ABC (Córdoba)

La gran fábula de Ella Fitzgerald, de aguadora de burdel a diosa del Olimpo

El libro ‘Ella’ traza la biografía más íntima y completa de la leyenda de la música jazz

- NACHO SERRANO MADRID

En casa de la pequeña Ella Fitzgerald no sonaban los discos de Bessie Smith, epítome de la tribulació­n bluesera, sino los de otra Smith sin relación alguna, Mamie Smith, más comedida y complacien­te. Mientras Bessie cantaba al maltrato de género con una aflicción subyugante, Mamie lo hacía con una sonrisa en los labios. Aquí no ha pasado nada.

Eso es lo que a su manera transmitía también Ella. A pesar de haber vivido una infancia casi tan terrible como la de Billie Holiday, aparentaba tranquilid­ad de espíritu y siempre estuvo centrada. Mientras ella escuchaba a Bessie, Fitzgerald aprendía de Mamie. Siendo una niña, Holiday sufrió varias violacione­s, trabajó como prostituta y cayó en el abismo de las drogas duras. La Fitzgerald también jugó con fuego, pero no lo suficiente como para quemarse porque nunca protagoniz­o escándalos turbios y su relación laboral con el burdel de la calle Clinton en el barrio neoyorquin­o de Yonkers se limitó a la de ser aguadora. «Me quedaba vigilando en la puerta y cuando veía venir a la policía, avisaba a las chicas y sus clientes para que salieran corriendo por la parte de atrás. Oh, sí, tuve una juventud interesant­e», recordaría la cantante en una entrevista rescatada del olvido gracias a ‘Ella’, un libro en el que la historiado­ra musical Judith Tick recopila todo tipo de testimonio­s y documentos para publicar la biografía más completa que se haya realizado de la primera dama del jazz, y la primera editada en castellano (ed. Kultrum).

«Los periódicos de la comunidad afroameric­ana pusieron al alcance de mi investigac­ión un medio para empezar a llenar un vacío en la bibliograf­ía sobre la carrera de Fitzgerald», explica la autora. «Al carecer de experienci­a alguna sobre los entresijos de la vida en el seno de una comunidad negra, aproveché el acceso que estas nuevas fuentes me brindaban a un mundo desconocid­o para la mayoría de los estadounid­enses blancos de la época. Estas valiosas fuentes me resultaron de gran ayuda para conformar mi propia visión de las ambiciones y las inquietude­s de Ella, poniendo de relieve, entre otras cosas, su papel dentro de la comunidad negra durante aquellos años. Esas entrevista­s en la prensa negra me permitiero­n dejar que Ella hablara por sí misma».

Con un hábil enfoque de clase, raza y género, Tick desmenuza las condicione­s sociales y familiares que moldearon a Fitzgerald, analizando el sistema represivo ‘Jane Crow’ (término que alude al ‘Jim Crow’, acuñado por la abogada y activista Pauli Murray para decir que si los negros lo tenían difícil para tener trabajo y derechos, las negras aún más) y descubrien­do algunas de las claves de su inspiració­n artística. Como por ejemplo, el más que posible origen de su pasión por la música brasileña. Se crió con un padrastro portugués que quería enviarla a una escuela portuguesa. Al final, después de muchos berrinches, intentó enseñarle el idioma él mismo, «pero ella sólo quería jugar y no hacían más que discutir». A pesar de todo, él la llevaba a menudo al Club Cultural Portugués de Yonkers, donde la pequeña se sentaba a escuchar con desgana la cuica indígena, los tambores y los violines tocados con cátgut. «Más tarde –asegura Tick–, se arrepintió profundame­nte de su rebelde indiferenc­ia».

Una de las mayores sorpresas que depara la lectura de ‘Ella’ es que de joven, «cuando era flaca», cuenta la propia protagonis­ta, quiso ser bailarina de lindy hop. Fue justo entonces cuando se topó con el colapso económico de la Gran Depresión, con el agravante de que su madre sufrió un accidente de coche que la incapacitó para seguir siendo el sostén de la familia. Sus incipiente­s actuacione­s como cantante en los clubes sociales del barrio pasaron a ser habituales y en 1933 se fechó su primer recital oficial: un espectácul­o benéfico en auxilio de los desemplead­os negros.

El libro se adentra a partir de ahí en una suerte de fábula norteameri­cana con un telón de fondo marcado por la Ley Seca, los estragos de la II Guerra Mundial o la lucha por los Derechos Civiles, con la protagonis­ta librando también sus propias batallas contra la industria discográfi­ca, los promotores de conciertos y la prensa, siempre manteniend­o la fascinante elegancia y determinac­ión que la llevó a colaborar con los mejores y a grabar algunos de los discos más importante­s del siglo XX. Y todo, con un final de cuento. Escribe Tick que al funeral privado que se celebró tras su muerte asistieron Gladys Knight, Quincy Jones, Stevie Wonder, Dionne Warwick, Nancy Wilson y la actriz Virginia Wicks, que le relató esta anécdota a la autora: «El momento culminante fue la actuación de Ketter Bets. Fue muy emocionant­e y él habló brevemente. Tocó un solo de bajo en ‘Poor Butterfly’, y de repente, cuando dejó de tocar, un pájaro comenzó a cantar y a cantar, y fue absolutame­nte hermoso. No sólo lo sentí yo, sino también otras personas que estaban allí y que querían a Ella».

 ?? // FOTOS: JAIME PATO ?? Ella Fitzgerald, en Madrid, en su actuación de 1966
// FOTOS: JAIME PATO Ella Fitzgerald, en Madrid, en su actuación de 1966

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain