La semilla que germina y crece como flor bella
Las cofradías se afanan en sus iglesias para que sus imágenes y cortejos resplandezcan al comienzo de la fiesta
HAY un momento de estupor el día en que uno se pregunta cómo nace una planta, por qué a un animal que ha nacido indefenso y con los ojos cerrados le han salido garras y colmillos, por qué un niño que sólo duerme se transforma en un adulto capaz de transformar el mundo. Los biólogos, los médicos, los veterinarios, son capaces de dar explicaciones; quienes no lo son tienen algunas nociones de por qué ocurren las cosas, y si disfrutan de un poco de conciencia, se admiran de cómo la vida fluye en el mundo, sea por la teoría de una casualidad cósmica o con la fe en una mano bondadosa que cuida de que las cosas sigan siendo bellas. Así pasa que la semilla de la naranja termina en árbol de tronco fuerte que da azahares, que lo que empezó como gato tierno acaba en fiera melenuda y arrogante al cabo de unos años.
Tal vez con un reloj parecido funcionen las vísperas de la Semana Santa. Los hay que se pasan el año contando fechas, desde que son más de 300 hasta que llegan los días de las casullas moradas, y los hay que aunque piensen no se acuerdan hasta el momento en que está cerca, pero todos ellos confluyen en unos lugares y a unas ciertas horas. Es necesario que la fiesta se prepare. Igual que el crecimiento de los seres vivos, tiene su lógica en convocatorias, llamadas, preguntas; igual que cuando la vida se desarrolla, el proceso pasa desapercibido para la mayor parte de la gente.
Igual que unas hojas nacen de una yema, así aparece un día el paso en la iglesia; como la flor asoma, cualquier mañana de Cuaresma las imágenes están encima del paso; como han nacido aves en los nidos, la plata está limpia. Como va brotando la semilla debajo de la tierra, no regada esta vez por agua, sino por la voluntad de quienes están felices de poder sacar a su cofradía adelante, así llega a florecer en este día de gozo.
Llaman preparativos a lo que ayer sucedía en las iglesias, pero en rigor es como decir que crece el niño que se está transformando en adolescente. Será quizá una fase, la más importante, pero es la última después de mucho tiempo de trabajo. La más ilusionante, sin duda, porque es el momento en que todo está cerca, porque no hay que esperar más que un amanecer para que sea verdad. O para que pueda llegar a serlo.
En la iglesia de San José y Espíritu Santo, la parroquia del Campo de la Verdad, hay vísperas de excepción. La cofradía de la Vera-Cruz ya no sale el Lunes Santo, sino el Domingo de Ramos, y los suyos tienen que esperar un día menos para su día grande. Son preparativos que siguen a otros preparativos, pero son distintos. La cera hace tiempo que está dispuesta, la plata está limpia, la Cruz de la Vida que abraza y lleva como un estandarte el Señor de los Reyes se ancla en el suelo y los cofrades están orgullosos de que se haya terminado el techo de palio de la Virgen del Dulce Nombre.
¿Quién dice que ya no huelen las flores tan hermosas que van sobre los pasos? Los claveles siguen dejando una fragancia sutil por el templo y las escaleras se multiplican por un lado y por otro para dar los últimos toques. No hay por ningún lado un manual de cómo trabajar. Igual que aquel nazareno de Rafael Montesinos, parece más bien un rito heredado, que se lleva en la sangre como carga genética, y no aprendido, aunque la lógica pueda hacer pensar en lo contrario.
A la hora del ángelus la Virgen de los Dolores y el Cristo de la Clemencia salieron de su templo y recorrieron las pocas decenas de metros hasta la casa desde la que tienen salir el Viernes Santo. A la espalda del Cristo
Novedad Las vísperas son de excepción para la VeraCruz, que se estrena en un Domingo de Ramos
Perfección Los menos se preocupaban por los pronósticos; en el interior era más importante cuidarlo todo
de los Faroles, que a la Señora de Córdoba siempre hay que visitarla cerca de su lugar, ayer todavía embriagado por tantas visitas que fueron a rezarle en otro de esos días que no necesitan más que llegar para nacer.
Nadie sabe el aire fresco de ilusión que hay dentro de una iglesia cerrada en que se prepara una cofradía. La palabra trabajo, entendida como maldición o como lugar en el que hay que estar por imperativo mayor, es lo menos parecido a la alegría de hermanos que se reparten tareas, al entusiasmo con que se van dejando transparentes los critales de la tulipas. No hay miedo en quien se sube a la escalera para repasar las bellotas que cuelgan de las bambalinas, porque de ellas depende el compás al que tendrá que ir la Virgen cuando salga a la calle.
En San Francisco los tres pasos del Huerto esperan y los suyos ponen flores, miran y remiran, tienen que volver a subirse si encuentran el menor defecto. Tal vez alguien piense fuera, mirando el teléfono como si no hubiera otra cosa que hacer, que hay desesperanza porque el tiempo está avanzando algo parecido al confinamiento, pero una cofradía no vive de malos presagios, sino de superar obstáculos, y de saltarlos en el mismo momento en que tienen que llegar.
Las tareas son muchas y se reparten por todas partes, que una hermandad es mucho más que pasos, aunque el Huerto tenga tres. Tiene que salir a las cinco y media la tarde, la última de una jornada temprana en la que la ciudad se debe reencontrar con la fiesta. Mucho antes, por la mañana, lo hará la Borriquita, que al caer la tarde ya tenía el trabajo tan hecho que lo podía mostrar a todos los que pasaran por San Lorenzo. Y allí estaba Jesús de los Reyes con su túnica nueva, en el paso que tendrá que crecer a partir de ahora, y en otras partes habrá turbantes de hebreo planchados esperando a madrugar hoy.
Sí, la Semana Santa nace como la planta que sólo sabe hacerlo de una forma y también está en la intimidad de las casas que albergan túnicas planchadas o colgadas, que sacan zapatos para que estén limpios, medallas para que no se olviden, trajes para llevarlos como tiene que hacerse en un día de fiesta, programas listos, palmas en los balcones. Tampoco tuvieron que llegar con una anotación en la agenda ni con una alarma electrónica.
Fue el día de textura otoñal y de primavera cálida, con una calima de mal agüero y también con la necesidad de dejarse los abrigos en casa. De noche todavía algunos encontraron gente que iba de la casa de hermandad a la iglesia a por algo que faltaba, e incluso algunos de los que tenían que salir el Lunes Santo ya empezaban el mismo trabajo que habían empezado los demás, y con la misma naturalidad de saber que había llegado el momento. Entraron las cofradías de vísperas, durmieron los impacientes a la espera de que lo que fue semilla se convierta en flor inigualable en cuanto amanezca el día.