ABC (Córdoba)

Escuchar a escondidas

- LUCÍA CABANELAS

El pulso del mundo se mide en zapatillas de andar por casa y en la barra de un bar, cuando se llama a las cosas por su nombre y hablas y hablas creyendo que nadie te escucha. Tiene sentido, porque cuando te prestan atención la conversaci­ón cambia, el discurso se engola. No se habla entonces por hablar, sino por impresiona­r, inevitable­mente, a otro.

En ‘Capote vs. The Swans’, ya completa en HBO Max, el escritor, capaz de leer del revés y de detectar un chismorreo a cien metros, le da un consejo a su hija adoptiva, Kate Harrington: «La mesa de al lado es donde ocurre todo. Si tu mesa es aburrida, es posible que tu vida también lo sea. Me solidarizo. Domina el arte de escuchar a quien esté justo ahí». Y señala. Pues eso, para saber lo que hace bullir a la gente, basta con afinar el oído y cultivar una habilidad al alcance solo de los más curiosos y discretos: escuchar a escondidas.

Después de un viaje por trabajo, nos sentamos a comer a la hora que solo comen los rezagados y en vez de hablar, escuchamos a las de la mesa de al lado. Tenía razón el Capote de Hollander, la charla no tuvo desperdici­o. Era todo muy loco. Las señoras, cuatro, de entre 65 y 75 años, arreglaban el mundo hablando suave pero sin parar. Destripaba­n el fútbol, y nos preguntamo­s: ¿por qué no les dan un pódcast a ellas y les dan un micrófono a otros que están agotados? En media hora, ni un topicazo de esos que tanto frecuentan comentaris­tas y locutores deportivos que cambian los nombres de los jugadores pero dictan de carrerilla los lugares comunes ‘ancheando el terreno de juego’. Fue algo así:

–A Vinicius no le insultan por negro sino por tonto.

–Una vez fui al estadio y me quedé... les insultaban. –Es lo normal eso.

–Mi hijo es del Celta y del Barcelona, pero más del Celta, que para algo es de Vigo. –Claro, claro.

–A mí me gustan los conciertos de Estopa.

Con lo de Vigo me ganaron. Lo de Estopa, por la habilidad para cambiar tan rápido de tema, nos dejó noqueados. Pero es que era todo tan genuino, tan loco, que no podíamos despegarno­s. Me acordé de una amiga, que una vez anotó en un margen a modo de recordator­io para no perderse en el arte de escribir una crónica deportiva: Juego subterráne­o=falta.

Total, que lo más interesant­e de la vida siempre es lo que le pasa a otro.

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