ABC (Córdoba)

La amistad de Ramón Ybarra

- Ram—n Ybarra Empresario JOSÉ IGNACIO MARTÍN AGUIRRE

Ahubiera deseado, Ramón

decir verdad, y aunque lo no contaba bien los chistes, ni cantaba ni tocaba la guitarra y no bailaba tan bien como su padre. Tampoco era una personalid­ad de la vida pública, y, aunque era alegre, solía ir con rostro serio y concentrad­o por la calle.

Entonces, ¿de dónde vienen tantas muestras de reconocimi­ento y sincera amistad que están recibiendo él y su familia estos días? Muy fácil: Ramón quería a la gente y lo demostraba con hechos a base de detalles. Tenía grandes capacidade­s y, aparte de cumplir con sus deberes familiares y profesiona­les, las desplegaba en cuidar a sus amigos, a los que trataba con detalles de cariño y atención. Somos amigos desde la infancia y podría decir que íntimos desde que a los catorce años perdí a quién me dio la vida, y Ramón y su madre me abrieron sus brazos para siempre. Ramón ha sido un amigo fiel que se ha preocupado por mí y me ha hecho disfrutar mucho.

Estos días he podido hablar con personas que desconocía que fueran amigos suyos, a los que se había ganado por felicitarl­os por algo menor, dar un sentido y cariñoso pésame, por gracias a su iniciativa haber recuperado una vieja amistad o por ayudar a alguien a entrar en una universida­d madrileña. Al ir a la frutería unos días antes le preguntó a la tendera por la oposición de su hija. Más tarde, ante una sorprendid­a Verónica, su mujer, Ramón le contestó que era una oposición a conductora de la EMT. El conserje de su edificio me dijo que la última vez que lo vio, Ramón le había ofrecido a su hijo pases para irse con sus amigos a dar una vuelta en los autobuses turísticos del negocio familiar. Hace unos meses llegó a sus oídos que un costalero del Cristo de la Candelaria, antiguo compañero, se encontraba en una situación límite personal y de salud y, junto al que fuera nuestro capataz, lograron que la Hermandad de la Caridad lo acogiera. Iba a verlo todos los meses y también cuando fue ingresado en el Virgen del Rocío.

Una amistad así vivida, estando atento a los demás a base de detalles y haciendo disfrutar a los amigos, tiene sus raíces en la caridad cristiana. Ramón se esforzaba por vivir de acuerdo con su fe, frecuentan­do los sacramento­s y creyendo en el poder de la oración. Cuántas veces hemos rezado juntos viniendo en coche de Madrid o debajo del Paso de

Cristo un martes santo. En la Santa Caridad lo vieron rezar el Rosario junto al antiguo compañero costalero. Ramón adoraba a su familia, y junto a Verónica, han sabido transmitir estos valores a sus hijos.

A él, que era tan detallista con los demás, el Señor quiso tener un detalle con él y se adelantó unas horas antes. Solía ir a misa los domingos y cerca de su casa, pero esta vez fue un sábado por la noche y al mismísimo Gran Poder, recibiendo al Señor en la Eucaristía pocas horas antes de su partida. Ese mismo día había disfrutado viendo por fin a su equipo ganar en su estadio tras una mala temporada y por la noche se fue a cenar y a pasarlo bien con su mujer y unos buenos amigos. Ramón no podía irse de una forma más sevillana.

Solía despedirse por la noche al ir a dormir con un «hasta mañana si Dios quiere» y a mí siempre me parecía algo propio y anticuado. Pero vaya si tenía razón; estamos en las manos de Dios. Desde el domingo tres de marzo, al despertar por la mañana, le doy gracias al Señor por regalarme un nuevo día. Y como Jesús con su amigo Lázaro he llorado también por mi amigo Ramón, confiando en que llegue un día en el que volvamos a disfrutar juntos en la vida eterna.

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