Uno de cada ocho andaluces tienen enfermedad renal
Aunque la tasa de prevalencia está por debajo de la media nacional, el número de casos que precisan de diálisis o trasplante crece año tras año
Se le conoce como la ‘epidemia silenciosa’, pues su desarrollo no ofrece síntomas claramente indentificables y los expertos ya hablan de que podría convertirse en la segunda causa de muerte en España. Hablamos de la enfermedad renal crónica, una dolencia que ya afecta a 11.500 andaluces que tuvieron ayer su día conmemorativo como aliento a una realidad compleja y, sin duda, un grave problema de salud pública mundial.
Esos millares de pacientes son los que precisan de diálisis o, directamente, de un trasplante de riñón. Si se compara con la media española (1.410 personas por cada millón de población), la prevalencia andaluza (el número total de casos) volvió a quedar por debajo en 2022, con 1.330 pmp.
Respecto a los nuevos casos diagnosticados —la incidencia—, la tasa andaluza (150 pmp) se mueve en los mismos términos que la general. Más allá de las proporciones, 1.229 andaluces son los que han empezado el tratamiento renal en Andalucía. Se aprecia que el 57% de los pacientes son mayores de 65 años, lo que nos indica que la edad media va subiendo cada año.
Aunque pueda parecer alentador, la realidad es que el volumen de personas con la enfermedad avanzada crece año tras año. No en vano, la Sociedad Española de Nefrología indica que la tasa de infradiagnóstico es del 40 por ciento.
Es más, se estima que un 15% de la población española tiene enfermedad renal en alguna de sus fases, lo que extrapolado al caso autonómico indica que un millón de andaluces tienen el problema. Uno de cada ocho, tomando el último dato de población regional total de 8.472.407 personas de 2021.
El presidente de la institución, Emilio Sánchez, vaticina que «un tercio de las personas mayores de 65 tendrán ERC y ésta será la segunda causa de muerte en España». Por si no fuera suficiente, se hacen eco de estudios que hablan de un aumento de costes sanitarios de casi el 14%. Por poner un ejemplo, en 2027 se llegaría a 4.890 millones, que «equivalen al 7% del presupuesto actual de todas las comunidades autónomas en Sanidad y que se acerca al presupuesto total de Navarra o Asturias».
La prevención es la clave
Los profesionales guían su proceder en torno a una estrategia nacional de 2015 que ya se antoja obsoleta. Nuria Aresté, presidenta de la Sociedad Andaluza de Nefrología (Nefrosan) pone el acento en la prevención: «Entonces no teníamos armas para ello. Ahora han aparecido fármacos que pueden prevenir la enfermedad renal». A nivel regional, recuerda que «en Andalucía existe un plan de tratamiento pero enfocado a la enfermedad renal avanzada. No tenemos nada para las fases más precoces».
En opinión de Aresté, «hay que ir a los factores predisponentes, que son la obesidad, la diabetes o la hipertensión», que además están en aumento por el estilo de vida actual. La detección precoz en este tipo de pacientes es clave, porque es muy probable que tiempo después tengan una enfermedad renal crónica si no se les trata.
La dificultad estriba en que «los riñones no duelen, salvo en casos de cólico nefrítico o tumor» y en que no está tan inculcado en la sociedad el control de estos parámetros, como sí ocurre con el colesterol o la tensión arterial. «Las pruebas son sencillas y accesibles desde Atención Primaria, y además no son caras para el sistema», explica la nefróloga, que trabaja en el Hospital Macarena de Sevilla. «Una prueba rutinaria que nos da mucha información y que no suele hacer son los análisis de orina, en los que se puede ver fácilmente si se eliminan proteínas, si hay sangre...». Otra opción eficaz son las ecografías.
La clave es evitar que el paciente llegue al tratamiento renal sustitutivo, concepto que engloba desde la diálisis a los trasplantes de riñón o los tratamientos conservadores. De paso se estará evitando que la persona desarrolle problemas cardíacos serios, como los ictus, muy vinculados al desgaste renal. Se produce una especie de círculo, de forma que «los cardiópatas tienen más riesgo de desarrollar la enfermedad renal, y la mayor mortalidad de los pacientes con ERC viene por enfermedades cardiovasculares», aclara Aresté.
El tratamiento sustitutivo
Como novedad, desde Nefrosan promueven la diálisis domiciliaria, que por desconocida quizá no se elige pero que da mucha calidad de vida al paciente. «Puede ser de tipo peritoneal, a través del abdomen, en la que es el propio cuerpo el que depura la sangre con un líquido; o la hemodiálisis, en la que la sangre pasa por una máquina y vuelve al cuerpo», detalla la presidenta.
La diferencia es que si la hemodiálisis hospitalaria se realiza tres veces en semana durante cuatro horas, con la consiguiente alteración de las labores o vida cotidiana, la domiciliaria se lleva a cabo día a día, durante una hora. Esto permite a la persona seguir trabajando, elegir en qué momento se aplica la técnica o incluso viajar. Y es menos agresiva para el organismo.
Un último avance respecto a ese marco de 2015 es que el trasplante se puede hacer de forma anticipada y de donantes vivos, «que siempre es mejor porque el órgano de un cadáver algo ha sufrido». Pero para no llegar a tales supuestos, «lo mejor es la prevención», concluye.