Frágil equilibrio
a depreciación del yuan chino ha renovado las dudas en los mercados, por el temor a que este movimiento sea «de facto» una respuesta de las autoridades asiáticas a la imposición de aranceles a sus productos desde Estados Unidos.
Como segunda mayor economía del planeta y principal mercado para muchas empresas, una depreciación del yuan sería una onda de choque mundial. En 2015, ya vimos lo sensible que puede ser la economía, y los mercados financieros en particular, a la cotización de la divisa china: solamente hay que recordar agosto de ese año, cuando una devaluación del 3% precipitó una caída del 10% en las bolsas mundiales.
El pasado viernes entró en vigor la subida de aranceles en EE.UU. sobre las importaciones de productos chinos valorados en 34.000 millones de dólares. Por su parte, China ha acelerado una adaptación de sus políticas macroeconómicas, con el objetivo de minorar posibles efectos negativos de una guerra comercial. Los primeros movimientos se centraron en políticas de estímulo a la demanda interna: por una parte, rebajó 50 puntos básicos la cantidad de efectivo que algunos bancos deben mantener como reservas, liberando cerca de 100.000 millones de dólares en créditos y, por otro lado, presentó un borrador para una rebaja de impuestos sobre la renta que beneficiaría a la creciente clase media del país e impulsaría el consumo interno. Políticas que deberían apoyar la actividad en los próximos trimestres.
Sin embargo, estas medidas de estímulo también coincidieron con una depreciación de la moneda china. ¿Nos encaminamos una vez más al uso del tipo de cambio como he-
Lrramienta de « presión económica»? Esperamos que no ocurra este escenario, ya que una fuerte devaluación del yuan tendría efectos negativos para la economía mundial, pero en el medio plazo, las consecuencias económicas serían también contrarias al propio cambio de modelo económico de China. Uno de los ejemplos serían las industrias intensivas en mano de obra, con menor valor añadido y generalmente más contaminantes, que artificialmente verían una mejora de su competitividad. Con ello, estas industrias que actualmente muestran un exceso de capacidad instalada, recibirían un nuevo impulso poniendo en entredicho las políticas implementadas en los últimos años que procuraban reducir su peso y elevar el valor añadido de las exportaciones del país.
Sería también una señal negativa para los inversores, tanto internos como externos. La pérdida de valor de la moneda elevaría la incertidumbre de los ahorradores nacionales al tiempo que frenaría el papel de moneda relevante y de uso en el comercio mundial, que defienden los líderes chinos.
Por todo ello, pensamos que las autoridades asiáticas no perseguirán una política de devaluación competitiva. No obstante, la debilidad del yuan en las últimas semanas es un reflejo más del frágil equilibrio que atraviesa el actual ciclo económico y el riesgo inherente a que incrementos adicionales de las tensiones entre Estados Unidos y China deriven en escenarios más negativos.
Como en el verano de 2015, todo apunta a que será importante vigilar de cerca la evolución del yuan en esta ya próxima época estival.