ABC (Córdoba)

La luna llena como promesa

Las cofradías de vísperas pisan calles cada vez más llenas de un público con ganas de disfrutar de la inminencia

- LUIS MIRANDA

CAÍA la tarde repentina en el barrio de Fátima, con el sol escondido entre nubes de una tarde de gris otoñal y calor de primavera, y al mirar al norte había una luna exuberante y redonda, que buscaba el lleno no con la certeza de un hecho astronómic­o, sino con la voluntad de cumplir una promesa. La primera de la primavera, la de la Pasión, la de los sueños que terminan por cumplirse. Los que allí estaban, como los que habían madrugado en Cañero y los que llegaron al Parque Figueroa o apuraron la noche en la Consolació­n, no necesitaba­n saberlo, pero la luna lo confirmó. Llegaba la Semana Santa. Tal vez faltaban las palmas en las calles y las cofradías llegando a la carrera oficial, pero estaba la fiesta, y cuatro cofradías llaman a la puerta a la espera de su hora. La luna estaba tal vez guiñándole­s.

También lo habían hecho el sol y los azahares de Cañero al filo de las cuatro de la tarde, cuando se alzó poderoso el paso del Señor de los Afligidos en busca de sus calles y sobre todo de la Catedral. El azahar tiene presencia de botón y exuberanci­a de selva, y no sólo perfuma el aire, sino que lo hace primavera cuando se abre. Por allí venía un buen cortejo de nazarenos blancos y al final el misterio en el que Pilato declina en el pueblo qué hacer con el Señor de los Afligidos.

Era una tarde de primavera con nazarenos, un misterio de tribunal, un barrio y la agrupación musical de la Redención. ¿Qué podía pasar sino la gracia de unos cambios, el recreo en los giros, los vecinos y los cofrades de otros lugares que se movían por las aceras y no veían la hora de marcharse? Alguna conversaci­ón habría en las aceras de por qué no estaba ya en la carrera oficial, pero la hermandad buscaba la Catedral con paso largo y sobrada de tiempo y fuerzas.

Al llegar allí, muy arropada por la gente, sonaron otros llamadores en otros lugares. Si es día de Semana Santa, o de sus vísperas, el Sábado de Pasión es también una jornada distinta en que las hermandade­s no se cruzan ni suelen estar cerca unas de otras. Hay que pisar mucha ciudad para encontrarl­as.

Estreno

A las siete de la tarde era el encuentro con la O, que salía por primera vez como cofradía erigida, y especialme­nte con el Señor de la Victoria, que se estrenaba el Sábado de Pasión. El aire de la tarde que caía se hizo denso y emocionant­e nada más salir: Cristo de Gracia tocó ‘La Muerte no es el final’, homenaje a su prioste, Miguel Sanchiz, que falleció el día 18. Después de la oración, el momento de la alegría y la mirada a lo que es del todo nuevo. El Señor de la Victoria en sus Tres Caídas narra la escena en buena unión con las nuevas figuras de Juan Manuel Montaño y su paso de líneas neoclásica­s cumple con el cometido de hacer con dignidad que todo el mundo se fije en la imagen titular. Un sutil friso de varios colores de pasión estaba a las plantas del misterio, que pronto se comportó como quiere una cofradía que aspira a ser de bulla. Avanzaba con cambios, pasos atrás y sorpresas, pero avanzaba también con fuerza entre aplausos y entusiasmo por calles anchas y cielos abiertos, tan queridos para las cofradías de las vísperas.

Al llegar la Virgen de la O ya era de noche, como pasa en las Semanas Santas madrugador­as, y los que la veían siempre con el sol alto de la tarde, porque otros años lo hizo mucho antes, tenían el contraste de la cera rizada encendida y de una luz que cambiaba su mirada baja y la expresión de dolor. Llegaba exuberante de flores en las esquinas y en las jarras, y al giro, con ‘Coronación de la Macarena’, dejaba un aire de felicidad entre los que estaban allí, que seguían buscando la luna de las promesas en el cielo que no era tan azul como querían.

Poco antes, también cuando la tarde caía, el Cristo de las Lágrimas pisaba las calles del Figueroa. Su paisaje es de largos bloques y la presencia majestuosa de la Sierra, y su aire con las flores silvestres a los pies como de Calvario antiguo, de cruz alzada que proclama lo que está a punto de decirse en las misas del Domingo de Ramos.

Ya era de noche, como todos los años, cuando se podía buscar al Cristo de las Almas y a la Virgen de la Salud y Traspaso, formando una piedad a la espera de componer el misterio del Traslado al Sepulcro. Lo que era alegría y pujanza se había hecho solemnidad y recogimien­to. La Madre, tocada de forma parecida a la que los cofrades llaman ‘de Aguas’ entonaba el drama en una noche que podía ser de Viernes o Sábado Santo si alguien cerraba los ojos o si los abría y se daba cuenta de que aquella luna, ya redonda en el aire templado de la primavera, contaba que había llegado el momento de bendecir a Dios por lo que estaba pasando.

Homenaje La O recordó a un hermano fallecido hace pocos días con la interpreta­ción de ‘La muerte no es el final’

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// ÁNGEL RODRÍGUEZ El Cristo de las Almas y la Virgen de la Salud y Traspaso, en su procesión
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