«Vamos hacia una sociedad cada vez más medievalizada»
▶ La española nominada al Booker por ‘Boulder’ publica ‘Ocaso y fascinación’, un retrato de la precariedad y la vida ante el abismo
Se quedó a las puertas del Booker y de hacer historia como la primera autora en subir al podio con una novela escrita en catalán, pero Eva Baltasar (Barcelona, 1978) sigue a lo suyo y, después del tríptico sobre la maternidad, la soledad y el deseo formado ‘Permafrost’, ‘Boulder’ y ‘Mamut’, regresa con ‘Ocaso y fascinación’ (Random House; ‘Ocàs i fascinació’ en la edición original publicada por Club Editor), novela que explora lo que sucede cuando el pacto social se hace trizas. O por afinar, lo que ocurre cuando una mujer de 27 años se queda sin casa y sin trabajo, acaba durmiendo en la calle y renace, o algo parecido, como mujer de la limpieza.
—Con ‘Ocaso y fascinación’ pasamos de la maternidad y el deseo del tríptico a la precariedad y la intemperie.
—La intemperie era algo que ya estaba en ‘Pemafrost’, ‘Boulder’ y ‘Mamut’. Uno de los hilos que recorrían los tres libros era la incomodidad y, al final, incomodidad e intemperie están muy cerca. La maternidad era algo que quería matar, y así lo he hecho, simbólicamente, con una frase al final. Porque era uno de los temas, sí, pero desde fuera la lectura se centró mucho en eso, y estaba un poco cansada de hablar del tema.
—Entonces, ¿es esta novela una reacción a todo lo anterior?
—La idea era encontrar otra voz que me sedujera, que es lo que había hecho con el tríptico. Lo que tenía claro es que quería que fuese una mujer de la limpieza.
—¿Por qué? ¿Qué le permitía explicar?
—La facilidad con la que dejas entrar en casa a una persona que no es de tu clan. Yo misma trabajé como mujer de la limpieza cuando estaba en la universidad: tenía un trabajo de camarera muy precario y, como limpiar era algo que hacía bien, empecé a poner cartelitos y, como dice ella, a entrar ‘en las casas de los otros’. Era un trabajo duro, pero me permitía organizarme los horarios, cobraba más que de camarera, y descubría las vidas privadas de la gente dentro de la casas.
—¿No hacía como ella, que trabaja dos horas y descansa una? —No [ríe]; yo trabajaba todas, pero descubría cosas curiosas, aunque nunca pensando en hacer una novela.
—La narradora tiene 27 años, una carrera y un trabajo y, sin embargo, acaba viviendo en la calle.
—Es que ahora hay esa sensación de que el cristal que separa el mundo de la seguridad de la intemperie es muy frágil. Lo que treinta años atrás podía ser gradual, primero perdías el trabajo, tenías problemas familiares, al final no podías pagar la casa… Ahora ya vives de forma muy precaria.
—La novela llega en el momento justo, con los precios no ya de los pisos, sino de las habitaciones, por las nubes. La promoción se hace sola, vamos.
—Como escritora me veo como síntoma de mi época, y hablo de lo que a mí también me incomoda, pero sin la voluntad de ir a buscar un tema y profundizar. Me he encontrado con este personaje y es tan evidente que su vida es precaria que lo muestro. Pero yo escribo para mí, y eso me da mucha libertad.
—Con todo, sí que tiene un componente, aunque sea involuntario, de novela social.
—Lo tiene, sí, aunque quizá la próxima es todo lo contrario. Me muevo por instinto y me interesaba ir hacia aquí. Tiene ese punto social pero el personaje sigue siendo alguien muy solitario.
—Llama la atención, de hecho, que no tiene entorno familiar ni red de amistades.
—Siempre digo lo mismo: yo empecé a hacer amigos a los 40 años. Antes no tenía. Ni uno. Y quiero pensar que hay más gente así. O que tienen familia pero no se hablan.
—En la novela, la narradora viaja del ocaso a la fascinación. Del fondo
del pozo a un sorprendente renacimiento espiritual.
—Para mí la fascinación ha sido la manera de matar la maternidad. También la manera de mostrar esa idea de que vamos a una sociedad cada vez más medievalizada, con una casta de unos pocos escogidos que lo controla todo y una masa de población cada vez más homogénea y empobrecida. Y con mucha violencia, física también, que lo atraviesa todo. A través de la escritura puedes convertir en catártico algo destructivo.
—Como la protagonista, también usted durmió un par de noches en la calle.
—Sí, pero no es comparable, ni mucho menos. Yo fui a hacer un Erasmus a Berlín, había reservado una habitación por fax y cuando llegué me dijeron que no habían recibido nada y que el albergue estaba lleno. Era de noche, no me funcionaba la tarjeta y decidí pasar la noche al raso en una estación. Yo, claro, no estaba condenada, pero sí que es verdad que, en un caso así, descubres que la seguridad está relacionada con lo inanimado. Una persona que se acerca es el peligro máximo. Es muy triste, pero también muy sintomático de la época.
—«La ciudad es sanguinaria: fabrica solitarios y los obliga a convivir», dice la narradora.
—Es que es tal cual. Es una selva. Promocionas el individualismo máximo pero luego la gente no puede vivir sola o aislada. Ella vive con desconocidos y el día 20 de cada mes saca los treinta euros que le quedan en el banco para comprar atún y arroz.
—¿Se escribe diferente después de una nominación a una premio como el Booker?
—Yo sigo igual. Fue espectacular, sí, pero duró lo que duró. Mi día a día como escritora está en Cardedeu, en mi mundo interior. El resto queda fuera. Hubo un acompañamiento muy bonito y se vendieron derechos a algunos países más, pero fue algo puntual de dos días. Lo bueno es que los ojos no se pusieron sólo en ‘Boulder’, sino en la literatura en catalán.
—«No sé en qué momento el cuerpo deja de ser nuestro y pasa a ser del trabajo», se pregunta la narradora. ¿Escribir es también, o sobre todo, un oficio precario?
Amistad «Yo empecé a hacer amigos a los 40 años. Antes no tenía. Ni uno. Y quiero pensar que hay más gente así»
—Yo vivo de escribir. De una manera austera, pero vivo. Hay tantos trabajos precarios… Yo tengo una vida digna con mis hijas. Y si fuese precaria, haría otras cosas además de escribir, como he hecho siempre. No me casaría con ninguna, porque pondría la escritura por delante, pero lo haría. Piensa que yo empecé escribiendo poesía, así que tenía clarísimo que tendría que hacer otras cosas para ganarme la vida. Si podía trabajar dos meses y estar quince días escribiendo, lo hacía. Y sin esperar vivir de escribir, porque era impensable. Así que ahora es como un regalo.