Cerrar restaurantes, palio a Carles
Que no se conspire en la libertad sobre el mantel
CUMPLIR años se me da mal. Ahora, en el borde de los 40 a partir de mañana, ya voy sintiendo que somatizo España. Que la sonrisa de cuarto creciente de Míriam Nogueras me da escalofríos, que las congratulaciones de Bolaños a sí mismo por amnistiar a delincuentes y maleteros cada vez me paralizan el hombro, me descompensan el gemelo derecho, y que sudo adrenalina cuando otros duermen.
Si España era una unidad de ‘desatino’ en lo universal, ya no es ni España, y el ‘desatino’ es casi delito de lesa humanidad. Esto es una nación milenaria y un Estado fallido, fallido y otras cosas parecidas por Sánchez, del que no habrán cantores que cuenten la magnitud de la felonía. España era diferente, pero la cosa va a más porque ni siquiera se piense ni se conspire en la libertad sobre el mantel a esa hora en que la Luna nos iguala y se acaba a puñetazos o con un Abrazo de Vergara.
Tiene su ironía que a Puigdemont le abran el maletero con la izquierda postrada de hinojos, y que Yolanda Díaz quiera cerrar una institución democrática, un Senado popular, que es lo que es un restaurante a la hora de las confidencias y del amén. España necesita, aparte de jueces, un forense que diga qué falló, qué fue de aquellos que se dieron la paz y la palabra en el 78. Con qué propofol nos durmieron para siempre.
Me cierran pronto la hostelería, que es la censura previa y postrera de las almas libres, y uno tiene memoria y sabe que es volver, paso a paso, al secuestro del confinamiento. Y ahora, cuando los delincuentes salgan a la calle liberados, habrá que cuidarse las carteras y la propia vida.
Creer en la sociedad civil, en manifestaciones sanas al sol, es menospreciar la tiranía subsidiaria que gobierna. Pero sin embargo hay que salir, como el sábado, a las calles de Madrid, rompeolas y resistente.
Cerrojos echados y persianas cerradas. Esa España que no traga ni a Putin ni a los hijos de los hijos de Bolívar, por mucho que Évole blanquee a Zapatero; muñidor histórico del descalzaperros. El que hablaba con el viento andino, el que hizo la Constitución plastilina.