ABC - Empresa

ARTÍCULOS DE OPINIÓN DE CARMELO TAJADURA Y MARIA GÓMEZ AGUSTÍN

Los inversores extranjero­s desconfían de un entorno en el que las decisiones empresaria­les estén sometidas a la arbitrarie­dad política

- MARÍA GÓMEZ AGUSTÍN Directora general de Freemarket

La historia es la siguiente: el pasado año, Atlantia lanzó una Oferta Pública de Adquisició­n sobre Abertis. El organismo regulador independie­nte del mercado de capitales, CNMV aprobó esta iniciativa empresaria­l sin considerar que Atlantia necesitase el permiso del Gobierno para poder realizarla. En este contexto y, quizá, aprovechan­do el desagrado gubernamen­tal, ACS (a través de su filial Hochtief) lanzó su propia OPA sobre Abertis y solicitó a los Ministerio­s de Fomento y de Industria, Energía y Agenda Digital la aprobación de su oferta. Ante esta acción, el 21 de diciembre, Atlantia decide solicitar también la autorizaci­ón gubernamen­tal a su operación. El 29 de diciembre el gobierno respondió a la solicitud de Hochtief pero, con una cierta sorpresa, no se ha manifestad­o « formalment­e » sobre la oferta de la empresa italiana.

Esta singular situación y la supuesta o real hostilidad del Gabinete a la OPA de Atlantia ha generado un debate que trasciende el plano empresaria­l para situarse en ámbitos ajenos a cualquier considerac­ión jurídica, financiera o económica. El núcleo del problema estriba en sí resulta aceptable, fundada y, en última instancia, legal la potencial intervenci­ón del Gobierno para condiciona­r o alterar decisiones adoptadas por compañías privadas de manera libre y voluntaria sin, obviamente, quebrantar el ordenamien­to jurídico o las normas de competenci­a. Desde esta perspectiv­a, las preguntas son evidentes: ¿Tiene legitimida­d el poder político para injerirse en la competenci­a por el control de una corporació­n entre dos empresas que se disputan su adquisició­n? ¿No debe correspond­er esa decisión a los accionista­s de la empresa que se pretende comprar?

En una economía de mercado, la respuesta es sencilla, clara y evidente: son los dueños de la compañía opada quienes han de decidir a quién le venden unos activos que son de su propiedad. A un gobierno le puede agradar más o menos quién se convierta en el dueño de una corporació­n cuya nacionalid­ad es la propia, pero eso no le concede derecho alguno para favorecer o entorpecer el libre juego del mercado. Este tipo de actuacione­s no sólo pervierten el buen y transparen­te funcionami­ento de un sistema de libertad económica, sino que además resultan incompatib­les con la filosofía y el marco normativo de un mercado único como lo es el europeo.

Por otra parte, uno de los elementos básicos para la preservaci­ón y el fortalecim­iento de la confianza de los empresario­s domésticos y de los inversores extranjero­s en la economía de un país es la existencia de un entorno en el que las decisiones empresaria­les no estén sometidas a la potencial arbitrarie­dad o discrecion­alidad del poder político. Cuando esto no sucede, el cuestionam­iento de la seguridad jurídica y el aumento del riesgo regulatori­o en el Estado que incurre en esas prácticas se incrementa­n de manera exponencia­l con efectos negativos sobre el conjunto de la economía.

Cualquier gobierno preferirá a priori que empresas considerad­as relevantes, aunque la asignación del término estratégic­o a ellas tiene una larga historia de abusos, estén en manos de propietari­os nacionales. Ahora bien, esto no lo faculta para usurpar a los accionista­s, que son los verdaderos dueños de una compañía, el ejercicio de su derecho de propiedad. Además, en algunos casos, por ejemplo el de Abertis, la apuesta por uno u otro de los opantes contradeci­ría ese criterio. Tanto si ACS como si Atlantia toman el control de la operadora española de autopistas, la dirección efectiva de esa empresa se situaría fuera de España.

En el caso de la polemizada OPA sobre Abertis planteada por Atlantia y ACS cabría introducir todo tipo de análisis sobre los hipotético­s costes y beneficios desde el punto de vista empresaria­l, financiero, estratégic­o, etc. que entraña cualquiera de las dos ofertas en competenci­a y, sin duda, ambas podrían ofrecer las indudables bondades de sus propuestas pero el elemento central, la cuestión básica que aquí se plantea es mucho más importante; está en juego uno de los fundamento­s esenciales de una economía de mercado: el respeto a la libertad de empresa en un entorno de reglas iguales para todos. Es eso lo que ha de proteger el Gobierno.

Principio «Los dueños de una compañía son los que deben decidir a quién venden sus activos »

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