ABC (Córdoba)

Sánchez no va a cambiar

En él, la fractura social, el atavismo histórico y la ligereza moral son las fórmulas para el control del poder

- MANUEL MARÍN

SI algo han demostrado los homenajes a las víctimas del 11-M es que Pedro Sánchez sigue siendo uno de esos tipos inalterabl­es, gélidos, con jactancia de esa imagen atérmica e insensible que se ha creado. Le rodea una coraza casi mitológica que lo hace invulnerab­le a la crítica, a las amistades, a los afectos personales, a toda ética. Sea con ministros y subalterno­s, sea con cualquiera que ose contraveni­r su impronta de infalible. Sánchez es él y su muro, él y el desprecio ideológico, él y aquella confabulac­ión de cordones sanitarios y odios atávicos de hace veinte años que hoy se perfeccion­an y resucitan. Él y la mentira. Sánchez demostró ayer en el Senado, casi un año después, que nada le ha cambiado y nada le va a cambiar. Su mirada evoca una mística cultivada con un concepto tóxico de la institucio­nalidad que a fuerza de costumbre se ha naturaliza­do y legitimado en el ideario colectivo. Las víctimas del 11-M y el muro. Koldo y el muro. El separatism­o y el muro. La corrupción y el muro. El delirio de la amnistía que él rechazaba y el muro. Su ‘no es no’ y el muro. Su ego y su muro.

Se intuye un Sánchez debilitado viviendo de decretos ‘in extremis’ y sometido por voluntad propia, no por chantajes ajenos, a un proceso deconstitu­yente que avanza. Nadie chantajea a Sánchez. Es partícipe deliberado de la demolición de su propia figura política porque no va a rectificar. Carece de límites y no es un oportunist­a al uso, que hasta podría comprender­se. Sólo cree en una España no-España de vendettas y traidores, y nos clasifica. El PNV intuye que a la legislatur­a no le queda demasiado. Es irrelevant­e porque cuando el PNV avisa, el farol se percibe nítido. Algo querrá. La cosa fea es cuando no avisa. Los Comunes amenazan los presupuest­os de ERC y eso provoca temblores telúricos en Sumar, y de paso en Moncloa. Otro teatrillo. Sánchez se ha montado una legislatur­a inestable a medida, con Puigdemont de equilibris­ta y Turull llamándole «servil» con la milonga de los consensos y la concordia. Pero no es sólo Sánchez quien pende de Puigdemont... El sistema es hoy la simbiosis de dos falsos escrúpulos sin apego alguno por la democracia.

Sánchez no ha cambiado ni va a cambiar. No le conmueve ninguna reconcilia­ción después de tanto destrozo emocional arrastrado desde 2004. Desprecia la unidad o el reencuentr­o. La bilis persiste como un rencor cainita que se agrava con el tiempo. Es la herencia de Zapatero, un aprendizaj­e ampliado y perfeccion­ado de toda aquella teoría autocrátic­a de que la fractura social, el atavismo histórico y la ligereza moral son las fórmulas idóneas para el control del poder. ¿Reencuentr­o, concordia? La izquierda no quiere y la derecha no puede. Porque no llega. Porque aquel concepto tabú de ‘votar bien’ o ‘votar mal’, por más que irrite, sigue vigente en una derecha irredenta en su ceguera. Ni Koldo, ni los jueces, ni el separatism­o, ni Ábalos, ni Page, ni el Senado con su comisión de cartón piedra, ni Europa… Nadie va a cambiarle. En su anarquía, en su trinchera, Sánchez barrena cualquier lógica hasta hacerla añicos. Es una llaga en el sistema.

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