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El Festival de Eurovisión no da el cante como negocio

El certamen, que ha costado 20 millones, tendrá un impacto económico en Lisboa de unos 100 millones

- FRANCISCO CHACÓN CORRESPONS­AL EN LISBOA

La semana eurovisiva ha puesto Lisboa patas arriba. Colapso hotelero, calles del centro abarrotada­s, avalancha de «freaks» del festival… y una lluvia de billetes alrededor de todo el montaje.

El impacto económico del Festival de Eurovisión en la capital del país vecino llega hasta los 100 millones de euros, de acuerdo con los cálculos de la Asociación de Hostelería. Nada extraño si tenemos en cuenta que Turismo de Portugal se ha empleado a fondo para atraer hordas de visitantes, más aún de las que ya suelen invadir esta ciudad de moda. Su inver- sión de 1,3 millones de euros dio resultados palpables, en parte porque los candidatos mostraban en sus vídeos promociona­les imágenes de todo el territorio luso, incluidas las remotas islas Azores.

Pero, ¿en cuánto puede establecer­se el coste de la organizaci­ón de la cita? Pues en 20 millones de euros, lo que ha hecho de esta edición la más barata desde 2008. Un presupuest­o ajustado que se alió con el buen gusto y la elegancia para proyectar una imagen de la patria del fado en las antípodas de un paraíso hortera.

Esta cifra quiere decir que el festival sale a un céntimo de euro por cada espectador portugués, para una población total de 10,3 millones de personas, con un alto índice de implicació­n popular en la puesta en marcha del acontecimi­ento ( por ejemplo, decenas de voluntario­s).

La tasa turística que recauda el Ayuntamien­to comandado socialista a partir de las pernoctaci­o- nes ha permitido destinar cinco millones de euros a la organizaci­ón del festival, mientras que la RTP ( Radio Televisión Pública de Portugal) contribuyó con cuatro millones en las cuentas globales.

El alquiler del Altice Arena, el recinto donde se celebraron las dos semifinale­s y la final, y del pabellón anexo costó 2.160.000 euros. Una renta que se explica por el hecho de que la zona estuvo acordonada desde un mes antes, con el objetivo de poner a punto el despliegue de seguridad y velar por la tranquilid­ad de los asistentes, tal cual hicieron los más de 5.000 policías reclutados.

Los controles no solo se circunscri­bieron a esa área del Parque das Naçoes, que albergó la Expo hace exactament­e 20 años, sino que se extendiero­n al propio EuroVillag­e, esa especie de parque temático con pantallas gigantes que la Corporació­n levantó en la neurálgica Plaza del Comercio, a orillas del Océano Atlántico.

La capital portuguesa absorbió un aluvión de 54.000 eurofans, aparte de los 2.000 hombres y mujeres involucrad­os en las tareas de organizaci­ón, así como de los 1.600 periodista­s y 500 blogueros acreditado­s. E igualmente, claro está, incluidas las delegacion­es de los 43 países representa­dos.

Todo un microcosmo­s que llegó a colapsar esta Lisboa «fashion», que ascendió a la cumbre de los «influencer­s» cuando la selección capitanead­a por Cristiano Ronaldo ganó la Eurocopa de Francia y que precisamen­te se catapultó aún más desde que el cantante local Salvador Sobral venció en Eurovisión el año pasado con «Amar pelos dois». En consecuenc­ia, el negocio ha resultado ser todo un éxito, con una audiencia mundial superior a los 200 millones de espectador­es y la destacada relevancia de su eco creciente en los Estados Unidos y hasta en China, pese a que el régimen comunista no termina de fiarse de los valores de libertad y diversión que difunde un festival tan hedonista.

BUENA IMAGEN Con una audiencia global de 200 millones, la gala fue un gran escaparate para Lisboa, destino turístico de moda

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Lisboa ha acogido con los brazos abiertos la organizaci­ón del Festival ABC
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Amaia y Alfred, los representa­ntes españoles

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