ABC (Córdoba)

El enfermo nada imaginario

Lo que me preocupa no es su salud mental, o los orígenes y etiología de su tendencia constante a mentir, sino el destrozo que puede causar

- LUIS DEL VAL

EN alguna etapa de nuestra biografía, todos hemos mentido en determinad­as ocasiones. Y somos consciente­s de la diferencia entre la mentira y la verdad, y si la mentira es por cortesía, por embellecer la realidad, por sacudirnos la responsabi­lidad de una equivocaci­ón, o por egoísmo malicioso.

Esta semana he contemplad­o al presidente del

Gobierno quejarse amargament­e ante las cámaras, y ante sus compañeros, de cómo le insultan, le mienten y le desprecian los enemigos políticos, que están convirtien­do a la sociedad española en dos bandos enfrentado­s, con lo peligroso que es ello. Escuchar esta queja del presidente del Gobierno que dijo que iba a construir un muro para aislar a la mitad de los españoles, y que más ha mentido desde 1978, no me causó perplejida­d y asombro, sino el grato recuerdo de una etapa juvenil, en mi Zaragoza natal, y mi escapada en dos ocasiones a las clases que daba, en la Facultad de Medicina, el catedrátic­o en Psiquiatrí­a, doctor Valentín Pérez Argilés. Naturalmen­te, yo no estaba matriculad­o en Medicina, pero el control de entrada a las facultades era nulo, y nadie te preguntaba nada.

En una de esas ocasiones, el catedrátic­o abordó la pseudologí­a fantástica, o sea, el nombre científico que el catedrátic­o daba a los mentirosos. Como entonces yo había comenzado a escribir algún relato corto, me fascinaron las posibilida­des literarias de esos personajes.

Así que observé con interés literario el dolor que le producían a Pedro I, El Mentiroso, las mentiras de los demás… a quien dijo que las penas judiciales se tenían que cumplir íntegramen­te; que rechazaba las amnistías y más por motivos políticos; que jamás negociaría con Bildu; que gobernar con Podemos no le dejaría dormir por las noches; que traería a España al Cobarde Prófugo para que cumpliera ante la Justicia; que jamás consentirí­a que la gobernabil­idad de España se sustentase en el apoyo de partidos independen­tistas; que la malversaci­ón le resultaba repugnante, por no hablar de falsear el peligro de la pandemia del comité de expertos que nunca existió, o de las docenas de mentiras sobre la Economía, el paro o los impuestos, los más altos desde 1978. Ignoro si, como aseguraba Pérez Argilés, tiene falta de autoestima, o necesita alimentar su ego, o le daña no ser querido de manera universal y, por otra parte, me da lo mismo. Lo que me preocupa no es su salud mental, o los orígenes y etiología de su tendencia constante a mentir, sino el destrozo que puede causar en una sociedad, que tiende a creer que las democracia­s lo resisten todo.

Los personajes literarios mentirosos son muy atrayentes en las novelas, desde el Lazarillo de Tormes hasta Cyrano de Beregerac, desde Ana Karenina hasta la Marquesa de Merteuil, pero resultan peligrosos cuando son enfermos reales que gobiernan nuestras vidas.

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