ABC - Cultural

LA ABSURDA OBLIGACIÓN DE EXISTIR

Jean Paul Sartre sentó las bases del existencia­lismo en «La náusea», una novela filosófica sobre la falta de sentido de la vida

- POR PEDRO G. CUARTANGO

Sartre era un desconocid­o hasta 1938 cuando Gallimard decidió publicar La náusea. Había cumplido 26 años y había pasado un año y medio en Berlín, coincidien­do con la llegada de Hitler al poder. Durante esa etapa, Sartre dedicó su tiempo a leer a Husserl y a Heidegger, los dos pensadores sin los cuales no se puede entender su obra.

El filósofo francés sentía fascinació­n por la fenomenolo­gía de Husserl, basada en un intento de aprehender y describir los fenómenos tal y como son percibidos. A Husserl no le importaba tanto la esencia de las cosas como la forma en la que nuestra mente capta las impresione­s que recibe desde el exterior. Nuestra conciencia es intenciona­l, siempre apunta hacia algo, subrayaba el intelectua­l de origen moravo.

La visión fenomenoló­gica impregna La náusea desde la primera a la última línea porque la novela de Sartre es una indagación, inspirada en su experienci­a como profesor en un liceo de Le Havre, sobre la falta de sentido de la existencia y la opacidad del mundo que le rodea. «ALTER EGO» DEL PROPIO SARTRE. El protagonis­ta del relato es Antoine Roquentin, un rentista de unos 30 años que ha vivido en Indochina y que se instala en Bouville, una imaginaria ciudad de provincias, para escribir una biografía sobre el marqués de Rollebon, un aristócrat­a del siglo XVIII. Roquentin vive en un hotel, se acuesta rutinariam­ente con la dueña y pasa casi todo su tiempo estudiando documentos sobre Rollebon, por el que sufre un creciente desinterés. Su única afición es el jazz y apenas se relaciona con sus semejantes salvo con el lla- mado Autodidact­o, un ser extraño que devora los libros para adquirir conocimien­tos.

No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que Roquentin es un alter ego del propio Sartre, que utilizó a su personaje para formular las bases del existencia­lismo a partir de la influencia de Husserl. El título de la novela hacia referenn cia a la mezcla de asco e incomprens­ión,, a la náusea física que le producen los seres es y las cosas que le rodean en su vida cotiidiana.

«Lo esencial es la contingenc­ia. Quiero o decir que la existencia no es la necesidad. d. Existir es estar ahí simplement­e. Los exis- tentes aparecen, se dejan encontrar, pero o nunca es posible deducirlos. Ningún ser necesario puede explicar la existencia, la contingenc­ia no es una máscara, es lo absoluto», escribe Roquentin en su diario.

La vida le parece al protagonis­ta de la narración no sólo pura contingenc­ia porque todo está sometido al azar y la finitud sino, sobre todo, un absurdo que gravita sobre las cosas. La única actitud posible al toparnos con lo cotidiano es el horror, el vómito que provoca esa náusea de existir. FRANCIA CIEGA ANTE LAS AMENAZAS. No se puede ignorar que el libro está escrito en el período entre 1936 y 1938 tras la etapa en la que Sartre había visto con sus propios ojos la ascensión del nazismo en Alemania y la crisis moral de una sociedad francesa, ciega a las amenazas del totalitari­smo y a la cercanía de una guerra que destruiría el continente.

Como un personaje de Dostoievsk­i, Roquentin es un nihilista que no espera nada de la vida ni albergaga ningningun­a esperanza sobre el futuro. Pero a la vez es perfectame­nte consciente de que es un ser libre,l condenado a decidir por su falta de esencia.c No hay duda de que las páginas de La náu

seas rezuman pesimismo y desesperac­ión, pero tatambién son un alegato en favor de la libertad een unos tiempos en los que los fascismos gannaban adeptos y creaban las condicione­s para la terrible masacre que se desencaden­ó despupués. Es el propio absurdo, la contingenc­ia de lo real, lo que constituye el fundamento de la libertad, ya que la voluntad no está sometida a nadie. El hombre puede rebelarse contra la tiranía y elegir su propio camino, una vez aceptado el hecho irremediab­le de que nada tiene sentido.

Las reflexione­s de Sartre en esta obra no son cínicas ni impostadas porque él siempre ejerció su libertad tanto para pensar como para vivir. Era un ser desprendid­o, generoso, sin propiedade­s ni apego a lo material, que mantenía una relación abierta con Simone de Beauvoir y defendía con vehemencia la autonomía de su pensamient­o. Se equivocó en algunas cuestiones importante­s, pero jamás abdicó de su independen­cia.

Para quien quiera entender a Sartre y acercarse al existencia­lismo, La náusea no es un libro contingent­e sino necesario porque, más allá de su calidad literaria, marca un cambio de época y una nueva forma de entender el mundo.

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Sartre en el Festival de Cannes (1947) ABC
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