Vida en el pantano
El sanchismo crea una neorrealidad con retales de medias verdades y mentiras macizas donde encofrar su Muro sobre un escorial de embustes
CON el apoyo inquebrantable y corajudo de su infantería mediática (a veces remunerada con dinero público; a medio millón anual le sale la ‘entrega’ a alguna presentadora) y dispuesta marcialmente en orfeón de «opinión sincronizada», la ‘sanchosfera’ tira para adelante contra viento, Koldo, Francina, Ábalos, Torres, Illa, Marlaska, Puchi y el resto de la marea. Y lo hace en su viaje hacia esa realidad paralela que el líder socialista está intentando conformar de acuerdo con la exótica teoría de que él, y sólo él, dicta lo que es verdad y lo que es mentira, convirtiendo su discurso casi en palabra de Dios [«te alabamos, señor», contestará el orfeón en disciplinado salmo responsorial]. Sólo desde esa perspectiva cabe comprender que Sánchez se organice un homenaje a sí mismo para conmemorar el cuarto aniversario del primer estado de alarma por él decretado, que luego fue declarado inconstitucional. Tan ilegal como el segundo, tan ilegal como el cierre discrecional del Congreso durante la pandemia y tan ilegal, seguramente, como la amnistía a los golpistas.
Porque de eso se trata, de crear una neorrealidad sustentada en una irrefrenable querencia a deformar lo ocurrido con retales de medias verdades y mentiras macizas para encofrar sobre ese escorial de embustes los cimientos del ecosistema sanchista, que se plantea como la única tierra de promisión posible. Más allá del Muro –sostiene Sánchez– se abre un pestilente pantano lleno de criaturas espantosas y rodeado de gases sulfurosos, una especie de ‘apartheid’ donde colocar a todo aquel que se aleje del pensamiento único. Recordemos a Chávez haciendo mohínes en el atril de la ONU y gritando «ayer el diablo (Bush) estuvo aquí. Huele a azufre todavía». Pues más o menos lo mismo viene a decir Sánchez cada vez que asoma la nariz por un ventanuco para olisquear el aire que respiran más de la mitad de los españoles, esos «fachas», que él ha colocado al otro lado de su Muro.
Dentro, en ese disparatado mundo paralelo, se festeja por tanto lo inconstitucional porque todo vale, y lo «peripatético» no tiene relación con lo aristotélico sino que se convierte en el denuesto que un ignorante le echa a la cara a un rival (Sánchez a Feijóo en el Congreso) como si fuera el superlativo de «patético» en colosal burricie. Allí, en la ‘sanchosfera’, el cabo Perdigones con toda su barba deja de ser hombre, de repente se declara mujer al grito de «¡lo mío es un constructo!» y del tirón se hace «madre no gestante» aprovechando la gatera del disparate de la ley Trans. Dentro del Muro, donde Koldo era hasta hace dos días un militante modelo, se borran también los delitos cometidos por los golpistas del 1-O y se vende como «reconciliación y concordia» lo que es un acto de corrupción política, pues esa amnistía surge de un inmoral y turbio pago a cambio de los siete votos de los separatistas que le sirvieron de costaleros para meterle de nuevo en La Moncloa. Es tan basto, tan a granel y de estraza, el discurso de la ‘sanchosfera’ que es tarea inútil de los politólogos de la tele cuando tratan de dotar de cierta altura a esa cursilería llamada «conversación pública», que intramuros no es más que la cháchara progre de siempre puesta al día.