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Detrás de la barra

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Los padres de Juan Martos –Pedro y Antonia– fundaron una bodeguilla en la calle Alderetes. Más tarde otro negocio cerca de la actual estación de trenes, un bar con cocina que llamó casa Pedro. Ese lugar trasladó su espíritu a la actual dirección en 1980, cuando se hicieron con las riendas del local que actualment­e es Casa Pedro pero que durante años funcionó como la Gamba de Oro. Precisamen­te La Gamba de Oro había empezado en los Olivos Borrachos a cargo de José López, amigo de Pedro, por lo que el establecim­iento mantuvo ese nombre tan popular entre los cordobeses. Cuando López enfermó y de La Gamba de Oro de los Olivos Borrachos se hizo cargo su hermano, Pedro Martos (padre) volvió a la denominaci­ón que ya había utilizado anteriorme­nte, Casa Pedro, que en total cuenta con 44 años de historia.

¿De qué conoce a la familia Arranz? Una de sus costumbres es venir aquí los martes. Yo ya conocía al abuelo de Rebeca, padre de Ramón [nota de la redacción: se refiere a Ramón Arranz]. Su abuelo era muy amigo de mi padre. Eran de aquella generación.

¿De qué se conocían?

Por la hostelería y también porque durante mucho tiempo, en la Taberna Coto, estaba la peña taurina Finito de Córdoba, a la que pertenecía mi padre.

¿Cuándo empezó usted su trayectori­a? Antes del año 80. Yo llevo aquí ya 44 años. Salí del instituto y empecé a trabajar en la hostelería, que ya me gustaba por tradición familiar.

¿Qué aprendió de sus padres?

A estar muy pendiente de los clientes y transmitir­les que se sientan a gusto en tu casa, vamos, como si estuvieran en la suya. Era el estilo de la antigua escuela de Córdoba.

Rebeca Arranz indica que, sobre todo, se decantan por el marisco, pero ¿qué tipo de cocina ofrecen en general?

Cocina cordobesa, con su salmorejo, flamenquin­es, pescaíto frito… y luego lo que más destaca es nuestro marisco fresco de diario.

¿De dónde procede?

De Isla Cristina, de Málaga, de La Coruña…

Tras la apertura de este Casa Pedro, ¿se aventuraro­n con más negocios?

Sí, tuvimos La Cococha, en Fray Luis de Granada. Hoy día mi hermano Pedro tiene El Olivo, en Doctor Fleming. Y mi hermano Rafael, que ya no se dedica a la hostelería, montó El Limonero, en la calle Alhaken. Se ha pasado a la madera y carpinterí­a. Y luego tenemos una hermana que no se metió en este mundo.

Después de 44 años, ¿qué le sigue gustando de la hostelería?

Me gusta atender, me gusta el público, porque no sólo son clientes ya, sino amigos. Muchos de ellos llevan entrando años en la casa. Es como una droga.

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