Anunciar la Semana Santa de Córdoba
Córdoba se hace aún más eterna cuando los cordobeses paseamos a nuestro Cristo y nuestra Virgen
Dentro de siete días es Domingo de Ramos. Como dijo Antonio Gil, al que agradezco infinitamente sus palabras de presentación anoche, la Semana Santa de Córdoba tiene tres hermosos pórticos que se abren como «arcos de luz y de esperanza». El primer pórtico es el Miércoles de Ceniza, donde recibimos la ceniza, mientras escuchamos el argumento central de la Cuaresma: «Convertíos y creed en el Evangelio». El segundo pórtico lo alzan nuestras hermandades con sus cultos solemnes ante sus titulares y es que cada hermandad quiere contemplar la imagen de su Cristo y de su Virgen antes de la estación de penitencia, quiere mostrarles su amor para poder mostrarlo luego a sus hermanos. Y el tercer pórtico de la Semana Santa lo levantó anoche en el Gran Teatro su pregonero, que este año ha tenido el honor de ser un servidor de ustedes.
Honor y servicio, porque el pregonero no es el protagonista, el protagonismo es el anuncio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo conmemorada y expresada en templos y calles. Anoche intenté poner voz a la palabra que viene escrita en los evangelios, a la expresividad plástica de bellísimas imágenes y al paisaje de Córdoba esa semana. Recorrimos sus calles y plazas, sus rincones de siglos, las joyas de sus iglesias fernandinas, los templos modernos del obispo fray Albino, el esplendor del renacimiento y el barroco, que son el cofre que acoge el tesoro material y devocional que creó la fe de nuestros mayores. Hicimos la ruta cofrade cordobesa.
Una ruta que comenzamos donde se pone el sol, frente a la bellísima sierra de Córdoba, donde las Palmeras pide Piedad a su Cristo, barrio humilde donde los haya, pero con la ilusión de peregrinar con Él hasta la Catedral y acompañar a su Madre durante más de ocho horas. Seguimos por diferentes barrios encontrándonos con sus hermandades, con paradas especiales como en el barrio cofrade por excelencia, San Lorenzo. Y concluimos en San Nicolás, con mi hermandad, Sentencia, antes de alcanzar la meta: la Catedral. Porque no son solo las columnas de la Mezquita, ni el coro espléndido, ni el crucero, ni el altar mayor. La Catedral es mucho más: es el misterio y la luz, la Eucaristía y la Palabra, la plegaria y la fe. Es como la Iglesia: grande, magnífica, acogedora, universal, entrañable, con un lugar para todos y con tantas columnas como razones para la vida, para la fe, para el amor… y Córdoba se hace aún más eterna cuando los cordobeses paseamos a nuestro Cristo y nuestra Virgen una vez al año buscando la Puerta de las Cofradías: «Todo está preparado / en las casas cordobesas / y en cada uno de los barrios. / El tiempo se ha parado / cada día de Cuaresma / prolongando la espera / de otro Domingo de Ramos. / Resuene la Saeta / de Pedro Gámez Laserna. / Rómpanse los calendarios / y, como dijo el poeta: / Córdoba, hágase eterna».