Antonio Bujalance: entre la galaxia y el fósil
La Sala Vimcorsa exhibe una muestra antológica del pintor de Doña Mencía que combina cuadros o dibujos de pequeño formato con otros más grandes, hasta un mural
Antonio Bujalance parece ser muchos pintores. Por una parte está aquel apegado al espíritu de los tiempos, donde el mensaje sobre la protección de una naturaleza amenazada cobra una extraordinaria importancia. Por otra está el humanista que refleja la vida de los campesinos. A veces parece encontrar aquello que busca en lo recóndito de galaxias que parecen surgir en ese instante. Otras se acerca al dibujo más sencillo y geométrico.
En realidad, el de Doña Mencía es sólo el mismo autor preocupado por la Tierra en múltiples dimensiones. Todo ello, eso sí, encauzado a través de variados estilos con una intención clara de experimentación y de explorar una peculiar y personal espiritualidad. Con el título general de ‘El fulgor y la palabra’, la sala Vimcorsa (Ángel de Saavedra, 9) acoge desde esta semana y hasta el 2 de junio una muestra antológica que reúne 80 obras que se corresponden con 60 años de trabajo. La exposición se podrá visitar de martes a sábados, de 10.30 a 13.30 horas y de 17.30 a 20.30 horas. Los domingos y festivos de 10.00 a 14.00 horas.
Duranta la Semana Santa tendrá un horario excepcional, solamente de 10.00 a 14.00 horas. A petición del propio autor, las obras están ordenadas en orden inverso al cronológico. Al iniciar ese recorrido, muchos de los espectadores de cierta edad reconocerán a un viejo amigo, aquel cormorán que en imágenes mil veces repetidas por la televisión aparecía en los informativos de los primeros 90. Se trataba de un cormorán cubierto de crudo. El ave se convirtió en una especie de símbolo que unía el conflicto bélico del Golfo Pérsico con el entonces ya muy sólido mensaje ecologista. Este animal es el protagonista del cuadro titulado ‘Paisaje degradado’, óleo y fotografía sobre lienzo que convive con otros en la línea, como ‘Pájaros’, ‘Calcinados’, ‘Deshielo’ o ‘Peces’, y que reflejan precisamente pájaros muertos, un incendio, la licuación de un paisaje frío o peces muertos por algún tipo de contaminante. Es como si el artista tomase las referencias constantes de los medios de comunicación para trascenderlas, evitando gracias a su pericia que el mensaje sea simple o burdo, más bien una denuncia sólida basada en emociones y el dominio de la técnica pictórica. La muestra combina cuadros o dibujos de pequeño formato con otros más grandes, hasta el imponente mural ‘Siega y recolección’, mural acrílico sobre madera de seis metros de largo por 2’65 de alto, y que evidencia la importancia del campesinado en la obra de Bujalance. Precisamente, este mural fue encargo de Cajasur en los años 70 (entonces Monte de Piedad). La labor agraria se reparte por dos de las estancias de Vimcorsa, reflejando a los campesinos como una especie de arquetipos no enfrentados, sino más bien en constante relación con el medio que les rodea. Estos temas se amplían con una serie de obras dedicadas a los espantapájaros. Ambas formas de reflejar el campo están ligadas a los recuerdos de infancia del pintor, que a los dos años se trasladó de Doña Mencía a Bujalance, casualmente coincidente con su apellido. La degradación de la naturaleza y los campesinos, por su ligazón con la realidad, contrastan con otros temas que pueblan diversas secciones de la exposición. Por ejemplo, la serie dedicada a las nebulosas cuenta con imágenes que recuerdan al ‘Big Bang’ o a fenómenos similares relacionados con el nacimiento de galaxias o diversas explosiones de estrellas. Estos cuadros, que podríamos denominar espaciales, están tan cercanos a la abstracción como las denominadas sinestesias musicales, donde una serie de obras exhiben particulares partituras y pentagramas con enorme colorido.
Entre las obras más figurativas o que parten de la figuración, y las más tendentes a lo abstracto, Antonio Bujalance se mueve en un terreno intermedio, de carácter simbólico, con una serie de cuadros dedicados a paisajes imaginarios, paisajes naturales convulsos, ruinas o fósiles. Mientras que de las ruinas o paisajes surge un cierto carácter melancólico que remite a los efectos del tiempo, casi se diría que los fósiles son el otro extremo de las nebulosas anteriormente comentadas. Si en ella se alejaba de la Tierra desde la Tierra, quizá para observarla desde lejos, ahora se adentra en ella. En una estaba la perspectiva del cielo, en otra la del suelo.
Otros cuadros dedicados a plantas silvestres o bien a máscaras cercanas a lo grotesco muestran lo variado de una trayectoria que ha pasado a lo largo de décadas por todo tipo de estilos, desde el realismo al cubismo, pasando por el collage fotográfico, y manteniendo siempre el mismo hilo conductor: una técnica depurada adaptada a la idiosincrasia de cada obra.
Ausencia de figura humana
Bujalance se plantea una mirada a ras del terreno donde la ausencia de la figura humana lleva a contemplar unos paisajes imaginarios que parecen arder en los colores de la tarde, desintegrándose lo sólido en lo aéreo, sin más anclaje para la mirada que unas líneas que desdoblan la horizontalidad. En series como Estratos o Fósiles, el pintor se ha dedicado a excavar imaginariamente en la tierra, introduciéndose en ella como si de las capas de un corte geológico se tratara, encontrando la presencia de organismos pretéritos que quedaron petrificados en la noche de los tiempos.
No fue pródigo en retratos, aunque sí hizo algunos conocidos, como al tenor Pedro Lavirgen, Lagartijo, Gala, García-Lorca o Castilla del Pino. Esta es la única faceta que no aparece tratada en esta exposición.
El impresionante mural ‘Siega y recolección’ de 2,65 por 6 metros de largo evidencia la importancia del campo en su obra