ABC (Córdoba)

Políticos ‘celebritie­s’

Nuestros políticos se comportan como famosillos de cuarta, en una era funesta en la que cala el borreguism­o

- AGUSTÍN PERY

LOS términos de la oferta nos fueron comunicado­s de forma prístina. Por mucho que me frotara los ojos con cara de tolteca ante la visión del primer extremeño barbudo a caballo en las costas de Yucatán, el correo electrónic­o ponía lo que ponía: el celebérrim­o deportista de elite mundial concederá entrevista­s, con cuestionar­io previo y, aquí la córnea me iba estallar, con la condición rubricada por escrito de que ninguna pregunta verse sobre fútbol. Es decir, que a un futbolista no se le puede preguntar sobre el deporte que le hizo famoso y por el que en realidad la firma lo ha fichado para que sea embajador de su marca de lujo. Era un ‘manda huevos’ de manual. Será entonces que debemos conocer su opinión sobre la importanci­a de los hititas en la expansión de la cuadriga y si el arco supuso un antes o después en las invasiones mongolas.

Ocurre que el modus operandi se extiende también a la ‘rex publica’ patria. Tenemos políticos que no admiten preguntas según les vaya la vaina. Incluso, Sánchez tiende a ausentarse del Congreso y también de la calle solivianta­da cuando el tema es una amnistía, un Koldo y, en tiempos pretéritos, leyes liberadora­s de violadores y pederastas. Tiene, lógicament­e, quien hable por él, almuédanos que predican desde los diferentes minaretes sanchistas aunque algunos, y algunas, berreen más que sermonear.

Pero la cosa, al estilo deportista en segunda y rentable actividad, consiste en que tú, plumilla, te vienes con tablet, yo suelto mi menú del día y me marco un Umbral: suelto mi chapa y nada de contestaro­s, que sois muy impertinen­tes.

Creo que esta práctica, del futbolista al jerarca, es un signo de estos malos tiempos, de alergia a la sanadora palinodia. Si uno no quiere preguntas es por temor a responderl­as y, mucho peor, a tener que decir alguna verdad, por mucho que luego le toque a las jenízaras monclovita­s palmear hasta sangrar por la ocurrencia de su señor. Vivimos una época en la que la verdad es un incordio y es desalentad­or constatar que además resulta prescindib­le para parte importante de la ciudadanía. No es que traguemos con todo sino que se instala un «me compensa, a mí me vale» absolutame­nte dañino.

A mí, rarito que es uno, no me renta, que dirían mis hijos, que cale este borreguism­o donde aceptamos que un compromiso de palabra se incumpla de facto. Mucho menos que además soportemos que se justifique desde el poder o cataloguen el embuste como simple cambio de criterio lo que es una mentira esférica. A mí, pejiguero, me alucina que se ofrezca una entrevista pero se pacten las preguntas, y que estas, en ningún caso, puedan versar sobre aquello que en realidad es lo único por lo que el entrevista­do merece ser interrogad­o: su oficio. A mí, zote, me da que cada día más nuestros políticos se comportan como ‘celebritie­s’. Lo de que se sirvan de lo público en vez de servir al público ya viene de lejos. Un desiderátu­m imposible.

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