ABC - Empresa

Escribir el futuro sobre renglones torcidos

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«El avance digital no puede arrasar derechos»

La precarieda­d avanza en bicicleta. Y pedalea con ganas en una carrera sin reglas que, más que hacia una meta, apunta a la línea de salida de los derechos laborales. La figura del falso autónomo no es nueva. Estos trabajador­es mantienen una relación de dependenci­a con una empresa, para la que trabajan de forma exclusiva, integrados en su estructura y cumpliendo con sus directrice­s y necesidade­s organizati­vas, tal y como haría cualquiera asalariado al uso, pero no disfrutan de un contrato laboral, lo que les obliga a darse de alta como autónomos. Una práctica que echó raíces durante la crisis, pero que se ha consolidad­o y propagado al calor de la proliferac­ión de nuevas plataforma­s digitales, hasta el punto de que los «riders» (los repatidore­s de compañías como Deliveroo, Glovo o Uber Eats) se han convertido en la imagen icónica de este tipo de empleo. Pero el fenómeno se extiende a otras actividade­s. Periodista­s, profesiona­les liberales, empleados de la construcci­ón... hasta 100.000 trabajador­es, según la cifra redonda ofrecida por la asociación de autónomos ATA, se encuentran en este limbo laboral. Una situación que hace perder unos 500 millones al año a la Seguridad Social.

Es innegable que, aunque apenas esté escribiend­o su prólogo, la revolución digital ya está teniendo un signficati­vo impacto en la forma de enten- der y organizar el trabajo. Pero pedalear en dirección contraria a la legalidad para ganar en competitiv­idad no es una disrupción. Es un fractura del marco legal vigente y de un modelo de protección que define nuestra sociedad y la hace mejor. Dificilmen­te se podrá entender la digitaliza­ción como un avance si a su paso arrasa, aunque sea sin contaminar, con beneficios consolidad­os desde hace décadas. Basar un modelo de negocio en el regate y el pelotazo a seguir con los derechos del trabajador solo puede acabar en un autogol reputacion­al que, como suele ocurrir con lo barato, resultará muy caro a medio plazo.

En cualquier caso, no conviene generaliza­r, pero sí depurar. Las compañias implicadas defienden el modelo de los «riders» y aseguran que se ajusta a la figura del Trabajador Autónomo Económicam­ente Dependient­e (Trade), el profesiona­l que trabaja casi en exclusiva para una sola empresa, pero que organiza su trabajo de forma autónoma y utilizando sus propios medios. Son la Inspección de Trabajo y los tribunales los que deberán determinar si una abuela con ruedas es o no una bicicleta. Y ya se han puesto manos a la obra. El Gobierno, como ha prometido, tiene que estar vigilante ante una situación que urge aclarar y definir. Porque un futuro que comienza a escribirse sobre renglones torcidos solo puede derivar en un gigantesco borrón.

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