te pida en la barra un café con leche se piensa que es tu jefe, y no se va a dejar en el bar ni un euro y medio», te dice con razón. El debate que ha abierto Díaz —el del horario de los locales de restauración, el del abono de las horas extras— es más antiguo que el hilo negro, pero no por ello deja de ser necesario dedicarle un momento de reflexión. Sobre todo cuando tú estás relajado una noche o una madrugada de viernes o de sábado, y después de cenar y de tomar una copa, ya de vuelta, te da por sugerirle a quienes te acompañan, también con horas de descanso en el cuerpo, que por qué no tomamos la penúltima, ahora que estamos los justos, en ese bareto de la esquina que tiene la luz encendida aunque el currito recoja ya las mesas. Piensa en él, en cuánto llevará trabajando, en cuánto le pagan, y si no se merece irse ya a casa.