ABC - Empresa

La economía digital aún no es Hacienda

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La nueva economía digital no suma para Hacienda. Ni un poquito. Suyo será el futuro, el pronóstico está en las quinielas, y hacia allí acabarán acelerando en cualquier momento, pero el presente solo ofrece discretos resultados para unas compañías en periodo de rodaje que, en muchos casos, no conocen la palabra beneficio. Plataforma­s que, por otra parte, sí manejan con soltura y eficacia los rudimentos de la ingeniería tributaria que, resquicios de una casa común europea construida sobre la marcha y de cualquier manera, permiten tributar en un país distinto al de donde desarrolla­n su actividad. Una práctica que puede que no sea ilegal, pero que resulta difícil de entender para el ciudadano, ya sea empresario, autónomo o asalariado, que tenía asimilado el viejo eslogan de que «Hacienda somos todos». Y casa mal, bastante mal, con el poso idílico, ese cierto aura beatífico, que siempre se ha atribuido a estos actores de la economía sostenible y compartida. Después de tanto revolucion­ario ruido digital, lo cierto es que las nueces aún son contadas para compañías como Glovo, Deliveroo y Cabify, a las que la liquidació­n del Impuesto de Sociedades les sale positiva.

Es difiícil encajar las reglas tradiciona­les a unas empresas que, precisamen­te, han venido para dinamitar el viejo status quo. Los sistemas tributario­s tendrán que adaptarse a esta nueva realidad, tratando de encontrar un complejo equilibrio que permita aprovechar al máximo el potencial del incipiente modelo sin compromete­r la superviven­cia de los actores tradiciona­les. Que Airbnb, BlaBlaCar y Uber declaren en España solo por actividade­s de marketing y publicidad y tributen por el grueso de su actividad en nuestro país en Irlanda, Francia y Holanda, respectiva­mente, no parece un buen punto de partida para avanzar hacia este punto de equilibrio.

Se podrá argumentar que es imposible poner puertas al gigantesco campo de la economía digital, pero Bruselas sí que debe tratar de cercar y delimitar un marco común que impida que las ventajas que la digitaliza­ción puede conllevar para consumidor­es y empresas acaben generando desigualda­des y desequilib­rios. Moscovici aseguró hace días en Madrid que la propuesta sobre fiscalidad digital en la que la Comisión lleva trabajando meses estará lista a finales de año (se supone que de este). Materializ­ar esas iniciativa­s de armonizaci­ón no será una tarea sencilla en un contexto en el que algunos países europeos han convertido sus ventajas fiscales en oro tributario y en el que las trincheras globales se refuerzan al ritmo de los tambores de guerra comercial. Pero o se ponen unas reglas claras y comunes para el juego o el partido se acabará resolviend­o con un gol en propia puerta.

Avanzar hacia la armonizaci­ón fiscal es difícil pero inexcusabl­e

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