Los jueces, la justicia y la democracia
POR VICTORINO POLO GARCÍA
Hasta el momento, el mejor sistema de relación humana es la democracia. Un sistema que garantiza el orden, la convivencia equilibrada, el esfuerzo permanente por lograr la felicidad, como reza y sugiere la Constitución de un gran país contemporáneo, sobre la base de que nadie está ni puede estar por encima o al margen de la ley. Y en tal sentido, los jueces constituyen la formidable garantía de que todo se hará como conviene a la vida individual y colectiva de los ciudadanos. La justicia es una de las cuatro virtudes cardinales, que acoge, ampara, proyecta y asume a las otras tres: prudencia, fortaleza y templanza. Porque la justicia es como debe ser, un corpus teórico claro y pertinente, en absoluto aljamiado y proteico, solo suficiente como para no permitir escapismos ni torticeras interpretaciones a la hora de la práctica. Y ahí está la gran clave: la sociedad organizada entrega a los jueces el corpus de leyes pertinentes, y los jueces las aplican con la balanza que constituye su gran símbolo, esa matrona con ambas manos ocupadas y los ojos vendados. Y aquí me permito una nota al margen: desde joven me negué a la ceguera de la justicia; antes al contrario , sigo considerando que debe tener los ojos bien abiertos para que no escape ni el más mínimo detalle a su control y aplicación.
Digo todo esto porque acabo de conocer la situación indignante y perturbadora que sufren los llamados jueces sustitutos, que merece un rápido estudio y una pronta solución satisfactoria y compensadora en su reparación, so pena de que este país pueda ser considerado tercermundista por provocar y mantener actitudes y situaciones irracionales, partidistas y humillantes para unos profesionales impecables que realizan su trabajo casi en condiciones de gentes de la gleba.
Les llaman jueces, y lo son a satisfacción plena. Les apellidan sustitutos, y lo son generosamente, como sus compañeros en igualdad de circunstancias. Si realizan el mismo y buen trabajo, todos los componentes de la carrera judicial debieran ser tratados esencialmente iguales en denominación y empleo desde el principio, y ya vendrán las circunstancias adventicias modificadoras como el tiempo y la justa promoción personal, sin el más mínimo perjuicio y postergación para terceros, antes al contrario, en armonía justa para que lo personal y colectivo funcione como cabe esperar, tal que un reloj suizo con todas sus piezas bien engarzadas y combinadas.
Item más, me informan que la mayor parte del grupo son mujeres, lo que incorpora un valor añadido que debiera ser utilizado justa y claramente por todos los implicados, incluso por las agrupaciones feministas en equilibrado ejercicio de sus reivindicaciones, teniendo en cuenta el tiempo que estamos viviendo, tan proclive a la incorporación de la mujer en todos los ámbitos donde su presencia sea necesaria, y a fe que lo es en todos los ámbitos humanos. El problema es claro y único: todos los beneméritos y sacrificados jueces deben ser exactamente iguales. Nada de distingos que traen incomprensibles diferencias de trato. Si realizan el mismo trabajo, es obligado y justo idéntico tratamiento. Así que manos a la obra sin más dilaciones, con altura de miras y claros deseos de reparación , desde el Ministerio de Justicia hasta la última institución implicada en tan grave asunto necesitado de recomposición, a la altura de los avanzados tiempos que vivimos.
Y para no pecar de prolijo, conozco y sé que no será tarea fácil «desfacer el entuerto», de aquellos que se empeñaba en afrontar don Quijote al considerar que cambiar para mejor la sociedad no es tarea revolucionaria , sino de simple y clara justicia, Sancho. Todo es cuestión de barajar y no cesar en el empeño. Pues como reza la tradición y aprendí desde niño para toda mi vida: «Doctores tiene la iglesia que lo sabrán contestar y realizar». Es cuestión de buscarlos, encomendarles la tarea y aguardar los buenos y justos resultados.