Cierra la puerta y suelta a las perras
A mano derecha, la jauría de Bolaños; a la izquierda, las mascotas de Ribera
EN todo el sainete protagonizado desde el pasado miércoles por Pedro Sánchez y su entorno orgánico y mediático –esfera del sufrimiento, la dignidad, los valores troncales, el respeto, el daño irreparable, la inocencia y la reflexión colectiva, enumerados por su propio guionista en el episodio final del culebrón, retransmitido desde la escalinata de su falso cadalso– hay un detalle semántico que ha pasado inadvertido y cuya escena conviene rebobinar por lo que significa para la determinación de género de una jauría que Félix Bolaños localiza en la galaxia de la ultraderecha, pasada de testosterona y de baba rabiosa y espesa, cuajada a la altura de los colmillos, y que Teresa Ribera, en cambio, reclama como propia, aunque sin someter al filtro institucional del lenguaje inclusivo. De aquellos dóberman, estas rehalas. Todos machos. Perras, abstenerse.
Cuando el pasado sábado la vicepresidenta tercera y eurocandidata socialista se puso a ladrar en la verbena de Ferraz se reivindicó como ‘perro’, en masculino y en claro homenaje a su amo, titiritero invisible de aquella ‘matinée’ infantil. «Nos pueden llamar perros porque somos fieles y leales», dijo Ribera en una inédita y llamativa evitación del sustantivo ‘perras’, renuncia expresa del dogma de la inclusión que puso de manifiesto sus complejos a la hora de conjugar por lo progresista una palabra que de un género a otro admite tantos matices como prejuicios, aquí de clase. Mucha clase, Ribera.
Hay ciudadanos y ciudadanas, hay trabajadores y trabajadoras, hay españoles y españolas, pero aquí no hay perros y perras. Begoña Gómez quizá sea una ‘influencer’ del sector de las ayudas públicas, pero que a Teresa Ribera le puedan llamar perra no se le pasa a nadie por la cabeza, ni siquiera entre las filas de la jauría de Bolaños. A Eurovisión podemos llevar a una zorra, y el pinchadiscos de Ferraz puede incluir en su ‘playlist’, como hizo el sábado en la fiesta de la exaltación de la amistad sanchista, a Rigoberta Bandini –«Yo nací para ser perra, por favor, dejadme serlo,/ pero no quiero llevar nunca el bozal»–, avances sociales que, sin embargo, no son suficientes para que una señora como Teresa Ribera se haga pasar por perra. Mejor en masculino, macho sin castrar, para evitar confusiones como las que de forma subconsciente la traicionan y le hacen transitar de la inclusión a la exclusión de género. Fachamente,/ tra-tra./ Fachamente.
Sentadas las bases de lo que es una jauría para Bolaños y lo que son perros fieles y leales para Ribera, unos sarnosos y los otros con el rabo entre las piernas, respectivamente, nos acomodamos ante el muro, ahora malla de tela metálica, con el que Sánchez evita el cruce y la coyunda, el apareamiento y la monta. Cuando están movidas, las perras tiran de instinto. ‘Mondo cane’. Nos instalamos así en un submundo canino cuyas leyes –«reglas del juego», «legítimo debate», dice– son las que decreta Sánchez desde la escalinata de su punto y aparte. A un lado está la jauría, a la que hay que atar en corto, y al otro, esa España que avanza en la fidelidad y la lealtad que manifiesta Teresa Ribera, perro pastor, mascota inclusiva y exclusiva para tiempos de rabia.