Vuelve Mayorga, exigente y profundo
Texto y dirección: Juan Mayorga.
Escenografía: Alessio Meloni.
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo. Vestuario: Vanessa Actif. Música y espacio Sonoro: Jaume Manresa.
Intérpretes: José Sacristán, Ana Marzoa, Ignacio Jiménez y Zaira Montes. Teatro de La Abadía, Madrid
Vuelve el Mayorga de pensamiento, el dramaturgo sin concesiones, radical a la hora de crear un mundo propio y de poner en escena obras con un lenguaje dramático tan singular como personal. Mayorga no opera horizontalmente, es decir, no hace que textos de este tipo se sostengan en las intrigas o en los enigmas propio de los realismos, sino que, como a Borges, le gusta construir sus intrigas, sus enigmas o sus misterios aspirando a la verticalidad, a la profundidad y al vuelo de las ideas.
El arranque de ‘La colección’ es real, de hecho está sacado de una noticia aparecida en la prensa, pero en su desarrollo se juega hasta tal punto en lo simbólico, lo filosófico, lo metafísico, que el argumento se vuelve una forma de indagación. Hemos conocido al Mayorga que indagaba en el valor de las palabras, ahora son las cosas, el relato que acarrean las cosas, lo que centra su indagación. La colección que Héctor y Berna, ya viejos, han ido construyendo a lo largo de los años, sacrificando incluso por ello la idea de tener hijos, y haciendo de ella el centro de sus relaciones, no es un bazar de cosas aisladas sino, como diríamos de Walter Benjamin, un gesto filosófico que explica el mundo. En su colección no hay solo un valor material, sino vital, fundamentalmente el valor de la memoria y esa red, laberinto o elipse de la memoria que llamamos la vida.
Volviendo a Benjamin, tan decisivo aquí como en toda la obra de Mayorga,
el coleccionista rescata pasajes de tiempo para integrarlos en un nuevo sistema, en un círculo mágico, y por extensión un acto de reflexión política: redimir las cosas para crear una nueva constelación, aspirar a ser, como dijo Azorín de Gómez de la Serna, «el psicólogo de las cosas».
No es extraño, por eso, que Héctor y Berna, cuando ven cercano el final de sus días, se pregunten, como todo buen coleccionista, a quién legar su colección, es decir, quién seguirá ampliando el círculo de esa enciclopedia de las cosas y los recuerdos redimidos, quién se merece estar iluminado por ese hueco de luz creado en lo alto por Alessio Meloni y Juan Gómez-Cornejo. Es en ese momento cuando Susana, el tercer personaje clave, entra en escena como candidata a ocupar ese puesto, y es a partir de su aparición desde el que se levanta todo el suspense.
El escenario recrea un montón de cajas negras apiladas y en la que pueden leerse sus códigos de identificación: el lugar y el tiempo del relato de cada objeto. Pero esas cajas no encierran los objetos en sí, sino la sombra de cada uno de ellos. No es extraño, por eso, que se le denomine ‘La caverna’, y que esa alusión platónica venga a ser para Susana una vía purgativa que debe superar para ser digna del mayor conocimiento: la visión de las cosas, la experiencia directa de la colección.
Es en ese punto, en el desarrollo de ese estado purgativo, en el que Mayorga se muestra dueño de todo su oficio. Establece una duda y una culpa en Héctor frente a las certidumbres de Berna, una desconfianza en Susana y una verdadera locura argumental que corre paralela a la locura del propio proyecto de colección, a su existencia o al sueño de su existencia. Pero Mayorga no se queda aquí, pasa a reflexionar incluso en clave existencial: ¿fue necesario el sacrificio?, ¿fuimos los sacerdotes de una religión para salvar la memoria, las cosas, o el viento del futuro se llevará todo esto como si fuera un puñado de ceniza?
‘La colección’ quedará en nuestras retinas por el mano a mano interpretativo que sostienen José Sacristán y Ana Marzoa. Están tan enormes, tan sublimes que hacen que la fuerza poética de este texto, también sus desmesuras, se vuelvan naturales. Una actuación de diez donde lo fácil hubiera sido estrellarse en la magnitud y profundidad de esta obra. Ellos no, hacen intensos los diálogos sin necesidad de intensidades forzadas.
Con ‘La colección’, en efecto, vuelve el Mayorga de pensamiento, el que hace que la realidad se eleve mediante un teatro exigente y profundo. Su ambición no busca caminos fáciles, no se conforma con crear solo retablos de nuestro tiempo, sino fábulas donde se ajustan cuentas con el valor de aquello a lo que el hombre de nuestra época debe aspirar.