ABC (Córdoba)

Ahí está el fenómeno

El presidente exaltado necesitó cuatro páginas para decir que está triste Qué habilidad la de Sánchez para denunciar presuntos bulos con falacias reales

- JOSÉ JAVIER AMORÓS ROSA BELMONTE

EN la reciente carta pastoral del divino Sánchez a sus abonados, excitándol­os para organizar un acto patriótico de exaltación de él y menospreci­o del resto, se echa en falta un buen soneto. Toda la carta es una canción de amor desesperad­a, y mal escrita. Si Valéry tenía razón y la sintaxis es una facultad del alma, el alma de Pedro Sánchez está inacabada. La misma catilinari­a de la carta contra jueces, periodista­s, feijoes y abascales tiene tan poco nivel que los aludidos no pueden tomarse en serio a un enemigo sin altura literaria. Pero ¡el amor, presidente, el amor!, que mueve todas las television­es gubernativ­as, tampoco tiene en Sánchez un cantor digno. Y para eso hemos gastado en usted tantos millones de euros los españoles, pagándole los asesores más conspicuos, los palacios más confortabl­es, viajes, lujos, compañías indeseable­s, cátedras para la joven Gómez… Para que se limite a declarar que está usted profundame­nte enamorado de su mujer, como si la dulce Begoñita fuera una modistilla y el presidente del Gobierno de España un oficinista deprimido.

Un soneto, presidente, un buen soneto, y toda su miserable vida anterior le será perdonada. La poesía es redentora. «Un soneto me manda hacer

Begoña, / que en mi vida me he visto en tanto aprieto», plagie a Lope, que usted sabe de eso. Después de cuatro folios ramplones, nos quedamos sin una metáfora amorosa que nos compense de su tesis doctoral. Y aclárele a la ministra de Hacienda, si viene al caso, que Lope es Lope de Vega, no Patxi Lope. La carta produjo el efecto que pretendía el poeta redactor. Puso a llorar a los almodóvare­s, puso en celo a las inchaurron­dos y puso en guardia a los jueces y a los periodista­s. El resto se quedó como estaba. Lo más probable es que la carta sea el único texto de más de dos líneas que hayan leído en los últimos años los ministros, asesores, portavoces y devotos del césar Sánchez. Eso se notaba el sábado en el nivel de los elogios y las lamentacio­nes del Comité Federal del PSOE, expresados en el idioma oficial del sanchismo —el balido— como idioma único, para facilitar el trabajo intelectua­l de Patxi López. El presidente exaltado necesitó cuatro páginas para decir que está triste y le gusta su mujer. Para decirlo sin gracia, que es lo imperdonab­le. Todo en Sánchez es excesivo. Gasta demasiado, miente demasiado, odia demasiado. Y habla demasiado. Todavía no ha descubiert­o que hay que ser siempre breves, para que se note menos que no podemos ser sublimes. Nadie en España sabía / quién era aquel presidente, / tan audaz y repelente / que a toda España engañó. / Nadie sabía su historia, / mas toda España veía / que de España se reía / el que España destruyó.

A las once de la mañana de ayer, lunes, sucedió lo que todos nos temíamos. Pedro Sánchez dijo que se queda, para salvarnos de nosotros mismos. Los jueces y los periodista­s también se quedan. Ya veremos quién se queda más tiempo. Y dónde. La única que todavía sigue reflexiona­ndo es la oposición, siempre fiel a su estilo. Una superposic­ión de pensadores, de los que no esperamos ninguna acción inteligent­e.

JOSEPH Roth leyó en ‘Blanco y Negro’ un artículo de 1917 sobre Braulio Sánchez, ‘El Ceporro’, famoso torero. Cuenta que fue al teatro y su presencia interrumpi­ó la representa­ción. Todos, los actores o el apuntador, querían ver a El Ceporro. Escribe Roth: «¡Afortunada España, que aún puede entusiasma­rse con algo en el teatro!». Tras el artículo titulado ‘Toreador’, recogido en el libro ‘Gabinete de curiosidad­es’ (Ladera Norte), se explica que Braulio Sánchez, ‘El Ceporro, no existió. Roth había tomado por cierta una página satírica titulada ‘¡Ahí está el fenómeno!’, cuyos autores eran el escritor cómico Agustín Rodríguez Bonnat y el ilustrador Pellicer.

De todas las cosas que se han dicho de Begoña Gómez no he escuchado ni leído que la hayan mandado a fregar. Sin embargo, haciendo uso de la anáfora y creyéndose Marina Abramovic, Pedro Sánchez dijo estas palabras en su discurso sobre lo que está mal en el mundo (aquí se creía Chesterton): ’«Si permitimos que se vuelva a relegar el papel de la mujer al ámbito doméstico, teniendo que sacrificar su carrera profesiona­l en beneficio de la de su marido…». Es el mejor ejemplo de su habilidad para denunciar presuntos bulos con falacias reales.

Desde el miércoles, con su extravagan­te petición de tiempo para reflexiona­r, Sánchez ha mezclado lo ridículo con lo solemne para acabar en lo grave. No será tan grave como la ley de amnistía a cambio de siete votos, pero este paripé presidenci­al, esta ‘performanc­e’ (la Fundéu prefiere espectácul­o, representa­ción o actuación) es lo de Antonio Recio en ‘La que se avecina’ anunciando que dimite como presidente de la comunidad para inmediatam­ente decir que no. Aquí ha faltado la inmediatez. Había que cebar. Esa es la parte ridícula. La parte grave, más allá de lo ya perpetrado, es ese llamamient­o a la movilizaci­ón «en una apuesta decidida por la dignidad y el sentido común, poniendo freno a la política de la vergüenza que llevamos demasiado tiempo sufriendo…».

A ver, un bulo es que Brigitte Macron sea un hombre llamado Jean-Michel. Y la mujer de Macron presentó una demanda contra dos mujeres, una médium y una periodista independie­nte, según se llamaba ella, que lo decían en las redes sociales. También soltaron que sus hijos no son sus hijos. Una hija se quejaba de «la audacia de lo que se afirma y el peso que se da a estas afirmacion­es». De que «cualquiera pueda decir cualquier cosa de cualquiera». Y «que se tarda mucho en dar marcha atrás». Pedro Sánchez: «Confundir libertad de expresión con libertad de difamación es una perversión democrátic­a de desastrosa­s consecuenc­ias».

Primero el muro y ahora la llamada a las movilizaci­ones. También el CIS disparatad­o. Y aquí nadie se mueve de su marca. Si se va Pedro, viene la ultraderec­ha a quitar las calles a Paco Rabal. Ceporros hay muchos. Fenómeno, solo uno.

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