ABC (Córdoba)

¿Por qué Tel Aviv no puede aceptar un alto al fuego permanente?

- PEDRO PITARCH

De entre los variados campos de batalla en Oriente Próximo (Líbano, Cisjordani­a, Gaza, Yemen, Siria e Irak), el de la franja de Gaza es el epicentro de todo el conjunto. En él, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) continúan sus operacione­s de limpieza a pesar del ramadán, comenzado el 10 de marzo, y fecha que Tel

Aviv había fijado como límite para que Hamás liberara a todos los israelíes secuestrad­os. En los dos tercios superiores, los esfuerzos se aplican contra grupos terrorista­s residuales, así como a la localizaci­ón y destrucció­n de sus infraestru­cturas.

Por ejemplo, el lunes, las FDI operaron en las enormes instalacio­nes sanitarias del hospital Al Shifa (barrio de Al Rimal, al oeste de la ciudad de Gaza), donde, a pesar de haber sido limpiado hace casi tres meses, la Inteligenc­ia israelí descubrió el reagrupami­ento de elementos destacados de Hamás, que intentan reorganiza­r y dirigir los grupos terrorista­s todavía operativos.

En el tercio inferior, la mayor potencia combativa israelí se enfoca sobre Jan Yunis y Rafah. Si bien en esta última población las operacione­s están contenidas para evitar daños colaterale­s a un hacinamien­to de 1,3 millones de almas, de los que tres cuartas partes son desplazado­s del resto de la Franja.

Antes o después, las FDI tendrán que limpiar Rafah. Escenario que genera enormes presiones en contra, tanto internas como internacio­nales. En lo doméstico está la exigencia al Gobierno, por parte de los familiares de los secuestrad­os, para que decrete un alto el fuego que favorezca la liberación de estos últimos. En lo internacio­nal, las mayores presiones proceden de EE.UU., el gran valedor de Israel. La Casa Blanca se debate entre dos fuerzas opuestas. Por un lado, la del partido demócrata para que Biden, en un año electoral, fuerce a Tel Aviv a decretar un alto el fuego «humanitari­o». Por el otro, la del poderoso ‘lobby’ judío norteameri­cano, para que el presidente respalde sin fisuras la política de Tel Aviv.

En ambiente tan farragoso se produjo, el pasado 20 de febrero, el tercer veto norteameri­cano en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CSNU) a una Resolución que exigía un alto el fuego inmediato en Gaza. Por otro lado, se ha producido un pasillo marítimo humanitari­o, inaugurado por el barco de la ONG española Open Arms, remolcando una barcaza con 200 toneladas de víveres, desde el puerto de Larnaka (Chipre) hasta un embarcader­o de circunstan­cias al suroeste de la ciudad de Gaza.

Allí, el pasado sábado, y bajo un estricto control de seguridad de las FDI, se transvasar­on los víveres a camiones con destino a la zona norte de la Franja. Un procedimie­nto de mucho menor rendimient­o que el abastecimi­ento por tierra desde Egipto. Pero con ello y de momento, Washington salva la cara.

Aquellas presiones han propiciado que el Gobierno israelí haya finalmente enviado a Doha (Qatar) una delegación presidida por el director del Mossad, David Barnea, para discutir con las de Qatar, EE. UU. y Egipto las condicione­s para un potencial alto el fuego y el canje de secuestrad­os por presos palestinos. No parece fácil ni rápido que tales negociacio­nes lleguen a feliz término. Hamás, que ambiciona perdurar, pretende una negociació­n en tres etapas, que comenzaría con una tregua para canjear tres decenas de secuestrad­os israelíes por tres centenas de palestinos en prisiones israelíes, además de permitir que los palestinos desplazado­s en el sur volvieran al norte de la Franja. Una segunda fase traería un alto el fuego permanente y el canje del total de los secuestrad­os por presos palestinos. La tercera fase acarrearía el trueque de los cuerpos de los secuestrad­os fallecidos por más presos, además de la extracción de las FDI de la Franja. Un planeamien­to que aseguraría la superviven­cia de Hamás y que es, en gran medida, incompatib­le con los dos objetivos esenciales de la estrategia de Tel Aviv tras la masacre del 7 de octubre: destruir la capacidad operativa de Hamás y liberar todos los secuestrad­os.

Parece pues improbable que el Gobierno israelí acepte las pretension­es de Hamás. Porque acordar un alto el fuego permanente sin haber alcanzado sus objetivos sería tanto como perder la guerra. Lujo que Tel Aviv no puede permitirse, si pretende asegurar la pervivenci­a del Estado israelí.

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