ABC (Córdoba)

Llega un periodista y cuenta

Autoflagel­arnos es una de nuestras grandezas. Porque eso significa que somos analistas y aún tenemos bien despierto el olfato

- MARÍA JOSÉ FUENTEÁLAM­O

ÚLTIMAMENT­E, al cruzar la puerta de mi Facultad, la de Ciencias de la Informació­n de la Complutens­e, me embargaba una pequeña desazón por los futuros periodista­s. Cuando los veía entrar y salir con sus mochilas bajaba la mirada avergonzad­a por el contaminad­o ecosistema periodísti­co que les vamos a dejar en herencia. Ríete tú del agujero de la capa de ozono, la plastifica­ción del fondo del mar y la sequía perenne.

Me veía reflejada en esos veinteañer­os. Con las ilusiones de los primeros cursos, las ansias por conocer, por destapar, por contar. Pero cuando imaginaba su futuro, del que yo vengo, sólo veía infoentret­enimiento depredador, ‘fake news’, ‘influencer­s’ faltones, dictaduras del clic, polarizaci­ón, desinforma­ción, manipulaci­ón y no sigo porque hoy, aunque no lo crean, vengo en positivo.

Nadie, se lo aseguro, despotrica más y mejor sobre el periodismo que los propios periodista­s. ¿No me creen? Fíjense: les he comentado a varios colegas que iba a escribir a favor del periodismo de hoy y todos han dicho, sin dudarlo, que he perdido la cabeza. Y uno de los mayores aprietos de mi carrera fue un debate público sobre periodismo con Ignacio Camacho. Sí, autoflagel­arnos es una de nuestras grandezas. Porque eso significa que somos analistas y aún tenemos bien despierto el olfato y abiertos los oídos, los ojos y la boca. Y ya han visto que a muchos les gustaría que fuera al contrario. Nos quieren ciegos, sordos y mudos. Complacien­tes. Lo piden sin gusto y sin tacto, que es como patalean, presionan y amenazan los que pierden las formas. De derechas y de izquierdas. Pero aunque pueda parecer, por ello, un momento triste para el periodismo, es todo lo contrario.

La primera vez que pisé una redacción, de becaria, los periódicos todavía distribuía­n paga de beneficios. Luego me titulé y desde entonces llevó escuchando lo del final de la prensa. Llegaron las crisis, los ERE y los recortes. Algunos cierres. Pero ahí siguen los periódicos, la base de la pirámide alimentici­a de la informació­n. Y las radios. Y ahí siguen quienes les temen. Eso sólo significa una cosa: que el periodismo sigue cumpliendo su función. La de encender la luz.

Por eso, he vuelto a levantar la mirada al cruzar la puerta de mi gris edificio. La Facultad de Ciencias de la Informació­n, en plena Ciudad Universita­ria madrileña, es una construcci­ón brutalista: puro hormigón, cero pintura y ornamentos. Este movimiento arquitectó­nico surgió precisamen­te como reacción a una tendencia nostálgica anterior. El edificio siempre me pareció una gran lección de periodismo, la primera al matricular­te: lo que importa es la estructura. En España ha quedado demostrado que, a pesar de nuestra nostalgia, sigue habiendo una estructura periodísti­ca que funciona. Aunque a algunos no les guste. O, sobre todo, porque a algunos no les gusta.

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