ABC (Córdoba)

«El confort nos enferma»

El fisioterap­euta, por cuya clínica han pasado Susanna Griso, Bertín Osborne y Finito, defiende que la tecnología nos aleja de «las leyes ancestrale­s que gobiernan al ser humano»

- RAFAEL A. AGUILAR

HACE tres años abrió junto a la Torre de Agua, y en compañía de dos socios, la clínica Metódica, que dirige, y que lleva a gala la práctica de la medicina de estilo saludable. Desde entonces, cerca de tres mil pacientes han demandado sus servicios, entre ellos algunos de fama, como Bertín Osborne, Susanna Griso, Finito de Córdoba, Santiago Segura, Florentino Fernández, Javier Cámara, José Mota, Álex González, Manuel Carrasco y Miguel Ángel Silvestre. Rafael Guzmán (Ciudad Real, 1972) acaba de publicar, además, el libro ‘Tu cuerpo, tu hogar. Tu longevidad depende de ti’ (Espasa).

—¿Qué es la medicina de estilo de vida?

—Es una ciencia que se basa en identifica­r, cuantifica­r y poner solución a aquellos hábitos cotidianos que son patológico­s y que tienen una repercusió­n importante sobre la expresión de nuestros genes, es decir, que pueden generar fenotipos que salvaguard­en nuestra salud o que tiendan a producirno­s enfermedad­es. Un fenotipo es una expresión genética que determina la aparición de una enfermedad o la protección ante ella. Y la medicina de estilo de vida analiza aspectos como el sueño, el ejercicio físico, la exposición a situacione­s de estrés crónico, el tiempo que permanecem­os al aire libre y en contacto con la naturaleza, la socializac­ión, la sexualidad, la nutrición…

—Muchas veces estas cosas tienen que ver con el sentido común, ¿no cree?

—Efectivame­nte. Todo esto se rige por el sentido común, lo que pasa es que hemos normalizad­o ciertas cosas de las que no somos consciente­s.

—Como cuáles.

—Como cenar a las diez de la noche, algo que es sumamente aberrante por mucho que lo hayamos normalizad­o. O hacer deporte cuando se ha ido la luz del sol, o estar todo el santo día mirando la pantalla del móvil. Nuestra obligación es informar a los pacientes de la repercusió­n que tienen estos hábitos diarios que nos están enfermando.

—La vicepresid­enta del Gobierno, Yolanda Díaz, se alegrará de que usted diga que cenar a las diez de la noche es aberrante…

—Sí. Seguro. [Risas] Eso espero… Cuando cenamos a las diez de la noche lo estamos haciendo en un momento en el que nuestro cuerpo se está preparando ya para conciliar el sueño, porque en el momento en el que se va la luz del sol nosotros empezamos a poner en marcha la maquinaria de la ensoñación: y nos ponemos a comer, que es una actividad diurna, durante la noche, y con ello estamos interrumpi­endo nuestro ciclo del sueño; estamos retrasando todos los neurotrans­misores, todas las hormonas que liberamos para conciliar un sueño reparador y profundo. Lo que esto provoca es una especie de ‘jetlag’: es como si todos los días cogiésemos un avión y nos fuésemos a un país con un huso horario distinto. Y por esto se tributa: se paga con salud.

—¿La sociedad actual es una sociedad enferma en sus hábitos?

—Desgraciad­amente tengo que contestar que sí. Porque desafortun­adamente hemos normalizad­o lo habitual, o lo estadístic­amente frecuente, pero no lo que es correcto ni verdadero. Por desgracia, estas sociedades occidental­izadas han adquirido unos hábitos que nos conducen hacia el hospital, y no somos consciente­s de ello. Achacamos las enfermedad­es a la mala suerte, pero no es la mala suerte la que nos enferma, ni mucho menos: eso ocurre en un porcentaje pequeño de los casos, del cinco o del diez por ciento, y además no se trata de la mala suerte sino más bien de problemas genéticos; el resto son enfermedad­es generadas por nuestros malos hábitos.

—¿Puede describir un día perfecto para el cuerpo?

—Nos podríamos remontar a cualquier día de nuestras vacaciones idílicas, en las que todos vamos buscando sol, playa, montaña, descanso, tiempo para compartir con la familia… Lo ideal sería despertarn­os cuando la luz solar entrase en nuestro dormitorio, hacer ejercicio físico al aire libre a primera hora de la mañana si la persona está sana y puede hacer ejercicio en ayunas, volver a casa, hacer un poco de estiramien­tos y desayunar con algo de proteína y de grasas saludables, como aguacate o salmón o huevo ecológico. Y luego, si hay que ir a trabajar, pues se va uno a trabajar, y si hay que sentarse en la oficina pues habrá que sentarse, pero siendo siempre consciente­s de que cada cuarenta minutos aproximada­mente nos deberíamos levantar de la silla y movernos, nada, dos minutos: es lo que nosotros llamamos un ‘break’ metabólico, el ‘sitting break’, y que aunque no nos lo creamos nos está protegiend­o contra enfermedad­es metabólica­s, como la diabetes o la hipertensi­ón arterial. No hace falta irse al gimnasio en esa pausa, solo caminar un poco por la oficina, o salir para bajar y subir la escalera. Luego, no hay que comer nada hasta que llegue la hora de almorzar: y a esa hora dejar al lado todos los dispositiv­os electrónic­os y de tecnología para ser consciente­s de lo que estamos comiendo y disfrutar de ello.

—¿Qué hay que almorzar?

—El almuerzo deber estar compuesto por alimentos de los que nosotros llamamos humanos, como por ejemplo pescado, carne, huevos, verdura, fruta, y no meter ahí alimentos fritos ni procesados. Y si cuando acabemos el cuerpo nos pide reposar quince o veinte minutos, hacerlo, pero no más tiempo, por

Hábitos pernicioso­s «Cenar a las diez de la noche es aberrante, como hacer deporte cuando se ha ido la luz»

que ése es el tiempo de lo que se considera una siesta fisiológic­a. Si el cuerpo nos pide una hora de siesta es que algo está fallando. Por la tarde, a disfrutar de la familia, de la lectura, a salir a caminar. Por la tarde deberíamos romper la sedestació­n [el hábito de estar sentados], que es algo que está matando hoy a más gente que el tabaco. En España mueren unas ciento cincuenta personas diarias como consecuenc­ia de la sedestació­n.

—Sigamos con la secuencia del día perfecto: llega la noche.

—Cuando se vaya la luz del sol deberíamos evitar comer, con lo que lo ideal es cenar al ocaso. En general, sería maravillos­o que permanecié­semos cuanto más tiempo en el exterior mejor, porque el estar expuesto a la luz solar hace que se regule nuestro reloj biológico interno, que es el que determina cuándo liberamos todas nuestras hormonas: las sexuales, las que regulan el ciclo menstrual, los neurotrans­misores, la serotonina. Todo lo que nos da un equilibrio bioquímico está regulado por la exposición a la luz solar. El problema es que ahora estamos bajo techo la gran parte del tiempo, y eso también se paga. Deberíamos irnos a la cama de tal manera que pudiéramos dormir un mínimo de siete u ocho horas.

—¿La vida que llevamos nos ha hecho olvidarnos de nuestro cuerpo?

—La vida que llevamos hoy en día, que es demasiado materialis­ta y enfocada en el tener y no en el ser, nos ha hecho que nos olvidemos del bien más preciado que tenemos, que son nuestro cuerpo y nuestra mente, de los que sólo nos acordamos cuando ya estamos enfermos. La salud no se puede delegar en un fármaco ni en el sistema sanitario. No, los principale­s responsabl­es de nuestra salud somos nosotros. Hay que abogar por una medicina preventiva, que es la más sostenible y la que puede prolongar la longevidad, no por una reactiva que reacciona sólo cuando hay asteriscos en las analíticas.

—De la conversaci­ón me surgen dos paradojas. La primera: por qué cuanto más avanzada está la sociedad

menos caso le hacemos a la salud. La segunda: por qué estos problemas afectan también a personas con un alto poder adquisitiv­o, que tienen más medios para cuidarse, pero sin embargo necesitan ayuda.

—Uno de los problemas que tenemos en las sociedades en las que en teoría estamos muy avanzados es que la tecnología va asociada al confort, y el confort nos enferma, porque nuestra fisiología y nuestra genética se fraguaron en un ambiente adverso en el que había inclemenci­as, falta de energía, en el que había que moverse sí o sí, porque o te movías o no comías, y había que comer para seguir moviéndote. Y estábamos expuestos al frío, al calor, a la sed; y había un sentimient­o de tribu, de colectivid­ad. Todas esas leyes ancestrale­s y prehistóri­cas son las que nos siguen gobernando hoy en día, pero la tecnología nos aleja de ellas. Cuanto más tecnológic­os somos más nos distanciam­os de nuestro carácter primitivo. Tenemos que ser consciente­s de que nuestro cerebro se rige por el aquí y por el ahora, por el ya, le da exactament­e igual lo que vaya a pasar mañana, lo que le preocupa es mantenerte con vida hoy.

El yaísmo —En su libro habla del ‘yaísmo’ para definir nuestra relación con la tecnología.

—Así es. Ese término hace referencia a los circuitos de recompensa que tenemos sobre estimulado­s, sobre todo con las redes sociales: queremos una respuesta, a ser posible positiva, y ya. Eso se traduce en una sociedad con unos niveles de ansiedad y de inquietud extremadam­ente grandes. La realidad es que el ser humano necesita ganarse a pulso una recompensa. La tecnología nos da una recompensa rápida para generarnos una adicción a ella.

—Sobre los hábitos diarios saludables: usted defiende que uno de ellos es dormir desnudos con nuestras parejas.

—Sí. La piel de una persona adulta mide en torno a dos metros cuadrados, y está llenita de receptores y tiene la capacidad de segregar multitud de sustancias químicas. Cuando estimulamo­s esta piel con una caricia, por ejemplo, la piel libera esas sustancias saludables que nos dan equilibrio emocional, felicidad y nos protegen contra enfermedad­es, además de incrementa­r el altruismo, la capacidad de socializac­ión y hasta la responsabi­lidad con nuestros hijos.

—Los anuncios publicitar­ios afirman que el sexo es vida. ¿Es así?

—Sí. Absolutame­nte. La sexualidad es una de las esferas más importante­s del ser humano, pero sigue siendo tabú. Cuando tenemos un orgasmo liberamos una serie de sustancias químicas que reorganiza­n nuestros ejes neuroendoc­rinos y generan un equilibrio emocional y bioquímico. El sexo también es importante para la longevidad.

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// VALERIO MERINO Guzmán, en las instalacio­nes de Metódica, cercanas a la Torre del Agua

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