El poeta de Córdoba Cántico, el manantial joven
García Baena vio en la revista con una generación de escritores y artistas «una clara voz independiente»
«ANTES de Cántico ya vivían en Córdoba o en la provincia los poetas de Cántico. Con su diverso mundo interior, con sus distintos secretos amargos, con el manantial joven de su poesía, que ya empezaba a ahogarles». Pablo García Baena inicia así la descripción del grupo poético que él fundó junto a Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio Aumente y Mario López en uno de los textos explicativos del libro «Hojas para la poesía de Córdoba. 1947-1957» editado en 2007 por la Diputación de Córdoba, la Junta de Andalucía y la Fundación Cajasur. La prosa precisa, clara y en la que nada sobra ni nada falta del autor fallecido este domingo se recrea en los orígenes del grupo del que ha sido su principal voz: «Eran los años de la posguerra, y Córdoba, alta en su mármol indiferente, no era precisamente una ciudad para poetas, sobre todo para poetas que no tenían ni sentían ningún respeto por Grilo o por Blanco Belmonte». Y añade: «Pero este común horizonte cordobés de cal y cipreses, de campanadas vesperales y piedras palpitantes, de naranjal y de río, es lo que haría compañía ya para siempre, lo que les va a dar a todos una unidad diferente y armoniosa, una coincidencia de nacimientos capaz de crear una denominación de origen, que sería lo que luego se llamaría ‘Escuela cordobesa’».
El germen de Cántico tuvo que ver con un fracaso, que es lo que los cinco poetas cordobeses obtuvieron al optar al premio Adonáis en 1947, el más prestigioso de su época en su género, y con el que resultó agraciado José Hierro y su libro «Alegría». Escribe García Baena: «Desilusión. Es entonces, en ese momento, cuando Cántico va a precisarse silenciosamente como una de sus más firmes características que ya no habrá de abandonarle: la de su clara voz independiente».
Luis Antonio de Villena apunta en el prólogo de la monografía «El fervor y la melancolía. Los poetas de Cántico y su trayectoria» que en verdad todo tuvo por principio la amistad. Así, escribe que «el bien llamado grupo Cántico fue inicialmente una reunión de amigos con inquietudes literarias en la Córdoba de la posguerra con un pequeño filo de discreta e indiscreta heterodoxia». En otro texto, esta vez publicado como prólogo a la «Poesía completa de Pablo García Baena» publicada por la Colección Visor de Poesía en 1998, De Villena relata acerca del germen de Cántico que «en la Córdoba de los primerísimos cuarenta un grupo de jóvenes se reúnen en torno a la tertulia melómana de Carlos López de Rozas, profesor del Conservatorio, y allí se enterarán de sus aficiones mutuas, de sus gustos poéticos y de sus querencias vitales: se sienten ajenos al rancio mundo oficial de la provincia pero aman su ciudad y sus gentes». Para quien firma esas líneas, «el catalizador y, en cierta medida, ideólogo del grupo será Juan Bernier (poeta ya maduro entonces, había nacido en 1911), quien, pagano confeso, les aconsejará libros, les abrirá caminos y las acompañará, como uno más, en su vida cordobesa».
Con una actividad dividida en dos épocas (1947-1949 y 1954-1957), la revista que ilustrarían los pintores Miguel del Moral y Ginés Liébana, alcanzó desde el principio, en palabras de De Villena, «una singular estética y una peculiar oscilación entre la paganidad y la religiosidad católica; si esto segundo no era nuevo en la España de la época (aunque sí acaso a su manera), lo primero no era un enlace con otro tiempo y otros autores, y también —sin alharacas— una
Una época Difundida entre 1947 y 1949 y, en una segunda época entre 1954 y 1957, osciló entre lo pagano y lo católico
apuesta de futuro. Como órgano de expresión de un grupo Cántico sugería —a través de la sensualidad— una opción moral distinta». De Villena coincide en una idea ya señalada: «No ganar el premio y la necesidad —que venía de antes— de dar pública expresión a su mundo estético, precipitan la salida de Cántico en octubre de 1947.
La portada era un ángel dibujado por Del Moral y en el interior se encontraban textos de todos los poetas del grupo presididos por un texto de Juan Bernier titulado «Canto del Sur» que resumía los postulados estéticos que la publicación defendía: «Porque no hay ningún deseo que no puedan satisfacer aquí abajo, / en el huerto inmenso, en el paraíso del Sur, donde los ríos para la sed son setenta veces siete».
¿Qué pretendían los promotores de la revista? ¿Qué tenían en la cabeza cuando la pusieron en marcha más allá de la desazón por el premio que les escapó de las manos? Luis Antonio de Villena es de la opinión de que todo está cifrado en el primer número. «Sin hacer una militancia queridamente combativa, el primer ‘Cántico’ tiene muy claros sus vectores estéticos, porque empieza por una defensa del Sur (que incluye lo andaluz, desde luego, pero que quiere ir más lejos) como territorio real y metáfora de una cultura sensual y tolerante, a caballo entre la antigüedad clásica y los momentos más permisivos de un Islam levemente idealizado». El especialista agrega que «como poetas cultistas que son, los de Cántico se reclaman herederos de una tradición: el modernismo simbolista, español y europeo».
Y por qué la elección del nombre de Cántico y no de otro. La pregunta la responde el profesor Felipe Muriel, que está a cargo de la edición de la antología poética del autor desaparecido editada por la colección Letras Hispánicas de Cátedra en 2015. «Tras barajar varios nombres —entre ellos Júbilo, Almena, Arcángel, Adarve— se inclinaron por Cántico y en la elección pesó el hecho de que se trataba de una palabra de gran tradición literaria que reflejaba su propósito antes que los ecos sanjuanistas del Cántico espiritual o guillenianos de Cántico». Este especialista está convencido de que la revista nacía «en aquel momento tan atroz con la necesidad de cantar la vida, la belleza frente al grito desgarrado del tremendismo y la poesía de cartón piedra de los poetas garcilasistas».
Uno de los creadores que saludó a la publicación con más efusividad fue Vicente Aleixandre, que en el número 3, que vio la luz en febrero de 1948, escribió una «Carta a la fundadores» que decía lo siguiente: «En nuestra vida literaria, si es que existe, la aparición de una joven revista andaluza llena de coherencia, que se abre revelando a un definido grupo de poetas, con sazón, en su ámbito peculiar, es un suceso no del todo usual que a mí me parece justo registrar, subrayar de algún modo». El propio Aleixandre inaugura la segunda época de la publicación con un poema titulado «El hombre y el niño». Tal y como apunta Felipe Muriel, otros autores de renombre que respaldan a Cántico son «Jorge Guillén y Gerardo Diego, que participan con sendos poemas en los números 2 y 5». Luis Cernunda, a quien Cántico le dedicó dos números estando en el exilio, también elogio su trabajo. En la década que la revista estuvo en la calle —sacaron trece números— los autores mantuvieron, a juicio de Luis Antonio de Villena, «los mismos gustos que les unían, como eran el esteticismo barroco en la literatura, el arte sacro, la belleza sensual, la poesía de Juan Ramón, la lírica francesa simbolista y, en general, todo arte que una en sí exaltación sensualista de vivir, lujo y melancolía». Para cerrar el retablo de impresiones acerca del círculo poético cordobés que se extingue con la muerte de Pablo García Baena hay que citar a Guillermo Carnero, a quien el propio finado llamaba el «Doctor en Cántico», y que aseguraba en los primeros tiempos del grupo que «es admirable que la llama de los jóvenes que fundaron Cántico supieran nadar por el agua fría de Garcilaso, de Espadaña, del existencialismo impostado y del mesianismo político que ya empezaba a despuntar».