ABC (Córdoba)

Anunciar la Semana Santa de Córdoba

Córdoba se hace aún más eterna cuando los cordobeses paseamos a nuestro Cristo y nuestra Virgen

- JUAN JOSÉ PRIMO JURADO

Dentro de siete días es Domingo de Ramos. Como dijo Antonio Gil, al que agradezco infinitame­nte sus palabras de presentaci­ón anoche, la Semana Santa de Córdoba tiene tres hermosos pórticos que se abren como «arcos de luz y de esperanza». El primer pórtico es el Miércoles de Ceniza, donde recibimos la ceniza, mientras escuchamos el argumento central de la Cuaresma: «Convertíos y creed en el Evangelio». El segundo pórtico lo alzan nuestras hermandade­s con sus cultos solemnes ante sus titulares y es que cada hermandad quiere contemplar la imagen de su Cristo y de su Virgen antes de la estación de penitencia, quiere mostrarles su amor para poder mostrarlo luego a sus hermanos. Y el tercer pórtico de la Semana Santa lo levantó anoche en el Gran Teatro su pregonero, que este año ha tenido el honor de ser un servidor de ustedes.

Honor y servicio, porque el pregonero no es el protagonis­ta, el protagonis­mo es el anuncio de la Pasión, Muerte y Resurrecci­ón de Cristo conmemorad­a y expresada en templos y calles. Anoche intenté poner voz a la palabra que viene escrita en los evangelios, a la expresivid­ad plástica de bellísimas imágenes y al paisaje de Córdoba esa semana. Recorrimos sus calles y plazas, sus rincones de siglos, las joyas de sus iglesias fernandina­s, los templos modernos del obispo fray Albino, el esplendor del renacimien­to y el barroco, que son el cofre que acoge el tesoro material y devocional que creó la fe de nuestros mayores. Hicimos la ruta cofrade cordobesa.

Una ruta que comenzamos donde se pone el sol, frente a la bellísima sierra de Córdoba, donde las Palmeras pide Piedad a su Cristo, barrio humilde donde los haya, pero con la ilusión de peregrinar con Él hasta la Catedral y acompañar a su Madre durante más de ocho horas. Seguimos por diferentes barrios encontránd­onos con sus hermandade­s, con paradas especiales como en el barrio cofrade por excelencia, San Lorenzo. Y concluimos en San Nicolás, con mi hermandad, Sentencia, antes de alcanzar la meta: la Catedral. Porque no son solo las columnas de la Mezquita, ni el coro espléndido, ni el crucero, ni el altar mayor. La Catedral es mucho más: es el misterio y la luz, la Eucaristía y la Palabra, la plegaria y la fe. Es como la Iglesia: grande, magnífica, acogedora, universal, entrañable, con un lugar para todos y con tantas columnas como razones para la vida, para la fe, para el amor… y Córdoba se hace aún más eterna cuando los cordobeses paseamos a nuestro Cristo y nuestra Virgen una vez al año buscando la Puerta de las Cofradías: «Todo está preparado / en las casas cordobesas / y en cada uno de los barrios. / El tiempo se ha parado / cada día de Cuaresma / prolongand­o la espera / de otro Domingo de Ramos. / Resuene la Saeta / de Pedro Gámez Laserna. / Rómpanse los calendario­s / y, como dijo el poeta: / Córdoba, hágase eterna».

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