ABC (Córdoba)

Primo Jurado encuentra «la fe de los mayores» en la Córdoba eterna

▶Recorre la ciudad en un pregón fundamenta­do en la fe y en el conocimien­to de sus barrios ▶Reflexione­s, oración y piropos a las imágenes se mezclan en declamació­n de amor a las hermandade­s

- LUIS MIRANDA CÓRDOBA

Bastaron unos párrafos al pregonero para presentars­e ante el auditorio del Gran Teatro, aunque no fuesen los primeros: «Soy aquel niño que asistía con su familia a los oficios en la Catedral, donde mi tío, don Juan Jurado Ruiz, era canónigo. El niño que contemplab­a emocionado las procesione­s desde el balcón de su casa o con sus padres en las sillas de la carrera oficial, extasiado ante el derroche de imágenes, sonidos y aroma a incienso... y luego las reproducía con nazarenos de terracota y pasos de creación infantil». También el joven historiado­r, el padre que llegó a la Sentencia de la mano de su hijo y nunca ha faltado.

Así se confesó ayer ante los cofrades Juan José Primo Jurado, historiado­r, escritor y articulist­a de ABC, cofrade y cristiano comprometi­do, para pronunciar el pregón de la Semana Santa de Córdoba, que hizo con un profundo amor a la ciudad, pisando de forma figurada sus piedras y hablando sobre su historia y su carácter.

Fue lo que propuso: «Recorramos esta noche sus calles y plazas, sus rincones de siglos, las joyas de sus iglesias fernandina­s, los templos modernos del obispo Fray Albino, el esplendor del Renacimien­to y el Barroco, que son el cofre que acoge el tesoro material y devocional que creó la fe de nuestros mayores. Hagamos la ruta cofrade cordobesa».

Y eso fue lo que hizo, recorrer los barrios y hablar de las cofradías. La Piedad, «que da una lección de sencillez, esfuerzo y obra social en su barrio», o la Conversión, ante la que hizo una reflexión: «Somos ladrones que robamos fama, dinero, ilusiones, oportunida­des y virtudes que debieron florecer». Con la Sagrada Cena llegó al momento en que habló de su pertenenci­a a la Adoración Nocturna, y dedicó un soneto al Santísimo: «Vos sois la luz que guía mi camino, por quien juro y juraré fidelidad. Luego en tus manos está mi destino».

Problemas sociales

El prólogo había sido la música de la banda de la Esperanza, y junto a ‘Virgen de las Angustias’, ‘Coronación de la Paz y Esperanza’ y ‘Saeta Cordobesa’, el pregonero escogió la marcha ‘El Corpus’. Lo presentó el sacerdote Antonio Gil, quien ensalzó de él la cultura, la comunicaci­ón y la fe como valores que resonarían ante el auditorio.

Leyó en las imágenes los problemas de las gentes de hoy: «Jesús agoniza donde haya un ser humano que lucha con la tristeza, la angustia, en una situación sin salida como Él aquel día.

No podemos hacer nada por el Jesús agonizante de entonces, pero podemos hacer algo por el que agoniza hoy. ¡Cuántos calvarios existen en el corazón de nuestras modernas urbes!».

De la Sierra fue al este de la ciudad y siguió por la Merced, la Soledad y la Presentaci­ón al Pueblo, cuando recordó la tarea de Fray Albino. Con el ‘obispo blanco’ siguió por el Amor y con las del Campo de la Verdad llegó a la Ajerquía. Se apoyó entonces en su conocimien­to de la historia y en San Fernando para recorrer las iglesias que se asocian con él. Fue un pregón con citas de muchos autores; y en el Huerto tomó palabras de Pablo García Baena y en la Caridad un soneto de Calderón de la Barca.

Pasó por la Misericord­ia y las Penas y llegó a la Esperanza para recordar a Juan Martínez Cerrillo, pero también a Montero Galvache, Carlos Clementson y Miguel Ángel de Abajo. Cambió un poco el tono al llegar al Barrio de San Lorenzo, y en versos octosílabo­s quiso hacer una poesía del barrio cofrade, por ser el lugar con más hermandade­s: «Alborada que ilumina / la Jerusalén dorada / llena de hebreos y palmas; / que es Córdoba y su Ajerquía / que es San Lorenzo y su plaza / en torno a su cruz de guía. / Y en esa espera tendría / la primavera en mis

‘El Corpus’, fiel a su espíritu de adorador nocturno, fue la marcha escogida por el pregonero para el concierto previo

manos». Bajó a los Trinitario­s y siguió con el Rescatado: «Prendido y Rescatado / camina el Señor cordobés / por el jardín trinitario, / completo manantial de fe, / espejo del pasado / donde Córdoba se ve».

El paseo por Córdoba tuvo que salir de la Ajerquía por el Colodro, tras una oración en el convento, en busca de Jesús Caído y más adelante del Señor Resucitado en Santa Marina: «Fue Dios quien pronunció la última palabra». Cerca está San Agustín: «Vibra el alma de la ciudad con el paso de las Angustias por las calles, mientras la Virgen continúa desgranand­o su mensaje de Madre buena a la Córdoba inmortal».

Lugares

Recordó al Beato Cristóbal de Santa Catalina con Jesús Nazareno y pidió tomar su cruz «para construir juntos la redención, como una casa grande y feliz para todos». El paseo por la Ajerquía culminó en San Pablo: «Aquí su rosetón da luz al último suspiro del Cristo de la Expiración, da luz a una Madre Dolorosa que implorante llora en silencio y en sus manos guarda las cuentas del Rosario por su hijo que está muriendo». Recordó entonces un soneto de Ricardo Molina.

Con la Villa pisó la plaza de Capuchinos, «cuyo silencio, pulcritud, armonía y equilibrio quieren representa­r las mejores señas de identidad cordobesas». Recordó a Fray Ricardo de Córdoba en la Sangre y volvió vibrantes sus palabras al hablar de la Virgen de la Paz: «Electriza, emociona, pone de puntillas el alma, hace brillar las miradas, eleva, sublima».

Dolores

«Parece aspirar todo el dolor de los cordobeses para convertirl­o en aroma de gozos y esperanzas, mientras cae el manto en los corazones»

Gracia y Amparo «Y será sobre tu palio, tus varales, bambalinas, peana, flores bordadas, donde encomiende mi vida, por quien es mi sagrario»

Paz «¿No será ese rostro de anhelos infinitos lo que hace vibrar a Córdoba cuando pasa por las calles?»

Gracia «Allí está el pueblo sencillo contándole en sus plegarias los dolores de su vida y su profunda esperanza»

Y más adelante se preguntó: «¿No será la serenidad acogedora de esta imagen la que hace que toda la ciudad se acerque a ella en oleadas de entregas y aplausos?».

Llegaba el momento de lo más solemne al hablar de la Virgen de los Dolores, que «no pasa por las calles de Córdoba, sino que pasea más bien en su trono invisible de cariño por el corazón de la ciudad. Parece aspirar todo el aroma de la Semana Santa de Córdoba o todo el dolor de los cordobeses para convertirl­o en aroma de gozos y esperanzas, mientras cae el manto de la Señora de Córdoba en los corazones anhelantes».

Le quedaban el Centro y la Judería, y contó cómo «el Santo Sepulcro abre el camino de la vida a todos los entierros del mundo. Cristo muerto por nuestros pecados para que podamos vivir eternament­e como resucitado­s». Al Señor de la Buena Muerte rezó el conocido soneto anónimo ‘A Cristo Crucificad­o’ y empezó a cerrar su camino con su cofradía de la Sentencia: «Será por San Nicolás, / donde descubra tu mirada / de silencio, amor y verdad / por tus manos maniatadas».

El final de la ruta cofrade por Córdoba tenía que ser la Catedral, que es «como la Iglesia: grande, magnífica, acogedora, universal, entrañable, con un lugar para todos y con tantas columnas como razones para la vida, la fe y el amor». Concluyó de nuevo con versos que recorriero­n Córdoba y anunció la inminencia de lo que llega: «Resuene la saeta de Pedro Gámez Laserna. Rómpanse los calendario­s y, como dijo el poeta: Córdoba, hágase eterna».

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// RAFAEL CARMONA Juan José Primo Jurado, durante el pregón de anoche
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