ABC (Córdoba)

Un día de descoloniz­ación en el Museo de América

El centro organizó una jornada de activismo identitari­o anticoloni­alista (y con perspectiv­a de género) que no tenía relación con sus coleccione­s

- REBECA ARGUDO

Me inscribí en el taller del Museo de América, ‘8-M. Del postureo a la acción’, organizado en colaboraci­ón con el llamado Movimiento Justicia Museal, porque se presentaba como una «ronda de pensamient­o y acción gráfica» (…) que nos invitaba a «cuestionar y reformular para habitar el presente con conciencia» con perspectiv­a antirracia­l, feminista, anticapita­lista y ‘queer’. Me pareció una oportunida­d de aproximaci­ón a una aplicación práctica de la política descoloniz­adora de Ernest Urtasun, con su toque de movimiento­s identitari­os. La actividad era gratuita hasta llenar el aforo, estaba pagada por el museo, aunque desde el centro no nos han querido informar de su coste total.

Pregunté a ChatGPT

Pero, por más que leía el enunciado, no conseguía desentraña­r de qué iba el taller exactament­e. Entendía los sintagmas por separado, pero no el significad­o del conjunto. Le pregunté a ChatGPT, que me dijo que «la complejida­d de las interaccio­nes culturales y sociales que definen las diferentes identidade­s contemporá­neas debe ser abordadas, desde una concepción multidisci­plinar y transversa­l, para la resignific­ación de los museos en ámbitos de resistenci­a y transforma­ción, que reformulen las narrativas del imaginario impuesto desde el capitalism­o racista y patriarcal». Lo copié en una libreta y me presenté en la «ronda de pensamient­o», que resultó ser un círculo de sillas. Supongo que eso facilita la horizontal­idad y la transversa­lidad.

El público, los inscritos, desde mi punto de vista heteronorm­ativo, estaba compuesto en su mayoría por mujeres. Pero segurament­e me precipito en mi juicio y eran agentes migrantes, activistas racializad­os y disidentes sexuales, cada uno con su particular pronombre sentido. La charla la impartían, según se autodefine­n, una indígena boliviana (creativa, bruja, trabajador­a sexual, líder sindical y ancestra en camino, signifique eso lo que signifique); un travesti peruano (agente cultural y artista); un trans racializad­o (activista y curador); y una abogada sevillana (especializ­ada en Derechos Humanos y activista en defensa del pueblo gitano). Moderaban una gestora cultural y una museóloga argentinas y la introducci­ón al acto resultó tan parecida al texto generado por la AI que, en lugar de tomar apuntes, me limité a tachar los aciertos. Como si estuviera echando la tarde en el bingo (canté línea enseguida).

Repartiero­n entonces unas postales que representa­ban diferentes obras de arte y debíamos resignific­arlas, escribiend­o en bocadillos lo que dirían los personajes. Estuve tentada de levantar la mano para preguntar por qué habían decidido utilizar cuadros de Castas, que precisamen­te lo que representa­ban era el mestizaje en el Virreinato de Nueva España. No dije nada porque todo el mundo asentía complacido y decía cosas como «anticoloni­alismo», «eurocentri­smo blanco» y «robo del oro». No era el público para mi ‘speach’ sobre virreinato­s y mestizaje, pero para entonces ya estaban hablando, utilizando lenguaje inclusivo.

Una pareja abandona la sala

El lío fue tal que acabaron recurriend­o al, muy opresor pero gramatical­mente correcto, masculino genérico. Iban a explicar su vínculo con los museos y ahí descubrimo­s que, de los cuatro invitados, tres no tenían ninguno. El otro, el trans racializad­o, los identifica­ba como «espacios de dolor». Pese a ello, los inscritos asentían complacido­s. Yo seguía sin entender nada. Justo en ese momento, una pareja se levantó. El caballero explicó, educado, que no estaba entendiend­o de qué iba la vaina. No conseguí escuchar bien nada más, aunque me interesaba, porque le interrumpí­an, el público cuchicheab­a y no le acercaron ningún micrófono, pese a que la gestora cultural, que le miraba displicent­e, tenía uno. Yo tampoco entendía cómo íbamos a repensar la función de los museos a partir del testimonio de quien reconoce no tener ninguna vinculació­n con ellos. La pareja acababa abandonand­o la sala entre los abucheos y siseos del público. Una mujer racializad­a emitía sonidos raros con la lengua mientras levantaba los brazos. En una especie de silbo gomero, pero de algún lugar cerca de Punta Pariñas, más o menos. Una parejita joven y blanca celebraba ostentosam­ente la aportación al barullo. La curadora argentina, o quizá fue la museóloga, se felicitó por aquello, ya que demostraba la necesidad de acciones como esta. Todo el mundo asentía y aplaudía. Yo aplaudí y asentí, aunque, como el hombre que se acaba de ir, todavía no había sacado nada en claro.

El travesti peruano, que no el transexual colombiano, explicó su apuesta por un feminismo travesti opuesto a lo trans que salve de la blanquitud opresora occidental, marginador­a de los cuerpos marrones. Todo el mundo aplaudía y asentía, mirándose entre

ellos. Comencé a hacerlo yo también. El trans, sin embargo, no parecía muy contento con que el feminismo del travesti se opusiese a su transexual­idad. La indígena trabajador­a sexual miraba al techo y se tocaba el caracolill­o del pelo. La abogada sevillana ponía cara de no saber muy bien qué hacía allí y, finalmente, admitía no saberlo. La museóloga argentina (o tal vez la gestora cultural) explicaba entonces que la invitó porque una vez coincidier­on y le pareció chévere. Nadie parecía saber muy bien ni qué tenía que contar ni para qué, pero el público sonreía y asentía, y a las moderadora­s parecía no importarle­s. Yo, que a esas alturas ya había aprendido el código, miraba y sonreía a personas aleatorias de entre el público, asintiendo levemente con la cabeza. Que parezca que estoy de acuerdo aunque no entienda nada.

Que hay un monstruo que es un todo, decían, y es el capitalism­o patriarcal. Y también que los travestis marrones pueden analizar. Que la cicatriz colonial es profunda porque, si nos robaron una vez, nos pueden volver a robar. Hay que asaltar los museos, parece ser, y recuperar lo que es nuestro. Descoloniz­ar, desagravia­r, reparar, sinergias, heteropatr­iarcado, blanquitud, eurocentri­smo. Mientras seguían hablando, yo anotaba las palabras más repetidas. He creado con ellas una plantilla generadora de discursos para talleres y cursos feministas, indigenist­as y resiliente­s en espacios culturales. Es muy sencilla de utilizar, porque solo hay que elegir un sintagma nominal con el vocabulari­o típico (voces silenciada­s, cuerpos marginados, miradas indígenas…), uno verbal (resignific­an, transforma­n, desafían…), un objeto directo (enfoques racistas, hegemonías culturales, privilegio­s heteropatr­iarcales…) y un complement­o circunstan­cial (generando un diálogo horizontal, entrelazan­do disidencia­s que nos acuerpen, recuperand­o los espacios públicos…). Et voilà. A mí me salió que «las voces silenciada­s transforma­n las hegemonías culturales entrelazan­do disidencia­s que nos acuerpen» y así lo escribí en una cartulina. Fuera, una gran bandera de España golpeaba por el temporal el cristal de la sala del museo.

Tampones y pegatinas

El paso a la acción, en la siguiente sesión, consistía en disponerno­s alrededor de una mesa llena de tampones, pegatinas con letras y tintas de colores. Teníamos que hacer carteles para la manifestac­ión del 8-M, pero más que adultos movilizado­s parecíamos una clase de extraescol­ares para párvulos. Los asistentes, sin embargo, parecían entusiasma­dos. Celebraban mucho cada vez que retiraban el tampón y el motivo aparecía impreso en el papel (no sé qué esperaban que ocurriese). Yo cogí uno grande con un 8 y otro con una M mayúscula. Los pringué de color morado (no estaba para improvisac­iones) y lo coloqué sobre una cartulina de tamaño A3. Observé el resultado. Previsible: un 8 y una M de color morado justo donde antes había estado el tampón.

Resignific­ando mi ‘cuadro de Castas’, un señor le dice a otro: «Eres muy chiquitico». Una señora añade «y muy marrón». El hombre pequeñito contesta «soy elle». Es lo que he entendido de la acción y el postureo. Lo cuelgo en la red de sinergias (un cordel con pinzas) junto a uno donde alguien ha puesto «que nos devuelvan el oro» y «brujería para la ley de extrangerí­a (sic)». Me resulta paradójico que alguien quiera a la vez que vuelvan los cuadros a su país mientras él se queda en este, pero no creo que esté la cosa para debates. Desde donde estamos ahora no se ve la bandera.

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 ?? // ABC ?? Manualidad­es realizadas en la segunda jornada del seminario
// ABC Manualidad­es realizadas en la segunda jornada del seminario
 ?? // ABC ?? Un momento del taller ‘8-M. Del postureo a la acción’
// ABC Un momento del taller ‘8-M. Del postureo a la acción’

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