Menos lobos, Puigdemont
¿De verdad nos creemos que el fugado puede regresar y acabar en una celda de once metros en Estremera sin saber cuándo podría salir?
El sorprendente anuncio de Gonzalo Boye respecto a que Puigdemont está dispuesto a regresar y asumir el riesgo de ser detenido ha focalizado el arranque de la precampaña catalana y ha disparado los nervios en los cuarteles generales de ERC y PSC. Y eso, darle un golpe al tablero, es la especialidad del expresidente catalán; el mismo que declaró la independencia de Cataluña
y la suspendió ocho segundos después. Introducir en el debate colectivo la posible imagen del fugado esposado, en un furgón policial o en una celda de Estremera es una jugada efectista para descolocar a sus adversarios, revolver el caldero independentista, y marcar el debate. Con este movimiento, Puigdemont deja claro que va a explotar su capacidad única para poner contra las cuerdas al Estado frente a la gestión –secesionista, pero gestión al fin y al cabo– que se centrará en vender Pere Aragonès de cara al 12M.
Es cierto que su fotografía en una celda sería suficiente para hacerle la campaña electoral pero ¿y luego qué? Con la ley de amnistía sin aprobar y lejos de saber si podrá aplicarse sin que la justicia europea la valide, Puigdemont se arriesgaría a entrar en la cárcel sin saber cuándo podría salir. Cuestión importante porque hablamos del mismo individuo que se escapó escondido en un maletero, y que se juró a sí mismo regresar a lo Tarradellas sin pasar ni un día en prisión.
En este escenario, ¿nos creemos de verdad que el expresidente catalán está dispuesto a pasar una temporadita indeterminada en una celda de once metros cuadrados con váter y ducha –pequeñitos– compartidos con otro preso? ¿Nos creemos que de verdad está dispuesto a pasar esa temporadita haciendo talleres culturales, portando su propia bandejita por el comedor de Estremera e ingiriendo comida de rancho? ¿Nos creemos que de verdad está dispuesto a realizar solo diez llamadas a la semana, tener solo seis horas de visitas al trimestre, y a limitar sus encuentros sexuales a una vez al mes (hasta tres horas por ocasión, eso sí), salvo que se busque intimidades en la cárcel?
Y aunque nos creyéramos que realmente está dispuesto a realizar todos estos sacrificios por el sillón de la Generalitat, que ya tuvo hace años, hay una persona que de ningún modo se lo permitiría porque podría implicar sacrificar su propio trono: Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno sabe que con Puigdemont en prisión, Junts votaría «no» a todo lo que el Ejecutivo llevara al Congreso hasta que el expresidente quedara libre. ¿Cómo defendería ese partido los pactos con un gobierno que ha enviado a su líder a prisión?
Si el fugado de verdad regresa es porque está convencido de que no va a pasar más de una noche o dos en el calabozo. Así que no nos dejemos engañar por faroleos. Menos lobos, Puigdemont.