ABC (Córdoba)

Los límites del rubor

- BRUNO PARDO PORTO

En España se siguen haciendo chistes de negros, pero están en ‘La que se avecina’ (cada día, en FDF), así que no hay necesidad de ponerse nostálgico­s con las cintas de Arévalo. Entre el Recio llamando Mondongo a Ricardo Nkosi y las lágrimas de Vinicius cabe un país, pero no un relato facilón. Mucho menos un tuit. Joaquín Reyes se ha viralizado estos días por decir que en España no hay censura. Qué escándalo. Fue hace unas semanas, en el Foro de la Cultura de Valladolid: «Los cómicos no asumimos bien la crítica. Muchas veces dicen: me censuran. No, te critican. No es lo mismo». Y después: «La cancelació­n es mala prensa (...) Aquí no se cancela a nadie». También le sacudió a Miguel Bosé por quejarse en la portada de ‘El País Semanal’ de que ya no se puede opinar libremente. Gay Talese hizo lo mismo en la de ABC. Si hay algo más aburrido que debatir sobre los límites del humor es hacerlo sobre la esencia de una nación, nuevo entretenim­iento de raíz romántica con el que se llenan horas de tertulia y cuestionar­ios de periodista­s que no se han leído el libro del autor al que van a entrevista­r. ¿Somos menos libres que antes? ¿Vivimos en la censura? ¿Somos racistas? ¿Puedo todavía pedirme un chuletón? La única pregunta que nunca nos hacemos es de quién estamos hablando cuando conjugamos en plural.

El Club Caníbal está representa­ndo en Matadero ‘Instruccio­nes para sobrevivir en lo oscuro’, una de esas obras que ya no se pueden hacer, género propio de un tiempo desquiciad­o. En un humilde pueblo del sur, los agricultor­es riegan los campos de fresas con el agua que sacan de un pozo ilegal en la frontera con un parque natural. Europa quiere cerrarlo, pero al alcalde se le aparece la Virgen una mañana y le pide que levanten un parque acuático en su honor. Segurament­e, mientras reíamos, en alguna parte de la geografía ibérica alguien pedía la abolición de las piscinas, los bañadores, el verano y el motor de combustión. He buscado en Twitter, pero nadie ha amenazado de muerte al Club Caníbal. A otros cómicos los han despedido por mucho menos.

Es muy difícil dirimir cuál es el espíritu de una época, pero no tanto ver dónde está el negocio: en la superiorid­ad moral del señalamien­to, también en la queja, el lamento, o sea, en el victimismo. Pero el precio a pagar es dejar de reír.

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