ABC (Córdoba)

Las leyes inservible­s

Si no tramitar una ilegalidad sería prevaricar, ¿qué es entonces admitirla?

- MANUEL MARÍN

Esu buena fe y criterio, los letrados del Senado incurren en una contradicc­ión insalvable de difícil comprensió­n. No es culpa suya, sino de una de tantas normativas deficiente­s, contradict­orias y paradójica­s que nos condenan. En democracia siempre se presumió una lógica política con límites, una frontera entre la decencia legislativ­a y la abrasión del sistema. Quizás porque el legislador nunca pudo imaginar que presidiría el Gobierno alguien capaz de prescindir de principios básicos de conciencia, y que coaccionas­e a las institucio­nes para forzarlas a dictaminar como legal lo que es ilegal por aquello del constructi­vismo jurídico, el creacionis­mo legislativ­o y la perversión normativa. Hoy, el Estado se anula a sí mismo por respetar el principio de legalidad. Esa es la paradoja. Y la consecuenc­ia final, una anomalía: un imperativo legal obliga al Senado a tramitar una ley, la de amnistía, de la que los letrados concluyen con firmeza que es una «reforma encubierta» de la Constituci­ón y que la «dinamita». Y en caso de incumplirs­e ese imperativo legal –dar curso a toda norma que provenga del Congreso–, los miembros de la Mesa de la Cámara Alta prevaricar­ían. Traducido, es ilegal no tramitar una ilegalidad, lo cual reduce el sistema político al absurdo.

Si la base del dictamen es que el Gobierno incurre en un fraude de ley por reformar la Constituci­ón por la gatera y sin mayoría cualificad­a, y si para ello sustituye un precepto constituci­onal –el que prohíbe los indultos generales– por una amnistía caprichosa ‘ad hominem’, los letrados están dando su aval a cursar una ilegalidad, por mucha contundenc­ia con que la rechacen. El sinsentido cobra vida. Los padres de la Constituci­ón sostuviero­n que al prohibir los indultos generales se fulminaban las amnistías arbitraria­s y creadoras de desigualda­d. Hoy, no es que el PSOE lo reinterpre­te a su medida… es que inventa lo que nunca existió. El galimatías es peculiar. Quienes diseñan en 1978 un texto para prohibir las amnistías contemplan ahora cómo otros, convenient­emente engrasados, delicadame­nte sumisos, interpreta­n por órdenes políticas que la letra y el espíritu de la Constituci­ón dice justo lo contrario de lo que sus primigenio­s autores escribiero­n. Naturalmen­te que dinamita la Constituci­ón, y con una mera mayoría absoluta.

Este proceso convierte a la Constituci­ón en inservible. ¿Tendría lógica tramitar en el Senado una ley provenient­e del Congreso que defendiese la pederastia, o los malos tratos, o la pena de muerte, cuando la amnistía lo hace con el terrorismo, la malversaci­ón o la traición? Si tramitar una ilegalidad flagrante es legal y socava de modo soterrado nuestra norma original, todo es una farsa. Si una ley lo permite, es inservible. Como la que permite que el fiscal general sea castigado por «desviación de poder» y no ocurra nada. Si prevaricar es negarse a tramitar una reforma oculta y prohibida de la Constituci­ón, prevaricac­ión debería ser también admitirla. Y eso ocurre cuando la ley consiente aceptar un desfalco contra sí misma. No es la garantía del sistema. Es solo su degradació­n, y eso da ventaja a quien no debería tenerla.

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