Maquillada por si acaso
Jennifer Jones sí sabía elegir novios y maridos. Nos contaba ayer Nati Pulido que el bodegón de Zurbarán que podemos ver ahora en el Prado fue un regalo de boda para la actriz. El cuadro solo se había exhibido en España una vez, en Granada en 1953. Por entonces, Jennifer Jones todavía estaba casada con David O’Selznick, que le regalaba películas. Hasta 1971 no se casó con Norton Simon. Y este le regaló el cuadro en 1972, cuando lo compró en una subasta. Mereció la pena esperar. El millonario, que fue dueño de Max Factor y de Avis, era un coleccionista de arte que ríete de los Thyssen. Cuatro Rubens, una Madonna de Rafael, Murillo, Boticcelli… El Norton Simon Museum de Pasadena, que ha cedido la obra, era antes el Pasadena Art Institute. Especializado en arte contemporáneo, entró en crisis a principios de los 70 y Simon aseguró la continuidad con su apoyo económico y su colección privada. Jennifer, que enviudó en 1993, llamaba a Gregory Peck, Cary Grant o Billy Wilder para que fueran patronos.
Cuenta Jean Stein en ‘Al oeste del Edén’ (Anagrama) que Jennifer Jones estaba como diez cabras, lo que hace más simpática su persona que su carrera cinematográfica (pero me quedo con ‘Duelo al sol’, ‘La colina del adiós’ y hasta ‘El coloso en llamas’). Tenía una hija, Mary Jennifer Selznick, que estaba peor. Su psiquiatra, Beatriz Foster, revela a Jean Stein: «Cuando se dieron cuenta de que Mary Jennifer estaba muy loca, me la mandaron». Cuando se suicidó, Jennifer Jones estaba en Dallas con su padre moribundo. Al enterarse de la muerte de su hija llamó por teléfono a la doctora Foster y le soltó: «Dios mío, Beatriz, lo que debes de estar pasando». Otro hijo contaba que no entendía cómo su madre les dejaba subir con Rossellini en su Ferrari descapotable a 200 por hora. Casada con Norton, Yuki, su peluquero y maquillador, estaba con ella cuatro horas cada día. «Norton merece que me ponga guapa». Por las noches se iba a la cama maquillada. Por si tenían que llevarla al hospital. «Me van a sacar una foto y quiero estar maquillada». Mira, como Catalina de Gales.*