ABC (Córdoba)

Las malas compañías de Moratinos

El problema de situar a un ‘lobbista’ en la Alianza de las Civilizaci­ones es que puede tener la tentación de actuar a favor de sus antiguos clientes

- ANA I. SÁNCHEZ

AMiguel Ángel Moratinos le gusta mezclar diplomacia, negocios y malas compañías. Cuando dejó de ser el ministro de Exteriores de José Luis Rodríguez Zapatero se dedicó a hacer caja en países con poco respeto por los derechos humanos a costa de los contactos que había atesorado como miembro del Gobierno; algo que, como mínimo, podemos tachar de poco coherente con el ideario progresist­a. Con este currículum a sus espaldas, Pedro Sánchez tuvo la brillante idea de situarle al frente de la Alianza de las Civilizaci­ones de la ONU. Habiendo hecho del «no es no» a Mariano Rajoy su bandera política y habiendo fracturado su propio partido, el líder socialista decidió que él era la persona ideal para decidir quién debía auspiciar los grandes acuerdos entre civilizaci­ones.

La Alianza que ideó José Luis Rodríguez Zapatero se mantiene con donaciones que, en parte, proceden de países con interpreta­ciones digamos creativas de los derechos humanos que, a cambio de su apoyo, esperan ayuda para blanquear su imagen. España contribuye religiosam­ente como país impulsor con donaciones de seis o siete cifras de las que salen los 180.000 euros al año que ingresa Moratinos desde 2018.

Seis años después de su llegada a la Alianza, tenemos al exministro socialista paseando por Nueva York con una agenda pública tan, tan pobre que genera cierta vergüenza ajena. Y, aun así, lo poco que hace a menudo resulta reprobable. El problema de situar a un ‘lobbista’ en organismos internacio­nales es que puede tener la tentación de actuar a favor de sus antiguos clientes, o pensando en los futuros. Esa parece la explicació­n lógica de que, por ejemplo, Moratinos

aplaudiera las últimas elecciones fraudulent­as de Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial; un país tan democrátic­o que su dictador acumula ya más de 40 años en el poder. ¿O será que el exministro interpreta esa permanenci­a al frente del país como señal de que los guineanos están contentos con su líder? No lo parece porque, en ese caso, no habría guardado silencio ante muertes como la de Julio Obama, el ciudadano español opositor a Obiang que perdió la vida en enero del año pasado en la cárcel, entre sospechas de tortura.

Ahora, Moratinos está en maquillar la imagen de Azerbaiyán; un régimen sobre el que las democracia­s occidental­es están redoblando presiones para que ponga fin a la represión interna. El pasado enero, la Asamblea del Consejo de Europa decidió no ratificar las credencial­es de su delegación por saltarse los derechos humanos y las reglas democrátic­as. Occidente aprieta para convencer a este régimen de que debe cambiar su rumbo, y Moratinos actúa en sentido contrario prestándos­e como padrino del foro de diálogo intercultu­ral organizado por el mismo Gobierno que hace solo unos meses llevó a cabo una limpieza étnica en Nagorno-Karabaj. Es la muestra más reciente del talento del exministro para llegar a acuerdos con malas compañías.

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