ABC (Córdoba)

Cuando ya nada importa

Por momentos resulta tentadora la propuesta sanchista de vivir un mundo en el que te dé todo lo mismo, pues ahí siguen las calles, los parques, los enamorados. Y a nadie se le ha abierto una brecha en el suelo del cuarto de baño por las cesiones a los ind

- CHAPU APAOLAZA

Se aprobó la ley de amnistía y sobre la ciudad se echaron unas nubes de barrunto de algo, con invierno sobrevenid­o, un escalofrío y un preludio del Gólgota de la democracia de mi Españita. Iban los leones del Congreso domesticad­os, viejos, despelucha­dos y como echando el bofe cuando Patxi López se quejaba de que acusaran al PSOE de romper el país y nadie le había enseñado ni un cachito.

Por momentos resulta tentadora la propuesta sanchista de vivir un mundo en el que te dé todo lo mismo, pues ahí siguen las calles, los parques, los enamorados en los bancos, los baños de las discotecas y a nadie se le ha abierto una brecha en el suelo del cuarto de baño por las cesiones a los independen­tistas. Me acuerdo de cuando Sánchez convocó elecciones porque no estaba dispuesto a negociar los presupuest­os a cambio del mediador. El truco del sanchismo consiste en saber que hay cosas que nos importaban mucho y que ya no nos importan tanto, porque tenemos la ciudadanía como un bebedero de patos y porque hay un momento en que desistimos.

Agarra uno tales cabreos, que un día decides dejar de cabrearte, apagas el Twitter y te fijas en el horizonte, la mano de Javier, las flores del almendro cuando se descuelgan, todavía jóvenes y bellas, de la rama en una lluvia delicada y rosa. Entonces decides obviar las cosas de la política y te desprendes de ellas para fijarse en la calma del cuarto de los niños antes de dormir, el olor del cuello de su mujer cuando la abrazas por la mañana. Bosquejas un árbol sentado en un banco. Escuchas el jolgorio de los niños cuando salen del colegio y los miras beber de una fuente, sonrosados y jadeantes, sedientos en los primeros calores.

Como no puedes estar todo el día enfadado y temes sorprender­te un día hablando solo por la calle, tomas posiciones en la observació­n de la belleza de la rutina, la sucesión de las estaciones, el cambio de las costumbres de los pájaros del árbol frente a la ventana de la habitación, y un día decides que qué más te da el mediador ni la colonizaci­ón de las institucio­nes. Que no importa la corrupción ni la relectura del terrorismo en el que los malos no eran tan malos y las víctimas aparecen como unas locas aferradas al recuerdo de un pasado del que no se pueden desprender. Aceptas que los principios que eran irrenuncia­bles y por los que la gente dio su vida hoy se malgastan por no perder un puesto de trabajo, un ministerio, un carguito en un partido, un coche oficial y un colchón en La Moncloa. Que la verdad y la mentira han dejado de existir, que cualquier cosa es válida en un país sin suelo moral.

Que total, qué más da si Puigdemont entra en la cárcel o siquiera dejan de perseguirl­e policías y jueces en nombre de un estado que se confiesa fascista, antidemocr­ático y opresor. Si se lesiona la dignidad, la igualdad y el futuro de decenas de millones de españoles y que todo eso se hace a cambio de gobernar. Ahí cuando entiendes que ya nada importa, en ese instante preciso, digo, es el momento en el que de verdad debes comenzar a preocupart­e.

Sin suelo moral Aceptas que los principios que eran irrenuncia­bles y por los que la gente dio su vida hoy se malgastan por no perder un puesto de trabajo

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// AFP Pedro Sánchez y Patxi López

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