¿Por qué Tel Aviv no puede aceptar un alto al fuego permanente?
De entre los variados campos de batalla en Oriente Próximo (Líbano, Cisjordania, Gaza, Yemen, Siria e Irak), el de la franja de Gaza es el epicentro de todo el conjunto. En él, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) continúan sus operaciones de limpieza a pesar del ramadán, comenzado el 10 de marzo, y fecha que Tel
Aviv había fijado como límite para que Hamás liberara a todos los israelíes secuestrados. En los dos tercios superiores, los esfuerzos se aplican contra grupos terroristas residuales, así como a la localización y destrucción de sus infraestructuras.
Por ejemplo, el lunes, las FDI operaron en las enormes instalaciones sanitarias del hospital Al Shifa (barrio de Al Rimal, al oeste de la ciudad de Gaza), donde, a pesar de haber sido limpiado hace casi tres meses, la Inteligencia israelí descubrió el reagrupamiento de elementos destacados de Hamás, que intentan reorganizar y dirigir los grupos terroristas todavía operativos.
En el tercio inferior, la mayor potencia combativa israelí se enfoca sobre Jan Yunis y Rafah. Si bien en esta última población las operaciones están contenidas para evitar daños colaterales a un hacinamiento de 1,3 millones de almas, de los que tres cuartas partes son desplazados del resto de la Franja.
Antes o después, las FDI tendrán que limpiar Rafah. Escenario que genera enormes presiones en contra, tanto internas como internacionales. En lo doméstico está la exigencia al Gobierno, por parte de los familiares de los secuestrados, para que decrete un alto el fuego que favorezca la liberación de estos últimos. En lo internacional, las mayores presiones proceden de EE.UU., el gran valedor de Israel. La Casa Blanca se debate entre dos fuerzas opuestas. Por un lado, la del partido demócrata para que Biden, en un año electoral, fuerce a Tel Aviv a decretar un alto el fuego «humanitario». Por el otro, la del poderoso ‘lobby’ judío norteamericano, para que el presidente respalde sin fisuras la política de Tel Aviv.
En ambiente tan farragoso se produjo, el pasado 20 de febrero, el tercer veto norteamericano en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CSNU) a una Resolución que exigía un alto el fuego inmediato en Gaza. Por otro lado, se ha producido un pasillo marítimo humanitario, inaugurado por el barco de la ONG española Open Arms, remolcando una barcaza con 200 toneladas de víveres, desde el puerto de Larnaka (Chipre) hasta un embarcadero de circunstancias al suroeste de la ciudad de Gaza.
Allí, el pasado sábado, y bajo un estricto control de seguridad de las FDI, se transvasaron los víveres a camiones con destino a la zona norte de la Franja. Un procedimiento de mucho menor rendimiento que el abastecimiento por tierra desde Egipto. Pero con ello y de momento, Washington salva la cara.
Aquellas presiones han propiciado que el Gobierno israelí haya finalmente enviado a Doha (Qatar) una delegación presidida por el director del Mossad, David Barnea, para discutir con las de Qatar, EE. UU. y Egipto las condiciones para un potencial alto el fuego y el canje de secuestrados por presos palestinos. No parece fácil ni rápido que tales negociaciones lleguen a feliz término. Hamás, que ambiciona perdurar, pretende una negociación en tres etapas, que comenzaría con una tregua para canjear tres decenas de secuestrados israelíes por tres centenas de palestinos en prisiones israelíes, además de permitir que los palestinos desplazados en el sur volvieran al norte de la Franja. Una segunda fase traería un alto el fuego permanente y el canje del total de los secuestrados por presos palestinos. La tercera fase acarrearía el trueque de los cuerpos de los secuestrados fallecidos por más presos, además de la extracción de las FDI de la Franja. Un planeamiento que aseguraría la supervivencia de Hamás y que es, en gran medida, incompatible con los dos objetivos esenciales de la estrategia de Tel Aviv tras la masacre del 7 de octubre: destruir la capacidad operativa de Hamás y liberar todos los secuestrados.
Parece pues improbable que el Gobierno israelí acepte las pretensiones de Hamás. Porque acordar un alto el fuego permanente sin haber alcanzado sus objetivos sería tanto como perder la guerra. Lujo que Tel Aviv no puede permitirse, si pretende asegurar la pervivencia del Estado israelí.