ABC (Córdoba)

Huellas y pisadas

- JAVIER AZNAR

Camavingui­smo o barbarie. La primera vez que vi jugar a Camavinga fue el día de su debut, en un Real Madrid-Celta de Vigo disputado en un Bernabéu semivacío, en obras, en la época pos-Covid. Fue mi primer partido en casa tras el cierre abrupto por la pandemia y el exilio forzoso en Valdebebas. Entre las mascarilla­s, la distancia de seguridad y las obras, el escenario no podía ser más deprimente. Pero Camavinga cambió el ánimo de la tarde. Marcó a los seis minutos de debutar. Lo cual no deja de ser curioso habida cuenta de que solo ha vuelto a marcar otro gol de blanco desde entonces. Pero me impactó en directo su manera de entrar al campo, de estar, su pisada, y especialme­nte su lenguaje corporal, que al instante me recordó en ciertos movimiento­s y formas a Fernando Redondo.

Me encantó su ‘mirada faro’, barriendo hacia todos lados antes de recibir el balón, detectando todos las posiciones y amenazas sobre el campo, como la cámara inteligent­e de un coche al aparcar. Es curioso que, al igual que ocurría con Redondo, también se le achaque no disparar más a menudo a puerta con su físico, su zurda y sus condicione­s. Contra el Celta hizo un gran partido. Venía de una semana tumultuosa tras ser sustituido al descanso en Champions, con cierto murmullo sobre su falta de madurez para liderar el centro del campo de un Real Madrid. Volvió a demostrar que le sobran condicione­s.

Huellas. Cada vez que veo jugar al Celta, sigo pensando que todavía lleva en la camiseta el patrocinio de Citroën. Fueron 31 años de colaboraci­ón. Creo que jamás me acostumbra­ré a esto. Sin tener nada en contra de Estrella Galicia, que encima va como un tiro (me abstendré del chiste fácil de «ha subido como la espuma»). Pero me ocurre como con el bigote de Schuster, analista del partido en Movistar+: aunque hace tiempo que va afeitado, para mí sigue estando ahí. Es un extraño fenómeno: está sin estar. Citroën y Schuster dejaron huella, su impronta. Rafa

Benítez, tras su paso como entrenador del Real Madrid, ninguna.

Vinicius. Fue muy comentada la acción de Vinicius con Mingueza. Sin que sirva de precedente, voy a poner de ejemplo a Morata y a Simeone: en la final de aquella Supercopa, Valverde tuvo que zancadille­ar a Morata para evitar un gol claro. El español, con más motivos para haberse vuelto loco por el momento y el escenario, ni se encaró, ni se enfrentó, ni le insultó. Simeone al acabar el partido dijo que comprendía la acción. Le podrían enseñar ese vídeo a Vinicius para que aprendiera un poco a controlar su fogosidad y sus emociones. Ahora se queda a una sola amarilla de la suspensión antes de jugar contra los dos finalistas de Copa y el Barça.

Rudiger. Cuando pensábamos que Rüdiger ya no podía intimidar más, se rapa la cabeza. Ayer fue crucial, demostrand­o su poderío físico, y casi termina desmontand­o a Arda Güler tras marcar el turco su primer gol. El bueno de Antonio tiene algo de Obélix, un exceso de fuerza que le hace no ser plenamente consciente de ella. En su taquilla colecciona, en vez de cascos de soldados romanos, espiniller­as de delanteros rivales.

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