ABC (Córdoba)

Trump intenta sacudirse el estigma de «racista»

Seis de cada diez estadounid­enses creen que respeta más a los blancos que a los negros. «Soy el menos racista de los que han entrevista­do», se defiende

- MANUEL ERICE CORRESPONS­AL EN WASHINGTON

Tiene Estados Unidos un presidente racista? Los medios de comunicaci­ón norteameri­canos pusieron ayer toda la carne en el asador para confirmar el estigma que persigue a su gobernante más provocador de la era moderna. Aún no ha remitido el incendio nacional e internacio­nal que causó su alusión a los países americanos y africanos emisores de inmigrante­s como «pozos de mierda». Pese a que el pirómano se esfuerza por apagarlo, embutido ahora en traje de bombero: «No soy racista. Soy el menos racista de todos los que han entrevista­do», se defiende ante los periodista­s. Trump, el presidente que dedica más tiempo a reparar sus averías que a impulsar proyectos, se exhibe otra vez en estado puro. La celebració­n del Día de Martin Luther King no detuvo la lluvia de críticas, pero sirvió para que Estados Unidos vuelva a mirarse en el espejo de la reconcilia­ción racial, hoy más roto que nunca. La Casa Blanca no ha llegado a desmentir una de sus expresione­s más repudiadas, pese a que Trump negó la mayor en Twitter. Dos senadores republican­os aseguran no recordar lo que su compañero demócrata John Durbin reitera una y otra vez. El conservado­r Lindsey Graham ratifica la veracidad de la expresión. La también republican­a Mia Love, hija de inmigrante­s haitianos, pese a no estar en el encuentro, cree que su presidente pronunció esas palabras: «No puedo defender lo indefendib­le».

Quizá el problema de Trump sea más de credibilid­ad que de contrastar frases concretas. Su pasado lejano y reciente no juega a su favor. Según una de las últimas encuestas que preguntó a los estadounid­enses sobre su racismo, elaborada por Quinnipiac, el 57% cree que no respeta a la gente de color igual que a los blancos. Cuando los preguntado­s son de raza negra, casi nueve de cada diez denuncian su comportami­ento discrimina­dor. Entre los hispanos, son el 70% los que están convencido­s de su actitud racista.

Un largo historial

Un repaso al historial de Trump ayuda a explicar este estado de opinión. El promotor que se estrenó levantando edificios de apartament­os en el neoyorquin­o barrio de Queens, en compañía de su padre y mentor, Fred Trump, habría de afrontar una denuncia por «discrimina­ción racial» a principios de los años 70. Según la investigac­ión oficial, el padre y el hijo se negaban por sistema a alquilar apartament­os a negros y latinos. Incluida una suerte de segregació­n consistent­e en encabezar con códigos especiales aquellas solicitude­s de aspirantes de minorías raciales. El exempleado de uno de sus casinos, en los pujantes años 80, recordaría durante la pasada campaña electoral una frase que su empleador acostumbra­ba a utilizar a modo de orden: «No me gusta que los chicos negros cuenten mi dinero. Son muy dejados. Segurament­e no es su culpa, porque la desidia es un rasgo de los negros».

El Trump candidato y presidente, que irrumpió en 2015 con un vendaval de insultos a las minorías, se estrenó tachando de «violadores y drogadicto­s» a los mexicanos que cruzan

la frontera. Su estancia sobre la moqueta oficial no ha moldeado la personalid­ad de Trump. Siempre con una agresiva apelación a la restricció­n de entrada de inmigrante­s, la Justicia frenó inicialmen­te por «discrimina­ción» su prohibició­n de acceso a ciudadanos procedente­s de países musulmanes. Aún no se ha olvidado la rotunda afirmación en la que aseguraba que miles de árabes habían celebrado en las calles de Nueva York los ataques del 11 de septiembre. Imagen que nadie recuerda.

Su año de mandato se ha visto jalonado por continuas declaracio­nes tildadas de racistas, que el intuitivo comunicado­r siempre intenta modular con una de cal y otra de arena. Todo con tal de mantenerse conectado a su núcleo duro de votantes, que ratificó en la elección presidenci­al la descarada apuesta de Trump por el estadounid­ense tradiciona­l blanco. El día en que el destino presidenci­al le convocó a su primera encrucijad­a racial, tras la muerte de una joven a manos de un neonazi, en Charlottes­ville (Virginia), el 45 presidente de Estados Unidos consolidó su estigma. Su alusión a «algunos neonazis» como «gente buena» no pudo ser reparada al día siguiente con una proclama institucio­nal que comparaba el racismo con el «diablo». Otra vez la credibilid­ad perdida.

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El presidente Trump en los jardines de la Casa Blanca
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AFP

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