ABC (Córdoba)

La tasa turística

Aquello que cuesta dinero, es lo que se valora

- FRANCISCO J. POYATO

Bellido ha abierto el melón de la tasa turística, un clásico entre cualquier alcalde moderno que se precie. Ni la izquierda ni la derecha le ha hincado el diente a Córdoba —cuatro declaracio­nes Patrimonio de la Humanidad— en un dilema tributario e impopular a priori —todo lo que sea cobrar y pagar, ya se sabe—, pero a posteriori necesario, tal y como están los umbrales de exigencia en materia patrimonia­l y de turismo. Y como se las gastan ya otros países vecinos como Francia y Portugal (ahí no rechistamo­s cuando nos toca sacar los euros). Máxime en ciudades como ésta, donde el velo normativo llega a asfixiar en su loable afán conservaci­onista y donde un intenso calendario festivo y unos activos incomparab­les atraen cada vez a más visitantes y requieren de una mayor labor de los servicios municipale­s para mantener la ciudad en orden y a gusto del consumidor.

La tasa turística es de esos debates que no le gusta tocar a un alcalde en el fondo, pero Bellido, con eso de que es el ‘alcalde de los alcaldes’ andaluces por su puesto en la FAMP ha tenido que sacar un poco el pie del tiesto dando rodeos: a medio plazo, siempre que la afluencia entre en unos derroteros de saturación, habrá que estudiarlo... Tarde o temprano habrá que hacerlo. Y más temprano que tarde. Pero mejor que sea otra ciudad quien se tire primero a la piscina. La idea del alcalde de Sevilla de cerrar la Plaza de España y cobrar una entrada para poder sufragar su rehabilita­ción y acabar con el vandalismo es un ejemplo claro de que el debate está ahí.

El gravamen turístico fluctúa entre cobrar por noche o persona y noche en paquete. De cincuenta céntimos a cuatro euros. Según la categoría del alojamient­o y la propia entidad de la ciudad. Así sea el grado de saturación o las telarañas de las arcas municipale­s. Es un torpedo en la línea de flotación de los pisos turísticos en negro, justo cuando el Ayuntamien­to debe dar forma a la regulación impulsada por la Junta de Andalucía para poner orden entre apartament­os, viviendas y pisos.

No es fácil. Es la manta corta. Los destinos patrimonia­les no pueden ser parques temáticos pero tampoco pueden exceder en sus ‘vicios’ vitales. Pero lo cierto es que aquello que cuesta dinero, es lo que se acaba valorando.

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