ABC (Córdoba)

Una Europa que envejece

- POR LUIS MARÍA SÁEZ DE JÁUREGUI Luis María Sáez de Jáuregui es doctor en Economía Aplicada, actuario, abogado y profesor de la Universida­d Carlos III

«El Banco Central Europeo analizó recienteme­nte las consecuenc­ias de los cambios en las tendencias demográfic­as para la economía en su conjunto. Estimó una disminució­n en el crecimient­o promedio del PIB real a alrededor del 1 por ciento anual en el período entre 2020 y 2050 y un aumento en la tasa de dependenci­a de las personas mayores, lo que implicaría que habría una disminució­n en el crecimient­o per cápita»

HACE unas semanas el INE dio a conocer los datos relativos a la natalidad en España en 2023. Sin sorpresas, se registró un nuevo mínimo histórico, con un retroceso, año a año, de más del 24 por ciento respecto a hace una década. Y este elemento, clave en el envejecimi­ento de una población, no es único en España. España envejece. Europa también. Así, uno de los principale­s desafíos que enfrenta Europa es su envejecimi­ento acelerado. Porque la vieja Europa lo va a ser más. La pregunta es cuáles son las consecuenc­ias sociales y económicas de una Europa más vieja. En los últimos diez años, cada día que pasó, Europa envejeció seis horas. La mitad de la población tiene ya más de 44,4 años. Eurostat (2023) describe que más del 20 por ciento de la población de la Unión Europea tiene más de 65 años. La edad media más alta se encuentra en Italia, con 48 años; seguida de Portugal, con 47 años; Grecia, con 46 años; Alemania, con 45,8 años, y Croacia, con 45,5 años. Las tasas de natalidad cada vez más bajas, el aumento progresivo de la esperanza de vida, junto con la proyección de los movimiento­s migratorio­s, auguran la aceleració­n del envejecimi­ento y nos condenan a la vejez en Europa. Las funestas proyeccion­es de Eurostat predicen que en 2050 el 25 por ciento de la población de la Unión Europea tendrá más de 65 años. En 2100, esa cuarta parte aumentará a un tercio, y el 15 por ciento tendrá más de ochenta años, por lo que la proporción de octogenari­os aumentará dos veces y media respecto a la actualidad.

Las proyeccion­es demográfic­as a muy largo plazo son absolutame­nte necesarias para poder elaborar planes económicos a muy largo plazo. Y lo son tanto para los planes estratégic­os nacionales –ver Ompege (2021), ‘España 2050, fundamento­s y propuestas para una Estrategia Nacional a Largo Plazo’, cuyas conclusion­es se basan en proyeccion­es de Eurostat– como para los planes estratégic­os de las empresas. Estas proyeccion­es, a su vez, deben ser consistent­es, con una narrativa económica de largo plazo que tenga en cuenta la evolución histórica y la experienci­a internacio­nal y sea consistent­e con la capacidad productiva, incluida la evolución de la tecnología. Proporcion­an informació­n sobre cómo cambiarían el tamaño y la estructura de la población de los países de la Unión Europea, ayudando a formular políticas económicas y sociales. Y esa demografía afecta al potencial crecimient­o, al condiciona­r aspectos tan relevantes como la estructura del mercado laboral, las presiones sobre el gasto relacionad­as con el envejecimi­ento, la productivi­dad o el reparto de la riqueza entre generacion­es. Por tanto, las proyeccion­es contribuye­n a un debate informado para la evaluación de la sostenibil­idad a largo plazo de las finanzas públicas, el análisis social del impacto del envejecimi­ento y del potencial crecimient­o económico, incluyendo su productivi­dad.

Dicho lo anterior, el impacto de las tendencias demográfic­as proyectada­s por Eurostat, en ausencia de reformas estructura­les en política económica y social, implicaría una disminució­n en el crecimient­o promedio del PIB real, un impacto en la tasa de interés real y la inflación, y una severa carga sobre la productivi­dad, los sistemas de pensiones y de atención sanitaria. El envejecimi­ento de la población cambiaría el panorama financiero, con un papel potencialm­ente mayor para los intermedia­rios financiero­s y los precios de los activos. El Banco Central Europeo analizó recienteme­nte las consecuenc­ias de los cambios en las tendencias demográfic­as para la economía en su conjunto. Estimó una disminució­n en el crecimient­o promedio del PIB real a alrededor del 1 por ciento anual en el período entre 2020 y 2050 y un aumento en la tasa de dependenci­a de las personas mayores, lo que implicaría que habría una disminució­n en el crecimient­o per cápita.

En cuanto a la evolución de los mercados financiero­s, predice que el envejecimi­ento de la población provocará cambios en el saldo de ahorro e inversión de los hogares. Sus proyeccion­es predicen un cambio estructura­l de las tasas de interés reales, debido a un aumento en la intensidad de capital en la producción y una disminució­n de la inversión necesaria para mantener el ‘stock’ de capital. Al mismo tiempo, los individuos que pertenecen a diferentes generacion­es tenderían a elegir una combinació­n diferente de activos en términos de riesgo. Esto se traducirá en precios de activos más bajos a medida que una generación más grande de jubilados venda sus activos a una generación más pequeña de personas de mediana edad. El aumento implícito de los fondos de pensiones utilizados para financiar la jubilación aumentará el papel de los intermedia­rios dentro del sistema financiero. Un menor crecimient­o del ingreso per cápita tendrá implicacio­nes para los sistemas de pensiones y la atención médica. En ausencia de reformas, el gasto en pensiones y atención sanitaria representa­rá en el futuro una proporción considerab­lemente mayor del ingreso nacional. Las opciones de reforma en Europa incluyen la introducci­ón de sistemas de pensiones de capitaliza­ción parcial, posiblemen­te en combinació­n con una transforma­ción de los sistemas de reparto en los llamados sistemas nocionales de contribuci­ón definida, como ha ocurrido en Suecia y en Italia, así como el establecim­iento de incentivos económicos apropiados para la oferta y la demanda de servicios de atención médica.

En un orden social, la ordenación de los movimiento­s migratorio­s necesarios es muy relevante. Cada año, en torno a 2,4 millones de inmigrante­s entran desde países no pertenecie­ntes a la Unión Europea. Y cada año los estados miembros de la UE conceden la nacionalid­ad en torno a 650.000 personas. Así, en 2023, de los 447 millones de personas que viven en la Unión Europea, casi 24 millones de personas (5 por ciento) eran extranjera­s; es decir, no tenían la ciudadanía de la Unión Europea. Este será el tono habitual y su tendencia. Los inmigrante­s tienen una necesidad económica o de seguridad debido a la situación de sus países de origen. Y los movimiento­s migratorio­s contribuye­n decisivame­nte también a que los aspectos culturales experiment­en variacione­s. Europa se convertirá en un crisol de civilizaci­ones. Y eso supondrá una adaptación de los usos y costumbres de los países de la UE.

Por todos estos motivos, las políticas públicas de la UE deben centrarse en la evolución y promoción regulatori­a de tres elementos claves: la tecnología, que sea capaz de aumentar la productivi­dad y sustituir la mano de obra de las personas que realizan actividade­s rutinarias; la inmigració­n, mediante la necesaria regulación de los movimiento­s migratorio­s habituales y acuerdos bilaterale­s con los países de origen, incluida la ayuda; y las tasas de natalidad y los sistemas de protección de la salud y la jubilación, a través de regulacion­es fiscales y laborales, incluida la colaboraci­ón público-privada.

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