Un día de descolonización en el Museo de América
El centro organizó una jornada de activismo identitario anticolonialista (y con perspectiva de género) que no tenía relación con sus colecciones
Me inscribí en el taller del Museo de América, ‘8-M. Del postureo a la acción’, organizado en colaboración con el llamado Movimiento Justicia Museal, porque se presentaba como una «ronda de pensamiento y acción gráfica» (…) que nos invitaba a «cuestionar y reformular para habitar el presente con conciencia» con perspectiva antirracial, feminista, anticapitalista y ‘queer’. Me pareció una oportunidad de aproximación a una aplicación práctica de la política descolonizadora de Ernest Urtasun, con su toque de movimientos identitarios. La actividad era gratuita hasta llenar el aforo, estaba pagada por el museo, aunque desde el centro no nos han querido informar de su coste total.
Pregunté a ChatGPT
Pero, por más que leía el enunciado, no conseguía desentrañar de qué iba el taller exactamente. Entendía los sintagmas por separado, pero no el significado del conjunto. Le pregunté a ChatGPT, que me dijo que «la complejidad de las interacciones culturales y sociales que definen las diferentes identidades contemporáneas debe ser abordadas, desde una concepción multidisciplinar y transversal, para la resignificación de los museos en ámbitos de resistencia y transformación, que reformulen las narrativas del imaginario impuesto desde el capitalismo racista y patriarcal». Lo copié en una libreta y me presenté en la «ronda de pensamiento», que resultó ser un círculo de sillas. Supongo que eso facilita la horizontalidad y la transversalidad.
El público, los inscritos, desde mi punto de vista heteronormativo, estaba compuesto en su mayoría por mujeres. Pero seguramente me precipito en mi juicio y eran agentes migrantes, activistas racializados y disidentes sexuales, cada uno con su particular pronombre sentido. La charla la impartían, según se autodefinen, una indígena boliviana (creativa, bruja, trabajadora sexual, líder sindical y ancestra en camino, signifique eso lo que signifique); un travesti peruano (agente cultural y artista); un trans racializado (activista y curador); y una abogada sevillana (especializada en Derechos Humanos y activista en defensa del pueblo gitano). Moderaban una gestora cultural y una museóloga argentinas y la introducción al acto resultó tan parecida al texto generado por la AI que, en lugar de tomar apuntes, me limité a tachar los aciertos. Como si estuviera echando la tarde en el bingo (canté línea enseguida).
Repartieron entonces unas postales que representaban diferentes obras de arte y debíamos resignificarlas, escribiendo en bocadillos lo que dirían los personajes. Estuve tentada de levantar la mano para preguntar por qué habían decidido utilizar cuadros de Castas, que precisamente lo que representaban era el mestizaje en el Virreinato de Nueva España. No dije nada porque todo el mundo asentía complacido y decía cosas como «anticolonialismo», «eurocentrismo blanco» y «robo del oro». No era el público para mi ‘speach’ sobre virreinatos y mestizaje, pero para entonces ya estaban hablando, utilizando lenguaje inclusivo.
Una pareja abandona la sala
El lío fue tal que acabaron recurriendo al, muy opresor pero gramaticalmente correcto, masculino genérico. Iban a explicar su vínculo con los museos y ahí descubrimos que, de los cuatro invitados, tres no tenían ninguno. El otro, el trans racializado, los identificaba como «espacios de dolor». Pese a ello, los inscritos asentían complacidos. Yo seguía sin entender nada. Justo en ese momento, una pareja se levantó. El caballero explicó, educado, que no estaba entendiendo de qué iba la vaina. No conseguí escuchar bien nada más, aunque me interesaba, porque le interrumpían, el público cuchicheaba y no le acercaron ningún micrófono, pese a que la gestora cultural, que le miraba displicente, tenía uno. Yo tampoco entendía cómo íbamos a repensar la función de los museos a partir del testimonio de quien reconoce no tener ninguna vinculación con ellos. La pareja acababa abandonando la sala entre los abucheos y siseos del público. Una mujer racializada emitía sonidos raros con la lengua mientras levantaba los brazos. En una especie de silbo gomero, pero de algún lugar cerca de Punta Pariñas, más o menos. Una parejita joven y blanca celebraba ostentosamente la aportación al barullo. La curadora argentina, o quizá fue la museóloga, se felicitó por aquello, ya que demostraba la necesidad de acciones como esta. Todo el mundo asentía y aplaudía. Yo aplaudí y asentí, aunque, como el hombre que se acaba de ir, todavía no había sacado nada en claro.
El travesti peruano, que no el transexual colombiano, explicó su apuesta por un feminismo travesti opuesto a lo trans que salve de la blanquitud opresora occidental, marginadora de los cuerpos marrones. Todo el mundo aplaudía y asentía, mirándose entre
ellos. Comencé a hacerlo yo también. El trans, sin embargo, no parecía muy contento con que el feminismo del travesti se opusiese a su transexualidad. La indígena trabajadora sexual miraba al techo y se tocaba el caracolillo del pelo. La abogada sevillana ponía cara de no saber muy bien qué hacía allí y, finalmente, admitía no saberlo. La museóloga argentina (o tal vez la gestora cultural) explicaba entonces que la invitó porque una vez coincidieron y le pareció chévere. Nadie parecía saber muy bien ni qué tenía que contar ni para qué, pero el público sonreía y asentía, y a las moderadoras parecía no importarles. Yo, que a esas alturas ya había aprendido el código, miraba y sonreía a personas aleatorias de entre el público, asintiendo levemente con la cabeza. Que parezca que estoy de acuerdo aunque no entienda nada.
Que hay un monstruo que es un todo, decían, y es el capitalismo patriarcal. Y también que los travestis marrones pueden analizar. Que la cicatriz colonial es profunda porque, si nos robaron una vez, nos pueden volver a robar. Hay que asaltar los museos, parece ser, y recuperar lo que es nuestro. Descolonizar, desagraviar, reparar, sinergias, heteropatriarcado, blanquitud, eurocentrismo. Mientras seguían hablando, yo anotaba las palabras más repetidas. He creado con ellas una plantilla generadora de discursos para talleres y cursos feministas, indigenistas y resilientes en espacios culturales. Es muy sencilla de utilizar, porque solo hay que elegir un sintagma nominal con el vocabulario típico (voces silenciadas, cuerpos marginados, miradas indígenas…), uno verbal (resignifican, transforman, desafían…), un objeto directo (enfoques racistas, hegemonías culturales, privilegios heteropatriarcales…) y un complemento circunstancial (generando un diálogo horizontal, entrelazando disidencias que nos acuerpen, recuperando los espacios públicos…). Et voilà. A mí me salió que «las voces silenciadas transforman las hegemonías culturales entrelazando disidencias que nos acuerpen» y así lo escribí en una cartulina. Fuera, una gran bandera de España golpeaba por el temporal el cristal de la sala del museo.
Tampones y pegatinas
El paso a la acción, en la siguiente sesión, consistía en disponernos alrededor de una mesa llena de tampones, pegatinas con letras y tintas de colores. Teníamos que hacer carteles para la manifestación del 8-M, pero más que adultos movilizados parecíamos una clase de extraescolares para párvulos. Los asistentes, sin embargo, parecían entusiasmados. Celebraban mucho cada vez que retiraban el tampón y el motivo aparecía impreso en el papel (no sé qué esperaban que ocurriese). Yo cogí uno grande con un 8 y otro con una M mayúscula. Los pringué de color morado (no estaba para improvisaciones) y lo coloqué sobre una cartulina de tamaño A3. Observé el resultado. Previsible: un 8 y una M de color morado justo donde antes había estado el tampón.
Resignificando mi ‘cuadro de Castas’, un señor le dice a otro: «Eres muy chiquitico». Una señora añade «y muy marrón». El hombre pequeñito contesta «soy elle». Es lo que he entendido de la acción y el postureo. Lo cuelgo en la red de sinergias (un cordel con pinzas) junto a uno donde alguien ha puesto «que nos devuelvan el oro» y «brujería para la ley de extrangería (sic)». Me resulta paradójico que alguien quiera a la vez que vuelvan los cuadros a su país mientras él se queda en este, pero no creo que esté la cosa para debates. Desde donde estamos ahora no se ve la bandera.