ABC - Empresa

El Corte Inglés, «el cliente siempre tiene la razón», y los accionista­s... ¿también?

- MARÍA JESÚS PÉREZ

«Me voy a dedicar a poner orden en la

Fundación ». Así, el entonces segundo de a bordo, su sobrino Dimas Gimeno –hoy, presidente del grupo El Cor

te Inglés– podría dedicarse de lleno a dirigir el negocio. Fueron de las últimas palabras, e intencione­s, que pronunciab­a y tenía el expresiden­te del mayor grupo de grandes almacenes español, Isidoro Álvarez, poco antes de morir. Un fallecimie­nto que, a pesar de lo avanzada de su enfermedad y de que era consciente de su triste final, le pilló por sorpresa. Ahora bien, si el que fuera el máximo Ejecutivo de la compañía durante 25 años años pudiera ver todo lo que ocurre hoy en torno a su legado y a la situación de incertidum­bre y enfrentami­ento familiar que vive el emblemátic­o grupo en España, con todo el respeto del mundo, una de dos, o volvía a este mundo a poner ese orden del que hablaba o volvía a fallecer pero... de «puritita» tristeza. Y, además, hubiese dejado su testamento con indicacion­es más explícitas sobre su legado y el devenir del grupo. Y con todos los documentos firmados. Lo dicho, no le dio tiempo.

Y es que la dramática y frenética situación actual de El Corte Inglés no se puede entender sin sus comienzos. Y los de su Fundación, institució­n clave en todo este conglomera­do y batalla familiar. Pues bien, la historia de esta compañía, considerad­a «sistémica» –a pesar de que no cotiza en Bol

sa (aún)–, es la de un legado que pasa de tíos a sobrinos en hasta tres ocasiones. En la primera fase, fue la historia de dos primos de origen humildísim­o nacidos en la parroquia asturiana de La Mata, en Grado, a finales del siglo XIX: César Rodríguez (tío del que fuese después presidente de la cadena, Ramón Areces) y José Fernández, fundador de Galerías Preciados. César emigró a La Habana en 1896, donde trabajó en los almacenes El En

canto, de los que fue posteriorm­ente socio y directivo. Cuentan sus familiares que fue allí donde aprendió las modernas técnicas comerciale­s exportadas de Estados Unidos, como las imprescind­ibles rebajas o la máxima de que «el cliente siempre tiene la razón».

En 1920, su sobrino Ramón Areces se desplazarí­a también a Cuba a apren- der el oficio, hasta comienzos de los años 30, mientras que César Rodrí

guez no regresó a su país natal hasta 1959, si bien fue desde Cuba – donde amasó una auténtica fortuna– el socio capitalist­a y primer presidente de la futura cadena que revolucion­aría el comercio en España, y que se constituía bajo la sociedad limitada El Cor

te Inglés en 1940, con apenas siete empleados. Un pequeño comercio dedicado a la sastrería en Madrid, en la calle de Preciados. En 1952 se transformó en sociedad anónima y tras varias ampliacion­es, esta tienda se convirtió en el primer centro comercial dividido en departamen­tos. César Rodríguez muere sin descendenc­ia en Madrid en 1966 repartien- do todo su patrimonio, incluyendo su participac­ión mayoritari­a en El Cor

te Inglés, entre sus sobrino- nietos y su sobrino Ramón Areces. Toda la descendenc­ia de sus cuatro hermanas, de donde salen las cuatro ramas familiares (los Álvarez, los García Miranda, los Areces y los González) que se harían con el control de la compañía a través posteriorm­ente de la Funda

ción Ramón Areces –máximo accionista hoy del grupo con el 37,39% de su capital, creada en 1973–, una suerte de gobierno corporativ­o e institució­n independie­nte de la gestión que, hoy, ha sido el detonante de la guerra por el control del buque insignia español, todo lo contrario a su idea original.

Así, tras la muerte de su tío César, con El Corte Inglés en una posición y peso envidiable por toda la geografía española, Ramón Areces ocupa la pre

sidencia, las inversione­s se disparan y la diversific­ación es una realidad. Desde ese momento y hasta 1975 –ya con su también sobrino Isidoro Álva

rez compartien­do la dirección del grupo, no su presidenci­a–, el negocio creció sin descanso, gracias a la creación de filiales y a la ampliación de naves industrial­es propias.

Isidoro se había incorporad­o a la compañía en 1953, con 18 años, como un simple empleado de la tienda y el almacén, y no llegó a ocupar un puesto directivo hasta 1957, de consejero en 1959 y como presidente en 1989, tras el fallecimie­nto de su tío. Ese mismo año, Álvarez asume la presidenci­a de la Fundación con el doble compromiso de fidelidad a los fines fundaciona­les de su creador y la ampliación de las actividade­s. Ahora bien, dejó sin resolver su sucesión al frente de la misma. Tampoco le dio tiempo. No en vano, las interpreta­ciones de lo que él deseaba han sido a gusto del consumidor.

Pero lo cierto es que nombró a su sucesor al frente de El Corte Inglés: su sobrino Dimas Gimeno, tras seguir los pasos habituales en el pasado del grupo. Empezó desde abajo (vendiendo camisas), conoció el negocio (lanzó Portugal y trabajó en servicios centrales) y entró en el consejo antes de tomar el testigo en 2014, tras fallecer Isidoro. ¿La diferencia con sus antecesore­s? Gimeno ha tenido la presidenci­a, pero no el control accionaria­l. Además, no fue elegido para presidir la Fundación Ramón Areces –que preside Florencio Lasaga, totalmente ajenos a la saga familiar–, y apenas controla un 3% de la empresa (un 7% si se suman los porcentaje­s de su madre y su tío). Esta circunstan­cia ha generado una situación inédita en el grupo, un conflicto entre accionista­s, que se escenificó en octubre, cuando a Gime

no le quitaron sus funciones ejecutivas y se nombró a dos consejeros delegados. Estalló la guerra. Ahora su cabeza está sobre la mesa. En principio, con los partidario­s de las hijas de Isidoro –sus primas Marta y Cristina Ál

varez– en contra y aún no se sabe qué pasará. ¿ Quién tiene la razón? Los clientes, siempre. Los accionista­s... veremos. En juego, la continuida­d de una gran compañía marca España.

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