ABC (Córdoba)

La pureza de Morante se quedó triste y sola

El público se volcó con las falleras faenas de Nek Romero, con una oreja como Hermoso

- ROSARIO PÉREZ VALENCIA

Era Morante un habitante extraño en aquel raro cartel, alejado de la categoría de un torero de su talla. ¿Qué pinta el genio de La Puebla en estos festejos remixtos al lado de un rejoneador y un novillero? No hallaba la afición el hilo argumental de tal combinació­n hasta que el propio cigarrero lo desveló: si no hay matador que se le acerque, igual le da la (no) competenci­a con uno u otro escalafón. Porque con la pureza de Morante no hay dos, aunque ayer muchos no se enteraran. Qué manera de hacer el toreo.

Hundió el mentón en el primer lance. Hundió las zapatillas. Hundió la embestida allá donde el alma se hace cuerpo. Y mientras se hundía, los cazadores de arte levitaban. Encajadísi­mo –¡qué cerca se los pasa!–, ofrecía a Malos Pasos

el pecho por delante, con las muñecas a compás y el reloj lentifican­do sus manecillas. Hasta romper su propio tiempo en cuatro lances de sedosa eternidad. A Malos Pasos, un toro de Juan Pedro con un cuello divino para descolgar, le sobraba la clase. Como le rebosaba la torería a Morante, aun sin la alegría y el arrebato que desatan las grandes pasiones. Pero con una naturalida­d que dolía, y eso son palabras mayores. Preguntaba un abonado el porqué de su tristeza y filosofaba otro sobre la tristeza más sanadora: aquella sin explicació­n. Y entonces, bajo los terrenos de sombra, sonrió el sevillano, hecho luz en Valencia mientras disfrutaba ahora y desgranaba naturales de arena, alargando el viaje del toro, que había apuntado mexicano ritmo por el otro pitón. Cierto es que le faltó un punto de chispa, de más casta, para que aquello trepara con mayor intensidad, aunque tampoco ayudaría ese pasodoble mortecino. Ni fueron las notas ideales ni la obra más coreada, pero cuando finalice la feria seguiremos recordando esta pieza de Morante, descorchad­a con pases por alto gallistas. Hasta rematar con un molinete abelmontad­o para evitar los celos del Pasmo. Seguirían luego exquisitic­es de tela bien plantada; con asiento, por caricias sin apenas eco. Triste y sola se quedó tanta pureza. Porque rácano fue el premio de una ovación para una faena de tanto valor, vista desde primera línea por ese holandés errante que no se pierde ni una del cigarrero. Vaya querencia la de los antitaurin­os por Morante... Anda que tienen mal gusto.

Nada que ver con el anterior tuvo el manso y hueco quinto, un espejismo en la lidia por abajo de Curro Javier. Ni quería pasar ni quería embestir. Y desparrama­ba miraditas que el de La Puebla pasaportó con brevedad en medio de la pitada por la decepción.

Los que no vibraron con Morante sí se entregaron a las ganas de ser de Nek Romero, con un toreo más fallero y de traca. Variado, listo y dispuestís­imo anduvo el novillero con nombre de cantante y apellido camero ante novillos de Talavante de bonitas hechuras y mucho que torear: extraordin­ario el bravo tercero y más exigente, sin terminar de romper, el sexto. En el umbral de la puerta grande se quedó el torero de la tierra, muy arropado por sus paisanos. No hubo foto de la salida a hombros, pero sí del brindis a sus compañeros. Cortó una oreja, como Pablo Hermoso en su adiós valenciano. El caballero navarro dictó una lección magistral, especialme­nte en el cuarto a lomos de Berlín, con un estupendo lote del Capea. Cómo metía la cara: hizo soñar hasta a los de a pie.

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